lunes, 30 de noviembre de 2020

Feria de Reyes: voces repentinas

Sucede que las voces repentinas son más livianas que las hojas de otoño, vuelan lejos, tan lejos que con seguridad son semejantes a los recuerdos que se aposentan en nuestros cerebros, sin ser invitados. Así razonaba el viejo lengua de trapo, en su estrecho departamento de Lima. Al parecer, conocía el juego del reloj del tiempo y retrocedió su reloj interno -asegura que es Longines legítimo- hasta encontrarse rodeado de sus amistades en la Plazoleta principal de Sullana. Amigos, hemos vuelto a nuestro pueblo escapándonos de esa Lima con olor a trapo húmedo y de colores grisáceos aplastantes. Al fin, los rayos del sol nos calentarán las osamentas, nuestras neuronas reprocesadas y agilizadas nos traerán vivencias que ya creíamos perdidas. Así es que al haber retrocedido al siglo veinte, gozaremos de la magia de este pueblo levantado en los linderos de los arenales y de los murmullos del río Chira. Somos testigos de que en este pueblo sucedieron hechos de trascendencia mundial. De nuestra generación, solo quedamos nosotros, los demás, gozan de su bien merecido sueño eterno. En este cambio de escenario, veremos circular sombras. Esas sombras no son dañinas, dejémoslas dar vueltas en sus propios espacios, total, daño a nadie harán. Entonces, sin más que temer, retomemos nuestro parloteo. Quedamos que en nuestro pueblo sucedieron hechos culturales de relevancia mundial y que las nuevas generaciones des conocen por dejadez o porque los padres no les trasvasaron oportunamente a los hijos o porque los medios de comunicación, por intereses nada cristianos, los dejaron de publicitar. Estos hechos culturales desembocarían en el olvido absoluto o en lo que los sociólogos, muy sabios ellos, llaman olvidos históricos convenientes.

Así es que nuestra icónica celebración de la feria de Reyes, al ser tachada de la memoria colectiva de los pobladores, colaboró a que desaparecieran de las ondas radiales: las voces de los charros, la de los cantantes criollos, la de las cumbias colombianas, la de los rockeros, la de los boleristas, las de la nueva ola, la de los pasillos quejumbrosos y las de cuanto cantante pasó por los escenarios levantados con caña de Guayaquil y caña Brava. Y es así que -aunque a la distancia muchos lo tomarían como una tomadura de pelo- hubo semanas de divos acompañadas con incidencias jocosas, por no decir ridículas, hasta cierto punto, no vale herir susceptibilidades. Luismi el Sol de México y Rafael, el Ruiseñor, sí señores incrédulos, el de la balada de la Trompeta. Ellos dejaron sus huellas y las carretillas y los burros que fueron usados para vencer la quebrada del barrio Buenos Aires, se exhiben con orgullo en la municipalidad, en un rincón, burdo pero aseado, llamado Museo de las Estrellas. La diligente dama vestida de Capullana, que perennemente está parada junto a este rincón de la memoria, con un megáfono llama a los pocos interesados en sucesos pasados, para que sean testigos de lo que el impertinente Fenómeno del Niño puede ocasionar con sus aguas de nunca acabar.

Y cuando le preguntan por las fotos registrales, ella la Capullana, cándidamente responde: Están a buen recaudo en las casas de los alcaldes y regidores, quienes han formado sus propios museos para disfrute particular de sus familiares. No sé la razón, pero algunas de ellas pasaron ligeras por mis manos y las dejé ir, antes que las autoridades se enteraran y yo terminara en el calabozo, con un expediente de varios documentos cosidos burdamente a mano, en el que por mil triquiñuelas y mil folios me acusarían de vil ladrón y saqueador de la cultura sullanera.

Pero no me importa, considerando que mi memoria intangible no envejece, mis fotografías mentales me muestran a un Luismi y a un Rafael, temerosos y empapados hasta los tuétanos, sujetos a las barandas de triciclos desvencijados, en medio de oleajes amenazantes, empujados por hombres fornidos, hasta alcanzar las puertas del legendario estadio municipal “Campeonísimos del 36”. Y cantaron a la rústica, en tribunas sin acústica, con altoparlantes cuyos sonidos rebotantes en la loma de Mambré, quebrada de Curumuy y cerros de Amotape, creaban una perfecta triangulación para desfrute de todos los pobladores de la zona. Y la gente desbordada de emociones replicaba con cadencia los falsetes de Rafael y la voz tierna de un iluminado Luismi. Tantas fechas han pasado que muy pocos sullaneros de esa época sobrevivimos, para seguir contando estos hechos rayanos a lo increíble. Sería innecesario confirmarles, por bien de todos, que lo que les he manifestado líneas arriba, es una verdad irrefutable o es una mentira contada con los ojos abiertos, o que las voces del pasado me capturaron.   

Eduardo Borrero Vargas
Derechos Reservados
Escrito publicado en la edición Nº 122, revista “Tallán Informa” Sullana, mayo del 2018