A Jesús de Nazaret, le contaron
su padre José y su madre María, que le pusieron ese nombre porque había nacido
en un pesebre, un veinticinco de diciembre, de hacía ya una buena cantidad de
años. Él aceptaba con humildad su pobreza y, la verdad, que eso no le
molestaría, sino fuera por los muchachos de su pueblo, que al verlo andrajoso
lo lastimaban con execración por andar suplantando al verdadero hijo de Dios. Y
que él supiera nunca quiso suplantar a nadie, a menos que sus padres lo hubiesen
engañado con la fecha de su nacimiento, pero eso no era posible porque sus
padres serían incapaces de tremendas patrañas. De modo que, si le dijeron que
había nacido un veinticinco de diciembre, para él era más que suficiente,
porque sus padres no tenían necesidad de andar cambiando o inventando fechas de
nacimiento. Que eran pobres, eso no era discutible, pero tampoco era un delito
como para ir burlándose de su pobreza a cada rato y todos los días del año.
Por las noches, para evitar que
le cierren las puertas en sus narices, se dirigía a su cueva de la loma de
Mambré donde dormía en paz con un burro y un buey. Una noche, sin saber de dónde,
apareció un hombre barbudo de buena envergadura y Jesús de Nazaret se puso de
lado y lo invitó a pasar a su desaliñada covacha. Y el hombre, parco de
palabras, preguntó, sin preámbulos: ¿Qué es lo que más te gustaría
regalarle al pueblo en que naciste? Y Jesús de Nazaret le contestó incrédulo:
¡Una verdadera Noche Buena0! Y el visitante se levantó y se perdió
entre los velos de la noche. Esa noche durmió de largo y bajó al río casi al
mediodía, para proveerles de agua y alimento a los animales. Por alguna razón
inexplicable, el visitante había sembrado en su corazón la inquietud de los
regalos. Aunque faltaban unos meses para llegar a esa fecha, esa inquietud fue
acrecentándose según se aproximaba la Noche Buena.
Por la fuerza de la costumbre,
más que por voluntad propia, no dejó un día de acercarse al pueblo, con la
esperanza jamás perdida de ver, aunque sea un mínimo de bondad hacia a su
persona. Por el contrario, el rechazo fue mayor y él tratando de pasar
desapercibido se ocultaba tras los árboles, tapias y a veces por las dunas que
circundaban el pueblo. Y en una tarde calurosa, cuando la fecha de la Navidad
estaba más cercana, lo rodearon en el centro de la plaza principal y le
preguntaron burlonamente: Tú que afirmas que eres Jesús de Nazaret, ¿qué
regalo nos darás para la Navidad? Y Jesús de Nazaret, recordando lo dicho al
visitante, les contestó: ¡Una verdadera Noche Buena! Y a sus espaldas
escuchó risotadas burlonas que se fueron desparramando por los arenales y
golpearon la cueva de la loma de Mambré, donde el buey mugió de dolor y el
burro rebuznó de impotencia, ante tanta inequidad.
Llegó el veinticinco de diciembre
y el pueblo amaneció lleno de nieve y de árboles de Navidad adornados de luces
brillantes y tintineantes. Luego aparecieron los Tres Reyes Magos repartiendo
los más hermosos regalos nunca vistos antes. El hombre de buena envergadura y
parco de palabras había cumplido con su promesa. Lo paradójico de esta
increíble historia es que esta Tarjeta de Navidad se vende por todo el mundo para
beneficio de los niños pobres. Liberado, Jesús de Nazaret camina por otros
pueblos, donde también es repudiado por llamarse Jesús de Nazaret.