jueves, 15 de octubre de 2020

El Dimas Arrieta y su día mágico

 Escribe Eduardo Borrero Vargas.

Hay días que, definitivamente, no se pueden soslayar. Días que quedarán registrados eternamente en nuestra memoria. A estos días suelo llamarlos días mágicos en los cuales, se conjugan el presente y el infinito. 

Estos días mágicos viene a ser como los sueños y los ensueños. ¿Quién, si no Dimas, gran concertador de los poderse chamanísticos, para orientarnos en estos conocimientos? Él estará de acuerdo con lo que dicen los entendidos: que cuando un sueño se pude recordar y repetir en otro sueño, ya es una ensoñación. Si depuramos la técnica de la ensoñación, quien sabe cuántas dudas e incertidumbres habríamos superado. ¿Cómo sería introducirnos, ya adultos, en nuestros sueños de la niñez? Desgraciadamente, no todos tenemos esa sensibilidad que - estoy convencido – sí poseen los que se dedican al arte de la chamanería, o los poetas, narradores, pintores, locos, relocos y todos aquellos que se deslumbran con el respirar mudo  de las palmeras o con el color de una rosa de color lila; o los que con su voz y su oído maravilloso crean tonadas llenas de matices, o los que se quiebran con el llanto de un niño, o los que descubren un arco iris de esperanza en el atardecer de sus vida; o los que, en resumen, entienden que los seres humanos somos la suma de universos.  Días mágicos o ensueños aparentemente serían la misma cosa. Unos dirían que los días mágicos son percepciones reales; otros, que los ensueños son de carácter onírico. Sin embargo, no estaría demás intertextualizar con Jorge Castillo Fan: ¿Hubo luna en nuestro sueño?, de su poemario Canción triste de cualquier hombre, con ¿Hubo ensueño en nuestro día mágico? Yo creo que hubo las dos cosas: ensueño y magia.

Dimas Arrieta
Convencido quedo, entonces, que el Dimas y su día mágico será parte de mis recreaciones mentales. Gozaré a diario o cuando a mi se me ocurra poner en escena esa noche extraordinaria, fecunda en palabras, poemas, música, cantos, poesía, arte, chacota y todo lo que uno pueda imaginar de una reunión de tantos matices. Y, desde luego, veré en mi proyector interno a Dimas en su faceta -para mí  desconocida- de cantautor; a Maruja, erguida en el centro de la reunión, dirigiéndola con su personalidad arrolladora por los caminos más intricados de las tertulias, confidencias y complots escapados de su fábrica de historias jamás contadas, y de vez en cuando cantando con su hermosa voz sus temas nacidos del sentimiento; a Pablo Bermúdez, acariciando la guitarra, arrancándole acordes de giros imposibles desde los cerros de Comas a las playas de Brasil con su bossa nova de entonaciones suaves y melancólicos; a Víctor merino, el piurano, el del oído absoluto, musicalizando con su teclado electrónico poemas de Mario Benedetti, Cesar Calvo, Juan Gonzalo Rose y, ya en el desborde del delirio extremo, regalándonos la humanidad y grandeza de Cesar Vallejo (¡grande eres Víctor!); a Alberto, acechando desde la ventana, resoplando con su cigarro alguna idea atravesada sobre algo que quiso hacer y que por dejadez dejó rodar al olvido, (¿Qué será?, ¡en una próxima noche mágica, de repente, se deje entrever tal como es!); a José Carlos, siempre dispuesto al diálogo, al intercambio y apoyo a las corrientes innovadoras, (¿quiso cantar?, no perdamos la esperanza ya lo oiremos, se presentarán nuevas oportunidades); a Harold, poeta y editor, ¿Quién otro podría fajarse para poner en valor a escritores provincianos dejados de lado por las editoriales limeñas?; a la amiga, misteriosa y de mirada escrutadora; y al amigo, sentado en posición pugilística, estudiando el momentos propicio para asestar sus golpes intelectuales, (¿Quién afirma que tres no son multitud?).

Veo, con tranquilidad, que las aguas están calmas y los espíritus sonrientes al saber que el desarrollo del mundo está en manos de los entendidos: ¡hemos triunfado! Dimas, hay días que quedarán grabados eternamente…Gracias a ti y a tu familia por darnos esa oportunidad.

Eduardo Borrero Vargas. Derechos reservados.

Escrito publicado en la edición Nº 63, mayo 2012, en la revista El Tallán Informa


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El “Undécimo” de Borrero

 Escribe: Dimas Arrieta Espinoza

Celebramos la publicación del libro de cuentos: Undécimo en su laberinto, de Eduardo Borrero Vargas. Historias financiadas por la sabiduría de tradición oral, donde se sienten los resuellos viejos y nuevos de azarosas vidas en personajes que persisten e insisten en mejorar sus destinos. No podemos negar que, la vida es una existencia e insistencia, y que la experiencia no es más que el no saber tropezarse con la misma piedra. Válganos pues, sitiarnos en una toma de posesión para tener una mira que nos ayude a tejer bien (nuestros pasos) en los caminos que transitamos.

