domingo, 18 de abril de 2021

Celebración del sueño y la palabra

 Prólogo de Jorge Castillo Fan
Libro: Bosques Secos II de Eduardo Borrero Vargas

Extraños y paradigmáticos son los casos en que el Arte despliega su inconfundible fulgor por el torrente sanguíneo de dos parientes. En nuestra patria, mi memoria sólo aprehende a los Palma, los Peralta, los Peña Barrenechea, los Valcárcel, los Chávez y los Silva Santisteban. Y en Piura, sólo a los Velásquez, los Arrese, los Rebolledo, y a los Ipanaqué (Ripagal y Riggesus). Pero, para goce de quienes creen que no hay quinto malo, a estos apellidos lustrosos viene a sumarse el de los Borrero Vargas: Víctor Nemesio y Eduardo Agustín.

Eduardo -a diferencia de Víctor, que ya hace veinte años acentuóse en la Literatura Peruana como narrador consumado, resulta ser todo un descubrimiento en el epílogo de esta década: vital pero clandestino, ocupaba -silencioso y sin premuras- el fondo de la placenta.

Víctor había sostenido alguna vez que "la única moral válida es obedecer a nuestros propios impulsos espirituales". Y la escritura de Eduardo no viene a ser sino una correspondencia fidedigna dentro de estas coordenadas: prosa y verso discurren como un testimonio diáfano de evocaciones, añoranzas, de sueños y ensueños, del revelarse y rebelarse, de las convicciones con visiones, de lo etéreo y lo deletéreo, del azar y del azahar...

Utilizando el recurso de la puesta en abismo o relato enmarcado, Borrero nos presenta personajes que corresponden a dimensiones distintas -mas no distantes- cuyo cordón dialógico medular es el recuerdo, a través del cual abrazan un sentido de permanencia; contagiando con esta impronta hasta los objetos, los mismos que cobran vida y se desenvuelven gravitando entre dos atmósferas: el suprarrealismo y el surrealismo.

Una evidente fijación por el tesoro de la infancia -tal como ocurre en su poesía- sostiene el hilo discursivo de su narrativa: es que a veces deseo volver a ser niño.

Sustraído, precisamente, al estadio de la infancia -ése que constituye el umbral del reino de los cielos- su confesión es transparente, ahora desde la construcción del verso:

…Sueño en mi sueño

que escribo

Sueño en mi sueño

que soy niño...

(SUEÑO)

Y se nace, entonces, bajo el pacto con el verbo:

…El nacer es apalabrar en el silencio...

(EL VIEJO ARRIERO ENGAÑADO)

Luego, el desborde de este mundo fascinante es ineluctable:

…Como un niño jugando

abrazado de meandros

de ríos invisibles...

(NOSTALGIAS)

Tantas veces he querido subir

a jugar con el sol

como pájaro encantado

de alas transparentes...

(JUGANDO CON EL SOL)

Asombro, osadía, intento, invención y develamiento signan el universo de la infancia. A tramos, la palabra -esa extraña y mágica energía- traduce la desnudez de sus intentos, sus gérmenes del decir literario, llegando a crear versos que alcanzan un perfil estético de significativo calibre:

Sólo soy una sombra que vaga

alrededor de una laguna vacía

en la que no se refleja la luna...

(ORFANDAD)

Además, esta aventura sírvele como escenario para la declaración de sus principios altruistas:

Mi vida la he partido en pedazos

para repartirla de mano en mano

y asegurarme de que soy de todos.

(HUMILDAD)

...

Deseo tener poderes mágicos

y rociar maná de lo más alto...

(DESOLACION)

Pero es en la transpiración de la osadía donde Eduardo Borrero cuaja su mejor expresión poética, invención que se sostiene en argumentos certeros, pues toda experimentación con el lenguaje debe establecer una relación simbiótica entre fondo y forma, en cuanto a que la proeza lograda a nivel de ésta no vaya en desmedro de aquél, es decir, lo que se dice y cómo se dice configuren una coherencia estética.

Es una lástima que, en algún momento desafortunado de su itinerario como creador, Octavio Paz se halla desperdiciado en sus palíndromos, que no son más que muecas de malabarista para ser insertadas en la crónica de las invenciones abortivas.

Eduardo Borrero ha sabido huir de las experimentaciones banales y desabridas, presentándonos una fusión de ludismo y resonancia dentro de una compacta unidad discursiva:

Mi infatigable caballo moro

oro su montura viajera reluce

luce por los caminos de la frontera

era conocido por su trote diligente

gente de la quebrada de Pichones rejura

jura que su esbelta figura mantiene

tiene lo que muchos otros envidiarían

rían los envidiosos que mi caballo de trabajo

bajo la piel mora esconde un tesoro

oro que muchos de ellos morirían

rían que bajo su piel hallarán yerbajo bajo.

(DE CABALLOS MOROS)

De esta forma -y con demostrada fortuna- festeja y se decanta por el poetizar experimental de Quevedo, Fray Luis de León, Lope de Vega o Rubén Darío en los poemas con eco, siendo estos textos -además- un reconocimiento personal a la obra de esos maestros.

Como una humilde celebración de sus logros, le ofrendo este texto paralelo, del cual Eduardo Borrero y sus cómplices de antaño son los únicos culpables:

Danza en la prístina locura

cura astral estral frente al abismo

ismo que tapia el desencanto

canto en que renacerás de tu ceniza

iza por tanto tu palabra

labra la eternidad

que nos ensueña: ¡sueña!

Jorge Castillo Fan

Diciembre 2010