Extraños
y paradigmáticos son los casos en que el Arte despliega su inconfundible fulgor
por el torrente sanguíneo de dos parientes. En nuestra patria, mi memoria sólo
aprehende a los Palma, los Peralta, los Peña Barrenechea, los Valcárcel, los
Chávez y los Silva Santisteban. Y en Piura, sólo a los Velásquez, los Arrese, los
Rebolledo, y a los Ipanaqué (Ripagal y Riggesus). Pero, para goce de quienes
creen que no hay quinto malo, a estos apellidos lustrosos viene a sumarse el de los Borrero
Vargas: Víctor Nemesio y Eduardo Agustín.
Eduardo
-a diferencia de Víctor, que ya hace veinte años acentuóse en la Literatura Peruana
como narrador consumado, resulta ser todo un descubrimiento en el epílogo de
esta década: vital pero clandestino, ocupaba -silencioso y sin premuras- el
fondo de la placenta.
Víctor
había sostenido alguna vez que "la única moral válida es obedecer a
nuestros propios impulsos espirituales". Y la escritura de Eduardo
no viene a ser sino una correspondencia fidedigna dentro de estas coordenadas:
prosa y verso discurren como un testimonio diáfano de evocaciones, añoranzas,
de sueños y ensueños, del revelarse y rebelarse, de las convicciones con
visiones, de lo etéreo y lo deletéreo, del azar y del azahar...
Utilizando
el recurso de la puesta en abismo o relato enmarcado, Borrero nos presenta
personajes que corresponden a dimensiones distintas -mas no distantes- cuyo
cordón dialógico medular es el recuerdo, a través del cual abrazan un sentido
de permanencia; contagiando con esta impronta hasta los objetos, los mismos que
cobran vida y se desenvuelven gravitando entre dos atmósferas: el
suprarrealismo y el surrealismo.
Una
evidente fijación por el tesoro de la infancia -tal como ocurre en su poesía-
sostiene el hilo discursivo de su narrativa: es que a veces deseo volver a ser
niño.
Sustraído,
precisamente, al estadio de la infancia -ése que constituye el umbral del reino
de los cielos- su confesión es transparente, ahora desde la construcción del
verso:
…Sueño
en mi sueño
que
escribo
Sueño
en mi sueño
que
soy niño...
(SUEÑO)
Y
se nace, entonces, bajo el pacto con el verbo:
…El nacer
es apalabrar en el silencio...
(EL VIEJO
ARRIERO ENGAÑADO)
Luego,
el desborde de este mundo fascinante es ineluctable:
…Como
un niño jugando
abrazado
de meandros
de
ríos invisibles...
(NOSTALGIAS)
Tantas
veces he querido subir
a
jugar con el sol
como
pájaro encantado
de
alas transparentes...
(JUGANDO
CON EL SOL)
Asombro,
osadía, intento, invención y develamiento signan el universo de la infancia. A
tramos, la palabra -esa extraña y mágica energía- traduce la desnudez de sus
intentos, sus gérmenes del decir literario, llegando a crear versos que
alcanzan un perfil estético de significativo calibre:
Sólo
soy una sombra que vaga
alrededor
de una laguna vacía
en
la que no se refleja la luna...
(ORFANDAD)
Además,
esta aventura sírvele como escenario para la declaración de sus principios
altruistas:
Mi
vida la he partido en pedazos
para
repartirla de mano en mano
y
asegurarme de que soy de todos.
(HUMILDAD)
...
Deseo
tener poderes mágicos
y
rociar maná de lo más alto...
(DESOLACION)
Pero es
en la transpiración de la osadía donde Eduardo Borrero cuaja su mejor expresión
poética, invención que se sostiene en argumentos certeros, pues toda
experimentación con el lenguaje debe establecer una relación simbiótica entre
fondo y forma, en cuanto a que la proeza lograda a nivel de ésta no vaya en
desmedro de aquél, es decir, lo que se dice y cómo se dice configuren una
coherencia estética.
Es una
lástima que, en algún momento desafortunado de su itinerario como creador,
Octavio Paz se halla desperdiciado en sus palíndromos, que no son más que
muecas de malabarista para ser insertadas en la crónica de las invenciones
abortivas.
Eduardo
Borrero ha sabido huir de las experimentaciones banales y desabridas,
presentándonos una fusión de ludismo y resonancia dentro de una compacta unidad
discursiva:
Mi
infatigable caballo moro
oro
su montura viajera reluce
luce
por los caminos de la frontera
era
conocido por su trote diligente
gente
de la quebrada de Pichones rejura
jura
que su esbelta figura mantiene
tiene
lo que muchos otros envidiarían
rían
los envidiosos que mi caballo de trabajo
bajo
la piel mora esconde un tesoro
oro
que muchos de ellos morirían
rían
que bajo su piel hallarán yerbajo bajo.
(DE
CABALLOS MOROS)
De esta
forma -y con demostrada fortuna- festeja y se decanta por el poetizar
experimental de Quevedo, Fray Luis de León, Lope de Vega o Rubén Darío en los
poemas con eco, siendo estos textos -además- un reconocimiento personal a la
obra de esos maestros.
Como una
humilde celebración de sus logros, le ofrendo este texto paralelo, del cual
Eduardo Borrero y sus cómplices de antaño son los únicos culpables:
Danza
en la prístina locura
cura
astral estral frente al abismo
ismo
que tapia el desencanto
canto
en que renacerás de tu ceniza
iza
por tanto tu palabra
labra
la eternidad
que
nos ensueña: ¡sueña!
Jorge
Castillo Fan
Diciembre 2010