Por supuesto, la literatura nos da esa solvencia para corregir y tomar las experiencias de otros y hacerlas nuestras y corregir nuestros destinos. Un libro, en especial de cuentos, siempre va a ser la fuente para beber inventarios espirituales o testimonios de vidas, recreadas en la ficción literaria. Por supuesto, tiene una particularidad, es ese evento maestro de invadir los predios de la trascendencia. Hondura humana y humana visión se hace del mundo, de la cotidianidad, de los sentimientos más vivos y vividos de la experiencia se reúnen para hacer esta “fiesta compartida” que viene hacer la buena literatura.

Carátula del libro
"Undécimo en su laberinto" de Borrero

En realidad, la literatura suele ser un bosque encantado de signos, de misteriosos símbolos, donde caben solo las emociones y las ilusiones humanas. Nada más honesto, por ejemplo, suele ser la poesía, un confesionario o acaso un testimonio de vida, de amor, de fe y de desamor. También otras fusiones y añadiduras en que viene dotado el ser humano a cumplir su misión en esta larga y a veces corta carretera que es nuestra existencia. La literatura involucra esas fronteras, propicia esos ríos de elevación que solo tiene un horizonte: la perfección humana.

Los libros de cuentos, en la historia de la civilización humana, ha servido de plataforma no para modelar ni perfeccionar las vidas de los habitantes de este planeta, no, pero sí han contribuido para que los seres racionales, (eso creemos), nos miremos, como en un espejo, lo hermosos y feos que somos los humanos. Conquista humana, es cierto, ha sido este gran género, tan antiguo como la existencia del mismo hombre, que no solo iniciaba a sus congéneres en los múltiples quehaceres al crear historias, sino, servían como faros de orientación para los náufragos.

Entonces, comprobamos que son los mismos sentimientos que exponemos, a pesar del transcurso y el inconmensurable tiempo transcurrido, no hemos cambiado, seguimos odiando, amando, confabulando contra quien compite con nosotros, por ejemplo, en el cuento “El laberinto de Undécimo”, el narrador omnisciente nos muestra a un personaje débil en su condición, y no porque sea un niño, sino porque son aquellos seres desprotegidos que nos muestra la vida. El narrador-enunciador, plantea el discurso desde un espejo retrovisor, la mira puesta en acontecimientos pasados localizados en la infancia.

El enunciador del discurso es duro, despiadado en adjetivos hacia las imperfecciones humanas: “Para esta gentuza, su conveniencia es primero. Aborrecen a muerte a las narraciones orales y desconfían de las fábulas, mitos cuentos que son parte de la tradición de los pueblos. A estos resabidos, que se les llenará la boca de apellidos y abolengos, también se les conoce como fantasiosos o salidos de la sombra. Y no tienen empacho ni vergüenza en suplantar la verdad”. Undécimo pertenecía a una familia de 11 críos, y fue un niño discriminado. Aquí aparecen los personajes principales existentes en un pueblo provinciano, el cura, el niño Undécimo y su madre.

Un niño que sobresalía en su colegio, con una inteligencia que no solo provocaba la envidia sino fue comparado con Lucifer al resistirse para hacer la primera comunión. Este cuento tiene muchas acciones y un solo acontecimiento: el nacimiento de Undécimo y su itinerario en una infancia conflictiva. Un final que busca resolver un conflicto y mirar desde los mismos hechos los orígenes que tienen los habitantes del pueblo, en especial el señor Forno.

En el segundo cuento: “El no nacido naturalmente”, el discurso se vuelve a estacionar en la infancia, se repite el mismo caso de un niño excluido, pero con diferencias notables al anterior, cuyo nacimiento deforme y no nacido naturalmente, antes de tiempo, el médico solo le dio semanas de vida, pero creció y se convirtió en el hazme reír de la población. Un discurso planteado desde la misma noria de la sabiduría, sobre todo que esconde la vieja moraleja que hay en los grandes cuentos populares. Un cuento cuyos hechos y acciones tienen su gran momento de enunciación en el recuento y balance de la niñez.

Por otro lado, el lugar de enunciación del discurso está marcado por la arquitectura lingüística, los términos y vocabulario que se manejan pertenecen a la Región Norteña de Piura, y en especial a un pueblo del interior de Sullana. También encontramos la ironía, el humor, y a veces la sátira bien controlada en el discurso. Otro de los puntos lingüísticos, por ejemplo, que encontramos, está en el desparpajo verbal, incitador y manipulador de la enunciación misma del discurso. Por supuesto, los temas lo obligan, la acción demanda el encontronazo de una palabra soez.

El tercer texto “Carta astral” dividida en tres capítulos y medio de un brujo fracasado a otro brujo fracasado pero globalizado por la salvación de un alma profana, texto en su esencialidad irónico, donde se percibe la sátira desmedida atragantándose la historia misma. Otra racionalidad impera y es la que se encuentra en el modo de ver la vida desde el chamanismo. Un texto único, a veces carta, relato, testimonio de una enemistad. Un discurso híbrido, pero dentro de una organización temática. En esta planicie textual se nota un combate entre ambos brujos, donde dejan a relucir un sincretismo cultural, religioso y un mestizaje de creencias y costumbres que al final no es más que una exploración hacia el misterio mismo de la vida y el cosmos.

