martes, 19 de enero de 2021

Dedicatoria a Jacinto Vargas Ladines

Un grano de arena es parte de una roca y una roca es parte de una montaña. Así, desde mi perspectiva ya lejana, veo al abuelo Jacinto Vargas Ladines como montaña gigantesca de miles de brazos peleándose por convertir a Sullana en un pueblo urbanísticamente habitable. La obsesión de Jacinto Vargas Ladines (de aquí en adelante lo llamaré así) era pelearle el protagonismo a Piura y lograr que Sullana sea la capital departamental. Desde niño escuche en las tertulias familiares ese afán: Si don Augusto B. Leguía no cae Sullana sería la capital de Piura. Lamentablemente los coletazos de la historia o efectos mariposa a veces no son favorables para el desarrollo de los pueblos.

Jacinto Vargas Ladines, un quinquenio (1925 al año 1930) estuvo al frente del Concejo Provincial de Sullana. Gracias a su acertada política tributaria ejecutó importantes obras públicas logró que Sullana ingrese a la modernidad: la Plaza de Armas y la calle San Martín fueron pavimentadas y las calles fueron señalizadas, nuevos contratos con la Empresa de Agua Potable y con la Empresa Eléctrica aseguraron por diez años más la regularidad de estos servicios. Estas tomas de decisiones acertadas permitieron, indudablemente, que Sullana fuera vista como un importante polo de desarrollo.

Su mentalidad empresarial forjada en la casa F. Hilbck & Cia., le permitió ver no solo a Sullana como un pueblo urbano aislado, en medio de un arenal, sino que su riqueza estaba en el valle del Chira. Es así, que la debacle de las lluvias torrenciales del año 1925, en que pueblos y caseríos y canales de regadío del valle del Chira quedaron destrozados, no lo desmoralizaron y con la ayuda del presidente Leguía en un quinquenio de duro trabajo y fiscalización logró levantar Sullana ante el asombro de todos. En su discurso pronunciado en el año 1926 ya sostenía lo siguiente: …"su progreso agrícola, que será en el futuro la superación del standard de vida de la población de Sullana".

Abuela,
María Antonieta 
Quevedo Saavedra 
17/01/1881  -  21/04/1935
En la vida de Jacinto Vargas Ladines hay hechos mágicos y uno de ellos es el de la música. Imaginémonos sentados en una de las bancas de la Plaza de Armas, en el año 1929, viendo maravillados a 40 muchachos uniformados y con instrumentos nuevos, interpretando exquisitas piezas musicales. Apoteósico, era la primera banda municipal infantil del departamento. El abuelo Jacinto Vargas Ladines (regreso al abuelo), el arte lo llevaba en la sangre y era su preocupación o felicidad que toda la familia toque piano o cualquier instrumento, cante, dibuje, o escriba. Nos orientó como todo un patriarca. Pero no nos atosigó ni nos encasilló, más bien nos dejó libres, de educación abierta y de visión futurista tal como él lo era.

Para finalizar este pequeño recordatorio, debo resaltar, que nosotros sus descendientes podemos regresar a nuestro querido pueblo y mirar a los sullaneros a los ojos y con la frente en alto. La honestidad no es una virtud es una obligación.

Eduardo Borrero Vargas
Lima, sábado 01 de octubre de 2011

viernes, 15 de enero de 2021

Víctor: la vida en dos dimensiones

Alguna vez tenía que enfrentarme a esta situación. Y es que escribir testimonios de vida o muerte no es tarea fácil, pues este acto alcanza y toca los sentimientos humanos más hondos. Y, además de demandarnos una capacidad de síntesis para comprimir el tiempo en unas cuantas hojas, la tarea más difícil radica en el hecho de trabajar en dos dimensiones. Como colegirán, estoy frente a un reto casi imposible, como el querer rascarse la cabeza con una sin dedos. Pero abordaré con lucidez esta aventura.

Dios nos dio vida, y la dosificó a cuentagotas. Porque para la creación usó la “obsolescencia programada”, término aplicado en la fabricación de máquinas o artefactos eléctricos. En pocas palabras, nuestro genuino armatoste psicosomático viene con esa marca indeleble pegada a nuestro cuello. El hombre no puede eludir ese designio: nacer y morir. Las grandes desazones vienen de esa certeza: el hombre en su empeño de eternizarse, reniega de su situación, acusando vacíos o los que los especialistas en Psicología llaman desequilibrios o trasvases mentales.

