A María
Elena, la busco en el mundo de los espejos. Esa sensación de búsqueda
compulsiva me persigue de un tiempo atrás. No hace mucho, confieso, pero ahí
está con todo su poder pidiéndome que no salga de su mundo. La busco a diario,
por algo que no logro precisar. Sé que está presente y, desde un ángulo
imperceptible de ese espejo de profundidad infinita, me aguaita y yo me hago el
desentendido para no ahuyentarla. A veces, de reojo, la veo bien centrada, jugando
con sus dedos, como si algo misterioso quisiera ocultar. En este juego hay
cosas inexplicables, reconocería su voz, sus gestos y su delicado perfume,
procedieran de donde procedieran. Su figura me es inconfundible, de eso estoy
plenamente seguro. Sin embargo, hay dudas que me inquietan, ¿nos conocíamos,
antes de nacer? ¿Existe esta posibilidad? ¿O es que de pequeños nos
entreteníamos jugando al dime quién eres y te diré quién soy?
A menudo,
imagino o pienso a haberla escuchado, en medio de nuestra euforia infantil, que
ella venía del sur, señalándome con su dedo las puertas abiertas
secuencialmente en el interior del espejo. Es un lugar maravilloso a miles de
kilómetros al sur, me recalcó, para que no lo olvidara. En él, la miel brota de
las remolachas que nacen espontaneas de la tierra. Enmudecí. Recién supe que
del norte lo sabía todo; del sur nada. A veces, también ella entraba en
mutismos prolongados; sin razón aparente. ¿Temor? ¿Dudas? ¿Un mundo creado
artificialmente? Y me lo dijo con la mirada, ¿qué pasaría si un malvado arroja
una piedra y rompe el espejo? ¿Dejaríamos de existir? ¿Tienes la respuesta?
¿Seguiríamos jugando?
Con el
dedo índice sobre mis labios, le pedí silencio. Mira, ¿cómo podrían romper el
espejo, si el espejo rota de lugar constantemente? Además, que quienes circulan
frente a él viven tan absortos en su mundo externo, que ni sospechan que dentro
de los espejos hay vida. Son ciegos y no conciben que hay mundos paralelos. Lo
bello radica, recuérdalo, que al vivir en este sitio no envejeceremos. Nos
veremos reducidos a lo que somos un: par de niños, jugando a ser adultos. ¿Te
parece bien? ¿Estás más tranquila? Pero, dime ¿cómo me encontraste? ¿Por qué
tendría que ser yo? ¿Tienes respuestas?
Esos
temores, ahora se han replicado en mí, y no es que me falte el valor de seguir
en ese estado de flotabilidad. Sino que, al romperse esta burbuja mágica, no
sabría cómo ubicarte y me quedaría huérfano, solitario, departiendo con mi
propia sombra. Como un ente parasitario. Sin metas, ni esperanzas. Rodando en
círculos concéntricos, hasta caer atraído al núcleo negro. Y ser absorbido por
densidades abrumadoras, donde todo es oscuridad y amargura. Si esto sucediera,
¿me salvarías sujetándome con tus pequeñas manos? ¿Lo prometes? ¡Ojo que es un pacto
de honor! Eso es lo que me preocupa, el vivir alejado del mundo presente sin
que a nadie le importe. Entonces, si este es el camino, ¿qué le vamos a ser?
Vivir, sólo vivir, hasta rebasar los horizontes para buscar paraísos
escondidos, donde jugaremos a las escondidas. ¿Verdad?
Lo único
que temo, María Elena, es que este sueño de los espejos, sea consecuencia de
otros sueños soñados en otros espejos. Temo que otros estén en fila reclamando
y se les ocurra molestarnos para insertarnos en ellos, como si fueran ensueños
entremezclados, manejados por manos ajenas, con la finalidad de hacernos perder
la razón y someternos a sus designios y hacernos daño. ¿Tan importantes
seremos? ¿Será envidia? De lo que sí estoy seguro, debemos aceptarlo, es que
los que viven fuera de los espejos no saben que dentro de ellos se es niño. Por
eso te pido que permanezcamos aquí; si salimos, el tiempo cronológico nos
avasallará. Este es nuestro rincón.
¡María
Elena! ¿María Elena? Te me estás yendo, ¿adónde crees que vas? Si tomas ese
camino, no te volveré a ver. Sé que tus padres te llaman, apresúrate. El camino
de regreso ya lo sabes de memoria. Yo te esperaré, ten la plena seguridad, ya
soy parte de este espejo; sin mí, él también morirá.