domingo, 15 de noviembre de 2020

Chalena "Vásquez" : entre el arte y lo fantástico

 Escribe: Eduardo Borrero Vargas

Rosa Elena "Chalena" Vásquez Rodríguez

Resulta que un día..., así comenzaba sus conversaciones mi tía Angelita cuando quería poner una dosis de énfasis a lo que ella consideraba transcendental. Y el resulta…, aunque suene repetitivo, lo utilizaré para desarrollar un tema que trata de algo de la vida real. En este caso, del arte en particular, pero rebasando lo propio de un ser común y corriente que sobrelleva pacientemente su cotidianidad y que, de pronto, por una suerte de pases de magia es trasladado al mundo de lo fantástico. Es así que esa noche del viernes 30 de noviembre del 2012 me dirigí bien emperifollado a la Casona de San Marcos. Como soy un poco tímido y enemigo de los tumultos, me acompañé con la prima Florencia Vargas y el amigo Hildebrando Bustamante. Ni bien ingresé, la entrada era por el patio de letras, busqué instintivamente la pileta central donde por los años 1955 a 1960 fuimos rapados “a coco” el que escribe y mis hermanos Víctor y Antonio. Por los años cuarenta ya mis tíos habían pasado por lo mismo. Oigan, no crean que por hacerla larga me esté desviando del tema, pero es que los recuerdos son recuerdos y uno no puede librarse fácilmente de ellos; y si en esos precisos instantes uno corta esas imágenes, vivirá eternamente frustrado. Así que no nos hagamos problemas: por la buena salud de los recuerdos, aceptemos sin renegar ese paréntesis y prosigamos con el desarrollo de la historia.

La ceremonia se celebró en el segundo patio, en el Salón de Grado de Letras, en lo que antiguamente fue la capilla de Nuestra Señora de Loreto. Llegamos tarde pero, afortunadamente, no nos habíamos perdido gran cosa. Quizá, a modo de salir del paso, habría que reconocer que las tardanzas pueden dividirse en dos: las tardanzas premeditadas, en las que uno, simplemente, decide llegar tarde a algún sitio; y las tardanzas no premeditadas, en la que factores externos se conjugan para que uno llegue tarde a las citas, por más que se esfuerce. En este caso, creo que se confabularon las dos, y nos libraron de los himnos y discursos de bienvenida del Rector de San Marcos y del director del Centro Cultural de esta casa de estudios. Nos sentamos al fondo del recinto. No logramos ver las caras de los asistentes, nuestro frente visual era una muralla compacta de espaldas y nucas. Como buenos provincianos, nos dimos maña para encontrar resquicios inimaginables para alcanzar a ver el estrado oficial. Ahí estaban sentadas las personas que iban a ser premiadas. Justo en ese preciso momento, del aguaita por este lado o el aguaita por el otro, tenía retumbando en mis oídos las palabras del crítico literario Ricardo González Vigil, el llamado “filtro” o “percolador” de todo lo que sana o insanamente se escribe en el Perú, ensalzando parsimoniosamente la larga vida del poeta Carlos Germán Belli, quien recibiría el Premio “La Casona”. Me pareció tedioso y sin convicción lo que expuso. Por si acaso, esto último es mi apreciación, y toda apreciación es subjetiva; así que no vengan luego a tirarme piedras, porque “el hombre que todo lo lee” no tuvo siquiera un gesto de gozo al leer su discurso. ¿Y las emociones? ¿O es que así de serias y almidonadas son las ceremonias culturales?

De Izq. a Der.: Eduardo Borrero, Hildebrando Bustamante, 
las hermanas Mercedes y Rosa “Chalena” Vásquez, 
Florencia Vargas y Héctor Vásquez Rodríguez,
(Casona U.N.M. San Marcos 30/11/2012)