El cuarto texto: “Miércoles de ceniza”, la temática es muy andina, la lucha e importancia de la tierra, vista como una hembra, por lo tanto por esa fecundación y fertilidad es un símbolo sagrado. Por eso, “Las tierras son como las mujeres recias, te resarcirán con buenas cosechas si las cultivas con dulzura y amor; y si las maltratas, de puro resentimiento y recelo te castigarán con cosechas de puras chamizas y ramas secas que a duras penas servirán para mantener vivo el rescoldo”. Mientras el cuento final “El escritor que jugó a ganador”, se cuenta los beneficios y fracasos de los escritores, sus apuestas y los logros conquistados. Son logradas historias, por supuesto, que tienen que ver con el mismo oficio de un artista.

Las cinco historias están fundidas en el jugo de la experiencia misma que nos da la vida. Hay huellas de la oralidad, sonido atractivo y sabio que impone la tradición. Por este motivo celebramos esta entrega de Eduardo Borrero Vargas, narrador piurano, cuyas historias nos han impuesto el manifiesto certero de contar una buena historia, cuya fortaleza es la sabiduría que viene rodando de generación en generación.

Escrito publicado en la edición Nº 61, abril 2012, en la revista El Tallán Informa

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Las insalvables contradicciones históricas

(Rescatando a Sullana)

Los sullaneros vivimos aturdidos y zarandeados por personajes que dicen conocer la historia al dedillo, y no hay forma de sacarles la vuelta o voltearles el pastel. Cada uno de ellos se escuda en cartelones enormes, señalando: “No acercarse los mediocres, somos los únicos que hemos bebido Historia”. Enorme es su desfachatez, y reducidas sus capacidades deductivas. La historia de la conquista está muy manoseada. Para peor, no hay contrastes y, por ello mismo, las cosas están contadas a medias. Unos dirán: ¿Y la Hermenéutica? Pero, ¿de qué nos sirve la Hermenéutica si el devenir histórico está roto y la conciencia histórica dividida? Y esto se evidencia en la ligereza con que se estudia e interpreta la conquista. Así, constatamos que muchos historiadores sacan pecho y brillo, pavoneándose por sus lecturas de las crónicas de la conquista, en su mayoría escritas con mala intención, distorsionando y opacando miserablemente la etnia Tallán -resalto el término etnia y no indígena o in dio, por respeto a los antepasados-, precisamente por carecer de escritura. Desventajas o hándicap histórico. Suertudos los conquistadores.

Podría extenderme, páginas sobre páginas, tratando de descubrir el camino que nos conduzca a crear mesas de concertación, empujando sutilmente hacia ellas a los historiadores reacios y desconfiados para que, en un arranque espontáneo de sinceramiento, lleguen a una especie de armisticio y nos den, de una vez por todas, la satisfacción de verlos unidos en una corriente cívica y de mea culpa histórica, nunca antes vista y -de relancina- soltarnos unas palabritas o escritos de alivio, que no les cuesta nada. La historia de Sullana no comenzó ayer ni anteayer, ni la semana pasada ni en el milenio, sino que rebasa el tiempo. Tan cierto es esto, que ya estamos concientizados para levantarnos en masa contra quienes traten de detener, deliberadamente, su crecimiento armonioso y natural. Digo natural porque el tergiversar el pasado es un grave pecado, es como hipotecar el futuro, a espaldas de un pueblo inocente. La inteligencia, muchas veces, es utilizada como herramienta de maldades. Cuidémonos de eso.

¿Cómo podríamos catalogar o calificar a ese personaje que busca desbocadamente asegurarse que una calle del pueblo lleve el nombre de un conquistador que -afirma- que fue el primer alcalde de Tangarará? Qué generoso el voluntarioso hombre para regalar calles que no son suyas. Sin embargo, ese ataque de generosidad súbita, ¿por qué no la encamina para que una de ellas lleve el nombre Lupú -de la etnia Tallán-, que fue alcalde cuando en Sullana se declaró la independencia? ¿Acaso porque era Tallán no se merece honores y aplausos? Recalquemos con orgullo: así lo dispuso la Providencia, que Sullana fuese una reducción indígena y, aunque esta gracia divina les carcoma a los piuranos -no a todos, porque en ese pueblo tengo muy buenos amigos, inteligentes y generosos- y, otro tanto, a los historiadores, esto nos permitió criarnos en libertad y desarrollarnos sin ataduras. Los atavismos, a veces, son un peligroso lastre para el desarrollo. Por eso, no me cansaré de repetir hasta que mi voz se apague: ¡Gracias Dios mío, tu magnificencia ha permitido que Sullana sea una ciudad inclusiva, digna, abierta y eterna!