El punto más admirable de mi hermano Víctor –“Mecho”, al interior del seno familiar y para sus amigos- es que aceptó con humildad y entereza su destino: el de alejarse irremediablemente de nosotros en pleno ejercicio de sus facultades creadoras. ¿Cuántos proyectos maduros refulgían en su interior? Nunca lo sabremos. Solo somos testigos que, días antes de su partida, gozaba alucinando y escribiendo sobre hojas en blanco, cuentos, y novelas guardadas celosamente dentro de su mente, incontables y extraños personajes liberados de quien sabe qué rincón de su memoria.

“Mecho” era el engreído de la familia, y fue el hermano que compartió los últimos de vida de nuestros padres. Curioso sin remedio, viajero incansable, lector indesmayable, propiciador de prolongadas tertulias, de memoria prodigiosa, era, además, generosos en sus actos. Y, sobre todo, de una imaginación libre, como los pájaros que vuelan sobre las ramas del viento hasta posarse más allá de la línea del horizonte. ¿Cómo no recordar a mi hermano, si en el fondo era un niño tímido con un lapicero en la mano?

Hemos compartido muchas vivencias: las mismas pensiones, la misma universidad y nuestros amigos; el amor por los caballos y las mulas, nuestra afición por la cacería, las fogatas en el campo, nuestro temor al Cerro del Viento plantado como un vigía solitario en el corazón de El Angolo, los mismos fantasmas y duendes escurridizos que se esconden detrás de los ceibos y de los charanes, conocedores estos del lenguaje nocturno y el andar lento de los bosques secos, el silbido del ave de la medianoche, el rugir del puma, el reptar del macanche y el conversar cadencioso de la gente del campo.

Por boca de nuestro padre conocimos los nombres de los últimos bandoleros que asolaron la región norte y el nombre de cada una de las quebradas y cerrerías de la frontera. Y aprendimos a auscultar el cielo para pronosticar si ese día o el siguiente, o la próxima semana, o el próximo año, serían lluviosos. Cómo no recordar ese día, demasiado extraño, en que nos enseñaba cómo el arrebiatado manchaba la albura del algodón; aquel día sin saber por qué, nos vimos de pronto envueltos en motas de algodón que caían del cielo como nieve desprendida de un cielo despejado.

Nuestra madre, devoradora de libros, por las noches nos contaba cuentos de aparecidos, de lechuzas cortadoras de almas, de mujeres vaporosas y de duendes desalmados.

Nuestras expediciones al Ecuador, preparadas meticulosamente por nuestro padre, servían para acicatear nuestra imaginación de niños: una res vagando solitaria por esos campos se multiplicaba hasta ser un millar; una choza retorcida se transmutaba en un magnífico castillo medieval; y un jinete solitario, montado en un jamelgo, en un avispado comisario impartiendo justicia. A lo lejos, pasando el río Macará, divisábamos El Tamarindo, donde los tíos nos esperaban con suculentos bocadillos. Dos años antes de la partida de “Mecho”, regresamos a Macará invitados por Pedro Quito, Presidente Municipal, a develar una fotografía del tío Segundo Borrero Riofrío, quien fuera Presidente Municipal el año 1938. En la ceremonia Víctor fue invitado a tomar la palabra. Habló con serenidad y con palabras asertivas logró, milagrosamente, desterrar esa desconfianza que, por razones infundadas, alteran nuestra convivencia vecinal. Regresamos a Sullana al anochecer. Víctor entró en sopor y ladeó la cabeza hacia el lado izquierdo. En medio de la oscuridad que nos iba cayendo, lo vi perfilado y lo acaricié con los dedos del alma. Mi hermano ya mostraba signos de fatiga.

Desde esa vez, atento a los hechos, me habitué a los viajes: cada tres o cuatro meses estaba junto a él, sentado bajo la parra de la vieja casa familiar, analizando centímetro por centímetro cada uno de sus misteriosos rincones. Por ese lado – me dijo señalando un rincón del patio- hay tres agujeros sin fondo, y de cada agujero salen ruidos diferentes: en el primero como el de niños balbuceando; en el segundo, como el de niños correteando; en el tercero, como el de adultos en trance hacia la muerte. ¿Cuál de los tres agujeros es más conveniente para un cuerpo cansado? Me fue imposible responder. Me quedé callado y nuevamente, al voltear, me encontré con su perfil cada vez mejor tallado.