En fin, la ceremonia siguió adelante ciñéndose al programa que nos fue alcanzado en la puerta de ingreso. Ya inquieto por la lentitud y el alargamiento innecesario de los discursos leídos, y con el temor de astillarnos las posaderas a causa de un desplome sobre el duro suelo (ya que el bendito azar nos había asignado una banca chirriona y descuajeringada),  no puse atención a la premiación: Medalla de la Cultura para Francisco Stastny. Felizmente, unos de los bedeles (los que hemos estudiado en San Marcos llamábamos así a los conserjes), advertido de nuestras angustias, nos cambió de lugar. Y en medio de esos reacomodos avisté que en el micrófono iniciaba su discurso el director del Centro Universitario de Folklore, Carlos Sánchez Huaringa. La diferencia de su discursiva era abismal: su entusiasmo al leer la biografía de "Chalena" era de tal magnitud que nos trasladó a otras latitudes. El Perú profundo floreció por arte de magia. En ese discurso de pasajes vibrantes sí hubo traslado de emociones vivas. Las palabras habían logrado, como un rayo de luz, deslumbrar y unificar la totalidad del público asistente. Desde ese momento sentimos, sin excepción, que habíamos ingresado al túnel infinito de lo fantástico, donde todo lo posible o imposible puede suceder, y donde, también, la palabra se une a la imagen.   

"Chalena", ya ganada por ese mundo fantástico, tomó la posta y, altiva, a pura memoria, nos abre su mundo y con palabras maravillosas brotadas del fondo de su espíritu nos va descubriendo pasajes de su niñez en su Jíbito entrañable, el de sus padres, de sus hermanos;  nos revela sus amistades del colegio en Sullana, su paso por el Conservatorio Regional de Música de Trujillo, sus desconciertos y dudas en su estadía en la Universidad Nacional de Trujillo; además de sus primeros pasos en el Conservatorio de Música de Lima, en el que tuvo la osadía de sentarse en un piano a tocar un tondero del maestro López Mindreau, lo que le valdría una reprimenda de parte de la Directora porque "Chalena", en ese recinto consagrado para la música clásica de los grandes maestros, había cometido un “musiquicidio”. Los oídos de bustos de Beethoven, Bach, Wagner, Chopin, de los profesores, alumnos y cuanta gente había alrededor, supuraban líquidos de protesta. Quizá éste sería su punto de quiebre, de un antes y un después: su carácter contestatario había chocado con un mundo superficial y ajeno al que ella buscaba, y que su espíritu inquisitorio la empujaría a la búsqueda de nuevas propuestas musicales. Y lo dijo claramente en unos de los pasajes de su discurso al develar sobre la mesa la soberbia de la intelectualidad europeizada pugnando por aplastar la música o el arte llegados de los andes, selva, quebradas y cerrerías del interior del país.

Mientras los personajes sentados en los sillones de respaldares gigantescos iban digiriendo el discurso, mi vista, distorsionada por la emoción, descubría que los grandes intelectuales se achicaban poco a poco hasta perderse debajo de la mesa de honor. ¿Qué les produciría a estos intelectuales el hecho de que una provinciana les demuestre, con un lenguaje distendido, que la música peruana sí tiene su valor y que está henchida de códigos y mensajes estéticos? "Chalena", agigantada, siguió recorriendo su vida. Habló de su primer contacto con Nicomedes Santa Cruz y su primera investigación como Etnomusicóloga en Chincha, de sus charlas con Josafat Roel Pineda gran amigo de José María Arguedas, de su cercanía con Víctor Jara y de su premio “Casa de la Américas”, de sus obras literarias y musicales publicadas, de sus viajes al extranjero, de su trabajo actual en el Centro de Música y Danza de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y de sus días dolorosos en Ayacucho, los que marcarían profundamente su vida. "Chalena" es como es, dijo lo que tenía que decir, y nadie la cambiará. Porque "Chalena", nombre propio de su entorno familiar, resultado de un trabalenguas de su hermana Mercedes Angélica cuando era niña, está registrado legalmente. De alguna forma ella encarna lo que en el fondo desearíamos ser los sullaneros: libres, contestatarios, creadores y fraternos con todo el mundo.

Al culminar esta breve reseña, sólo me restaría añadir: ¡Rosa Elena "Chalena" Vásquez Rodríguez, bien merecida tu Medalla de la Cultura! ¡Buena por ti! ¡Buena por tu familia! ¡Punto de oro para Sullana!   

Eduardo Borrero Vargas
Lima, lunes 10 de diciembre del 2012
Derechos Reservados.

(Escrito publicado en la edición Nº 75, revista “Tallán”, Sullana, enero del 2013)

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