 Sospecho que, por ese lado, viene las avalanchas y aprovechamientos: al ver a Sullana abierta y sincera, nuestros vecinos piuranos, al vernos debiluchos -según su percepción-, se aprovechan para endilgarnos sumas de sumas de historietas, cada una más tirada de los pelos que la otra. No tardarán, de eso estoy seguro, en jugar con las latitudes y afirmar que Tangarará no estuvo en el rio Chira sino en el rio Piura. Pero lo que ya linda con las alucinaciones extremas es aquella en que uno de estos personajes insinúa que Sullana debiera separarle una calle, y no una calle común o un insignificante callejón, sino una amplia avenida de punta a punta. Mi pregunta va, entonces: este personaje, ¿por qué no se lo pidió, siendo piurano, a los piuranos? ¿O es que no tiene los suficientes merecimientos para pedirlo; o es que, al tenerlos, no lo hace por timidez; o, ¿es que los piuranos mal intencionados le dan la espalda? ¡Qué dilema para este hombre que, de tanto andar peregrinando y tocando puertas sordas, lo puedan tomar como un pedigüeño! Esperemos que las peticiones de este señor no tengan eco y sus correlatos, que deben abundar en nuestro pueblo, no se empecinen y nos obliguen a cargar despiadadamente sus gracias y benevolencias. ¡Señores, Sullana es de todos y de nadie en particular! ¡Tengamos sumo cuidado de aquellos correlatos que andan en la búsqueda de glorias falsas¡

No crean que soy un hombre reacio a la Historia ni que ando peleándome con los historiado- res, ni que estamos a cuerdas separadas, ni -mucho menos- en posición de pelea. No y ¡no! Lo que buscó es la sobriedad que deben de tener al momento de analizar la conquista, en cuanto a lo que nosotros nos toca como región, en la que, por primera vez, chocó el mundo occidental de larga data -con escritura- y un mundo totalmente desconocido, no registrado en un Atlas de esa época, sin escritura. Es bueno recordar que, desgraciadamente, por estos lugares, al menos en la nación Tallanca, no había nada escrito. Pero no por eso era una sociedad incomunicada o salvaje: tenía sus propios mecanismos de equilibrio y códigos de conducta. O sea que no es una afrenta ni insulto reconocer que antes de la conquista, acá, en el Perú, no había escritura. Fantaseemos, es un buen ejercicio fantasear: si acá, en el continente americano, hubiese habido una biblioteca como la de Alejandría, en la que se hubiesen reunido -antes de la conquista- tomos o volúmenes escritos de historias de las civilizaciones antiguas, los cronistas, tan veleidosos y distorsionadores de las verdades, no hubiesen tenido cabida. Entonces, quizá, la historia tendría otro sentido. Finalmente, sobre esto no voy a transigir ni retroceder un milímetro. Seguiré en mi trece: terco y firme como un tronco, defendiendo los fueros de una verdad histórica. Unidos busquemos la grandeza de Sullana.  

Eduardo Borrero Vargas. Derechos reservados.

Escrito publicado en la edición Nº 59, febrero 2012, en la revista El Tallán Informa

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¡La Capullana del Chira todo lo sabe!

Una mujer llamada 
“Capullana del Chira”

Podría iniciar este artículo a modo de fábula o cuento, donde la imaginación libre transite por los escenarios de una imaginación rayana a los extremismos fantásticos. Algo así como convivir en una supuesta obra teatral en la que, a cada uno de los personajes, sin motivo aparente, se le dota de una piedra invisible para tirarla a mansalva a los demás, con el solo ánimo de destruir o de callar al que está enfrente. En este tipo de obra nada es entendible: toda en ella es un absurdo en el que ni siquiera importa el final, ya que carece de argumento y los actores no tienen un papel determinado. Todo es válido en ella. La verdad se convierte en infierno; y la mentira, en paraíso.

El solo hecho de crear para el hombre es de por sí un acto de sacrificio, muchos por crear han muerto en las hogueras. Esto lo vivimos en carne propia y lo palpamos a diario con el monumento a La Capullana. Tarde o temprano caerán sobre ella dantescas sombras sin rostro de élites autollamadas intelectuales. O saldrán, iracundas, en hileras y con velas mortecinas, a morderla ferozmente, como si en cada mordiscón se aliviaran al descargar sus frustraciones. O, tal vez en un descuido, saldrán con sus picos y lampas a destruirla con el pretexto que son los únicos defensores de la estética y que ellos, poseedores del arte, la levantarían a su imagen y semejanza. Gracias a Dios que la mayoría de los sullaneros no razonamos de esa forma. Somos seres privilegiados, equilibrados y creativos. Felizmente, las diferencias saltan a la vista.

Cuando se inauguró La Torre Eiffel, el año 1,889, un grupúsculo de intelectuales salió a protestar por esa monstruosidad de fierro. A La pobre torre casi se la traen abajo, y - por un pelo - el desdichado Eiffel casi termina con sus huesos en la cárcel. Ahora, la torre goza de buena salud, es el símbolo de la grandeza de Francia, y el transgresor Eiffel quedó registrado en la historia como un gran revolucionario de la construcción metálica y estética. ¿En qué terminaron los detractores? Suponemos que, por sus intransigencias, avergonzados y sin ánimos de seguir en el juego de la vida.

Sullana también ha sido testigo de grandes metidas de pata. El 17 de noviembre del año 1,926, el alcalde de entonces, Jacinto Vargas Ladines -mi abuelo materno- invitó al señor Enrique López Albújar a participar en el homenaje que el Concejo Provincial de Sullana le ofreciera a don Miguel Checa y Checa, en el que se le declaraba como benefactor del pueblo de Sullana. En ese día histórico, el señor López Albújar dio lectura a su discurso, en cuya parte final dice: “y cuando, al correr de los tiempos, los evocadores de nuestra historia regional vean surgir por el histórico valle de Tangarará, primero el séquito de nuestros caciques indolentes y a nuestras hombrunas Capullanas; después, el épico desfile del conquistador audaz…” (Pag. 19 revista NORTE Número 3 de octubre 1957- José Vicente Rázuri, don LATA). Metidas de patas y de las grandotas. Imaginémonos a La Capullana hombruna, tal como la vislumbra el señor López Albújar. La lluvia de críticas no se hubiese hecho esperar, reclamarían desesperados: oiga, un momentito, ¿nuestra Capullana no era hermosa? Y ahora que es hermosa, pareciera que tanta belleza les incomodara: ¿no le parece que es demasiado sensual? ¿Cómo entender al género humano?

Lo que no entienden, y creo que nunca lo entenderán, sobre todo aquellos que la quisieron encasillar en el pasado -atornillada en una huaca rodeada de frisos ajenos, como si La Capullana del Chira fuera un ente alejado de los quehaceres de su comunidad-, es que el mensaje que se ha querido dar con ese bello monumento es la imagen de una mujer libre, armoniosamente integrada a su entorno: manejadora de su destino, asertiva en sus decisiones, con actitud de mando y mente positiva, lo que es posible en las mujeres nacidas en el norte. Ya es tiempo que desterremos para siempre las representaciones pasivas y llorosas de esa mujer luchadora con atuendos negros, como si vivieran un luto infinito. Por favor, que lo detractores asolapados, con piedras invisibles a la mano, salgan a la luz, den la cara por su propia salud; de lo contrario, terminarán germinando odio, y el que germina odio se atraganta hasta asfixiarse. Vivir en medio de estas tormentas es envejecer el espíritu; y el espíritu, por su esencia, debe ser jovial y abierto a la renovación. No seamos rumiantes regurgitando la eternidad del odio sin sentido.

Ruego encarecidamente dejar tranquila a la bella Capullana del Chira, dejémosle su espacio vital para que se desarrolle. Asumamos que ella es ajena a las habladurías. Por lo tanto, démosle la oportunidad de vivir nuevamente en lo que antes fue su universo. De muy lejos la hemos rescatado, de la noche del tiempo, afirmaría. Ha mis oídos han llegado rumores extraños de gente veraz. Dicen que la Capullana, a las doce de la noche de todos los jueves de todas las semanas, baja de su pedestal con su perro viringo. La han visto caminando por la loma de Mambré, bajando al río a reunirse con sus mayores, a cantar canciones enternecedoras, a reír, a cuchichear y a bailar en corro cuando la luna está llena. Otros aseguran que ella ya sabe quiénes la quieren destruir. Entonces, quedan avisadas aquellas personas que fungen de aves de mal agüero, vaticinadoras de cataclismos monumentales: La Capullana del Chira es más que un simple monumento. Es una alegoría a la pujanza, inteligencia y libertad de la mujer que supo llevar sobre sus hombres los destinos de una comunidad.

Aquel que se le ocurra ponerle una mano encima a La Capullana del Chira recibirá el desprecio y se hundirá en el abismo de la historia hasta borrarse de la faz de la tierra. No olvidemos que las mujeres norteñas tienen sus formas y detalles para castigar a los que las ofenden.

¡La Capullana del Chira todo lo sabe!

Eduardo Borrero Vargas. Derechos reservados.

Escrito publicado en la edición Nº 57, enero 2012, en la revista El Tallán Informa

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La Peruvian y las trece peañas del fogonero Smith

 Eran las doce del día lunes doce de abril del año 1899. El comisario de Sullana, Capitán Eulogio Peche Pereche, se dirigía a la fonda El Parlamento Dorado que estaba a cuadra y media del puesto de la gendarmería. Cruzó la plaza de armas y ganó la bocacalle de los Tres Suspiros. Desde ese punto, solo cincuentaicuatro zancadas lo separaban de su objetivo. Avanzó a pasos firmes, aprendidos en la escuela de gendarmería. Aún le resonaban en las orejas los gritos destemplados del instructor: ¡a un buen oficial se le reconoce de lejos por su porte marcial! Métodos infalibles, para engrosar el ego y ganarse el respeto de los ciudadanos. Sin esta actitud, ¿cómo diablos manejar a la comunidad? Con estos pensamientos alcanzó la puerta de la fonda y al fondo divisó la mesa donde diariamente a las 12:30 pm de cada día, satisfacía sus hambrunas. Cerró los ojos, y en una fracción de segundo vio reflejado el rostro de su mujer tal como la había visto un día antes del desgraciado accidente en que perdiera la vida, destrozada por las ruedas chirrionas de un tranvía alocado por la calle de La Encarnación en Lima, cuando él estaba destacado en el cuartel de Monserrate cerca a la estación del ferrocarril. Veinte años habían pasado desde esa fecha infausta. Ahora con cuarentaicinco años, se veía en un espejo adosado a la pared, algo incómodo, como si él mismo se hubiera descubierto en una actitud sospechosa. Una voz del fondo de la cocina lo sacó de su ensimismamiento:

-  Buenas tardes, Capitán Eulogio. ¿Desea servirse? El almuerzo está listo.

- No, aún no, mozo Treviño. Esperaré unos minutos al alcalde. Tenemos temas importantes que tratar. Por lo pronto, ¿podría servirme una soda helada? - le encargó amigablemente el Capitán.

El mozo Treviño ya debe frisar los veinticinco años. Cuando yo llegué a Sullana él era un joven inexperto de no más de catorce años. Restando y sumando - calculó sin apresuramientos – ya han pasado once años. Once años sin respiro en este lugar, sofocado por el calor y los zancudos, pero no tan malo ni tan bueno que se diga. No había necesitado casarse, no porque le hayan faltado partidos sino por el pavor a enviudar nuevamente. Muchas veces la soledad lo empujaba a buscar resuellos aliviadores; y María Remedios, era una de ellas. Vivía en la calle de Las Cadenas aunque últimamente no la visitaba porque se le había puesto quisquillosa con eso del matrimonio. A menudo con sus amigotes, enrumbaba por las afueras del pueblo a explorar en los salones de la Sedana o de las Mariquitas, experimentadas querendonas de la calle Del Ferrocarril que con licor, bailes y pianola alegraban sus espíritus alicaídos. Su vida no era tan rutinaria. Los delitos urbanos y rurales, como él los había clasificado, lo despercudían de vez en cuando de su apatía diaria. Eso le permitió vivir holgado ya que la cantidad de ahijados, comadres y compadres, que él iba sumando sin limitaciones en sus visitas al interior de la provincia, lo abastecía de animales gordos, frutas frescas, granos, vestimentas, polainas y monturas que lucía gallardamente en las fiestas patrias. Carcelén, su ayudante, se esmeraba en abrillantarlas todas las tardes. Instintivamente bloqueó su mente y vio al alcalde Jacinto Vargas acercándose rápidamente:    

- Buenas tardes, señor alcalde - se apoyó sobre la mesa y con un ademán cortés le señaló la silla - Tome asiento.

- Gracias. Disculpe el retraso. Los deberes de la alcaldía son primero. ¿Cómo van las labores policiales?

- Al momento, con altibajos. Figúrese que mis oidores andan entre las sorderas y las somnolencias. No sé qué les pasa. En fin, las comadritas y los ahijados suplen esas deficiencias. Oiga, Vargas, ¿por qué la gente deja todo para los días lunes? 

- ¡Vaya pregunta insólita! Verá usted, a eso se le llama dejadez humana.  

- ¿Y qué es lo que propone, amigo Vargas?

- Bueno, a la ciudadanía hay que persuadirla de que todos los días de la semana son lunes. Y eso se logra con programas educativos o con letreros colocados en lugares estratégicos. Quizá no alcancemos la gloria, pero bastaría que una parte de la población tome conciencia que la eficiencia reditúa; y eso, ya sería un triunfo.

- Ayudemos, amigo Vargas, sin involucrarnos. Tomemos esa dirección. Las imposiciones son peligrosas. Para mi parecer, los días lunes los creó el diablo.

Miró el reloj y el puntero implacable marcaba la 1:30 de la tarde, había transcurrido una hora desde que comenzaron a almorzar. Cerró una vez más los ojos y recordó el día viernes 12 de febrero pasado en el que le habían alertado, en el salón de la Sedana, sobre la misteriosa desaparición del fogonero de los trenes de la Peruvian Corporation. Hijo del mecánico Smith, súbdito de la corona inglesa, con una moza de Viviate. En trece pedazos lo descuartizaron, murmuraba la gente, pero el Capitán Peche Pereche no se tragaba esa habladuría ya que al momento no le habían mostrado un solo trozo del occiso. Lo paradójico de esta situación es que mientras la Peruvian Corporatión reportaba un desaparecido, la imaginación desbordante de los lugareños lo daba por muerto e insinuaban olores fétidos de carne humana en trece lugares del pueblo. Situación complicada, ya que en la justicia prima lo del cuerpo del delito. Y sin cuerpo presente, ¿a quién acusar? - analizaba mentalmente el Capitán Eulogio. Se sentía arrinconado porque hasta los reportes, que leía puntualmente a la siete de la mañana de cada día en su arreglado y limpio despacho, los trece gendarmes enviados a dar fe de estos hechos afirmaban que los olores no eran de carne humana sino de flores olorosas provenientes del jardín del señor Saavedra que tenía en el Alto de la Paloma, a cargo del jardinero español don Rosendo Peña, especialista en flores exóticas.   

- Capitán Eulogio, pueda ser que los lunes sean creación del diablo. Acepto… ¡Oiga! ¿Algo tiene? Lo percibo lejano.

- Disculpe, amigo Vargas, es que los asuntos sin resolver a uno lo mantienen distante y con la mente atiborrada de ideas descabelladas. Coincidimos con lo del diablo. Los lunes son fatales. Las cosas caerán por su propio peso.

Las cosas caen… ¿Cómo no se me ocurrió antes? - le puso énfasis a esta reflexión. Y regresó a mirar las manecillas del reloj, había pasado apenas un minuto. Miren pues – recapacitó - un minuto robado a Vargas y he transitado un universo. La mente humana no tiene límite de tiempo. Pero en la vida real, ¿Qué explicación medianamente razonable se les podría dar a los vecinos? Si cuando inspeccionamos los sitios denunciados, ya sea el gendarme de la calle de La Media Luna, como el de los enviados a la calle Real, la calle Del Comercio, la calle de Los Curas, la calle de Las Cadenas, la calle del Desagüe, La calle del Ferrocarril, la calle de Los Aguateros, del Alto de la paloma, de la Pampa de la gallina, de La loma de Mambré y de La Bocatoma dónde abrevan los burros y las cabras, reiteran: acentuado olor a flores.   

Antigua calle del Ferrocarril, hoy Av. José de Lama
- La perfección no existe, amigo Vargas

Quién sorprendido dejó de lado el vaso de agua y lo miró directamente a los ojos tratando de descubrir el porqué de esa respuesta salida de contexto, pero sin ánimos de crear una atmósfera densa entre ellos, atinó, no sin antes toser, a contestarle vagamente:

- Si en verdad, la perfección absoluta no existe.

- El crimen perfecto tampoco – replicó el Capitán.

- Se refiere a la misteriosa desaparición del fogonero Smith.

- Sí. Imagínese, los vecinos denunciando olores fétidos y los gendarmes reportando lo contrario. 

- ¿Y qué hay de los últimos rumores? Dicen que los miércoles y viernes, a las doce de la noche en punto, la tornamesa del patio de maniobras de la estación del tren gime trece veces, desgarrando el silencio de la noche, como si sus tripas de acero las lacerara el demonio. ¿Cuál es el manifiesto de los agentes, Capitán?

- Trece mugidos de toros bravos provenientes del corralón de la estación. ¿Cómo conciliar estas contradicciones? He revisado las crónicas policiales y no hay un solo caso que medianamente se acerque a lo que estamos viviendo. Si reporto a las jefaturas estas incongruencias, ¿cuál sería su lectura? ¡Estoy en un callejón sin salida! ¡Qué bochorno! ¿Existen los milagros, amigo Vargas?

Esta vez presintió que el reloj y sus manecillas le jugaban una mala pasada. Dudoso volteó a mirarlo y el maldito aparato permanecía estático. De pronto todo se le hizo confuso y sintió que una mano invisible lo tenía sujeto a la silla. El tiempo se había detenido. Perdió de vista al alcalde Vargas. Vio su cabeza flotando en el centro de la fonda y sus piernas tratando de escapar por la puerta, en dirección a la calle. Se había disgregado. Pasado un rato, otra mano lo sujetó del hombro y unas voces conocidas le despertaron de esa pesadilla. Ante la invasión de su espacio mental trató de recomponerse y enfrentó la realidad de la que él en un momento de debilidad había tratado de huir. Eran el diputado Cesar Antonio Leigh y don César Morales dueño de la fonda, juntándose a la mesa. Quienes después de saludar amablemente al alcalde y al Capitán, les manifestaron su preocupación sobre el crimen aún no resuelto.

- Justamente estamos en esas cavilaciones. No hay crimen perfecto. Pronto veremos el desenlace. Hay puntos que no concuerdan. Es como si el difunto se burlara de nosotros. Hay una especie de histeria colectiva. Me acaba de avisar mi auxiliar Bardellini que a los vecinos de La Calle Del Desagüe no los dejan dormir trece fantasmas que arrastran cadenas a las doce de la noche. Esta noticia es fresca y les aseguro que los trece gendarmes nombrados, para constatar esta incidencia, reportarán: falsa alarma. ¡Qué incongruencias, diputado Leigh!           

- Y a todo esto, ¿qué dice la familia del fogonero?

- Diputado Leigh, de qué familia habla si no la tiene.

- Pero, el amigo Morales, afirma lo contrario. - añadió el diputado Leigh.

- Sí, Capitán Eulogio, lo oí de la boca de mi comadre Encarnación. El inglés Smith dejó un hijo, antes de embarcarse en Paita rumbo a Valparaíso. Amigo Vargas, ¿por qué no lo averiguan en el pueblo de Viviate?

- La alcaldía nada tiene que ver en esto. Más bien, el Capitán nos puede confirmar si lo ha hecho o no. Además, amigo Morales y diputado Leigh, seamos sensatos, no podemos inmiscuirnos en las labores policiales.

- Trece veces, ida y vuelta, he enviado a la estación del pueblo de Viviate a trece agentes, uno por día para evitar acomodos en los informes. Trece agentes reportando, durante trece días, lo mismo: Madre niega hijo, afirma que no sabe lo que es parir. El gobernador corrobora que mujer perdió la razón por las trece purgaciones y las trece dosis de San Pedro a que la sometió el brujo llamado “mano santa”. Brujo no fue hallado para completar las pesquisas de ley. Trece, trece, trece y trece. Amigos, ¿no se dan cuenta que detrás de ese número fatídico hay una conjura?  

El alcalde Vargas, el diputado Leigh y don Cesar Morales se miraron entre sí. Carraspearon las gargantas fuertemente tratando de advertirle con ese sonido disonante su disconformidad a lo oído. ¿Qué nexo podría haber entre las conjuras y los muertos? El diputado Leigh se les adelantó:

- ¿Estamos jugando a los acertijos?

- Por supuesto, amigos. Alguien ha contratado un brujo. Y ese alguien tiene que ver con este juego – insistió el Capitán.

- El trece es el número de la muerte - añadió el alcalde Vargas.

- Y si el trece es el número de la muerte la solución habrá que buscarla en el cementerio – retrucó burlón el señor Morales.

¿Por qué no me han de creer, si las evidencias saltan a la vista? - reflexionó para sí el Capitán. Se reacomodó en el respaldar de la silla y saltó a su memoria la figura del administrador de la estación: alto, de rostro hierático, vestido de impecable lino blanco, escarpines y sombrero de fieltro oscuro, caminando solemnemente con su bastón de puño de plata por la calle Del Comercio en dirección al Banco del Perú y Londres. Durante años lo había visto a las 11.00 de la mañana, de lunes a sábado, en esos ajetreos. La asiduidad desmedida ya no es una cualidad, sino un defecto. Como buen sabueso, el Capitán Peche Pereche, había olfateado que debajo de esa cobertura algo olía mal. Siguió razonando - cada vez más centrado en los pequeños detalles - y de sopetón soltó lo que en ese preciso instante se le cruzó en la mente como un rayo de inteligencia:

- Y a todo esto, ¿alguna vez hemos conocido o visto a ese tan afamado fogonero Smith?

La pregunta a boca de jarro tomó desprevenido al alcalde Vargas, al diputado Leigh y al señor Morales. Los tres se miraron y no atinaron a dar una respuesta inmediata. Habían enmudecido ante tamaña verdad. Jamás lo habían conocido. Y como si hubiesen leído los pensamientos del Capitán saltaron como impulsados por un resorte.

- O sea que usted, Capitán, insinúa que no es más que un personaje ficticio creado por una mente torva. Entonces, a que nos enfrentamos, ¿a una mente desquiciada o a un desgraciado estafador? - sostuvo el señor Morales.

- Todo apunta al administrador, amigos. Lo he seguido disimuladamente en su peregrinar diario a la agencia del Banco del Perú y Londres.

- ¡Desfalco! Ya entiendo el llanto de la Peruvian pidiendo al gobierno le otorgue subsidios vitalicios, pretextando, que la operación de la empresa no es viable. Algún vivo les adulteró las planillas de ingresos y egresos - arguyó el alcalde Vargas.

- Hay argumentos de sobra para poner en orden a la Peruvian y que ellos asuman las consecuencias. Eso lo veremos en Lima. Pero acá, en el pueblo, ¿qué haremos mientras tanto? Para la población hay un muerto de por medio – acentuó el diputado Leigh.

Eran 5:45 de la tarde. De golpe sintieron un viento que casi los barrió de la mesa. Detrás del viento inusual apareció un desgreñado voceador de diarios anunciando: ¡La Voz del Chira! ¡Administrador de la Peruvian fuga a la Oceanía! ¡Trece marranos alados vuelan por la pampa de La Gallina!

- ¡Que Dios nos agarre confesados! - exclamó asombrado el señor Morales.

- ¡Carrington, el administrador está detrás de esto! - se sumó el alcalde Vargas.

- ¡No, es la Peruvian ocultando sus deficiencias! - acentuó el diputado Leigh.

- Sí y no. El administrador fugado es el gran incordiador…

Y otra vez el mismo voceador de diarios los interrumpió: ¡La voz del Chira! ¡Última edición extraordinaria! ¡Milagro! ¡Aparecen trece peañas en el camino a Querecotillo en memoria del fogonero Smith!                   

Cruzaron sus miradas, no hubo entre ellos más que una sola certeza, el administrador inglés les había ganado la partida. Los cuatro tendrían que cargar con ese muerto nunca muerto; mientras que el fogonero Smith quedaría grabado en el imaginario popular. De pronto sintieron la necesidad imperiosa de fijarse en el reloj, marcaba las 6.30 de la tarde, mientras a lo lejos la campana de la Iglesia tañía trece veces… 

Eduardo Borrero Vargas. DERECHOS RESERVADOS.-     

Nota.- Mi reconocimiento a Miguel Arturo Seminario Ojeda por su inmenso aporte a Sullana al redescubrir nombre de calles, lugares y rincones enriquecen nuestra identidad que sin estos datos no hubiese podido recrear algo que pudo haber sucedido en nuestro pueblo.

(Narración publicada en la revista El Tallán, edición Nº 50 - Sullana - Agosto del 2011)