Un martes 25 de noviembre del 2008 llegué a Piura. Mi hermano Humberto me esperaba en el terminal terrestre. Con el alma a cuestas y con el corazón destrozado, di un paso adelante y le dije: Falleció bordeando la una de la mañana. Extrañado, me preguntó: ¿Cómo lo sabes? Le respondí: Porque a esa hora se sentó junto a mí y me rogó que le recitara uno de mis poemas:

¿Dónde vives?
En el borde del desierto, contesté
¿Te crees Jesucristo, entonces?
¡No, sólo soy un simple hombre!
¿Y qué es lo que pretendes encontrar?
Una tinaja y una piedra de destilar
¿Y eso?
¡Ahí nos encontraremos mis padres y mis hermanos!
¡Pero, qué locura!
¡No es el renacer!

Mi hermano Humberto, aún guarda la hoja en la que esa madrugada escribí ese pequeño poema que más tarde titularía “El Desierto”. En el año 2009 fue incluido en mi obra Alma del Norte.

Eduardo Borrero Vargas
Lima, martes 19 de febrero del 2013
Derechos reservados

martes, 12 de enero de 2021

Solmar

Solmar nació junto al mar, pero olía a vainilla. Y yo no quería importunarla con preguntas sobre esta peculiaridad, temeroso de que me diera una respuesta salida de tono de las que normalmente utilizaba cuando no quería dar razón de algo relacionado a su personalidad. Un día, mientras ella dormía acurrucada en su cama, me atreví a probarla y le pasé la punta de mi lengua sobre su piel cálida para descubrir cuál era su secreto. Mi razón lógica se inclinaba a que, si una persona olía a vainilla, su piel indefectiblemente debería tener un sabor dulzaino. En medio de estas dudas -de que si se despierta o no se despierta- acerqué mis labios a su piel y la probé con la punta de la lengua; dos veces, para estar completamente seguro de su sabor.

Gracias a Dios, que Solmar siguió profundamente dormida y yo a su costado la miraba desconcertado, al constatar que mis teorías se derrumbaban: el sabor de ella era agrio como la cáscara de las naranjas agrias que usaba en su repostería. Retrocedí a mi cuarto y en la penumbra traté de hacer memoria: ¿Desde cuándo se le dio por la repostería?, si su madre la dejó pequeña, hará unos siete años atrás, en ese accidente en que el avión se fue de narices en la pista de aterrizaje. Desde ese día fui padre y madre. Aprendió a leer rápidamente y todos los días la llevaba y la recogía del colegio. La quise convencer para contratar la movilidad escolar pero no quiso, por más argumentos empleados, válidos o tirados de los pelos.

Un día, de regreso del colegio, me comentó con toda naturalidad: tengo secretos que contarte, pero mi mamá me dice que esos secretos solo son entre ella y yo. No lo tomes a mal, ya la convenceré para que tú también los compartas, ¿qué te parece, papi? Y de ahí hasta llegar a la casa, cantó canciones que él nunca antes había escuchado. El comentario vertido por Solmar no lo inmutó. Él sabía que la imaginación infantil es de por sí desbordante. De niño, él también creaba personajes, juegos solitarios, hablaba con amiguitos salidos de los rincones de la noche, enanos, ciudades flotantes y mares que llegaban a los confines de la tierra. No le contestó nada, esperando que ella tuviera más edad para confesarle que la entendía, porque él también había sido hijo único.

Solmar, un día, después de cenar, me pidió: mañana por la noche, cuando ya esté dormida ven a mi dormitorio y hablaremos con mamá. Cumplí sus deseos y ahí estuve. La vi dormida, le cogí las manos y el tiempo discurrió a borbotones entre sus dedos. Visité, como cuando era niño, mundos paralelos y entre ellos el transitar de tantas figuras familiares. Por momentos, dudaba en soltar sus manos o seguir aferrado a ellas, para continuar gozando de esos mundos tan lejanos y tan cercanos a la vez. Conmocionado, me levanté, arropé a Solmar y fui a tratar de conciliar el sueño; para mis adentros, pensé: mañana será un día sobrecargado.

Al día siguiente, logró levantarse a tiempo. Dejó a Solmar en el colegio y apresurado tomó la línea de ómnibus que lo dejaba a una cuadra del trabajo. Ya al atardecer, al ingresar a casa, se vio a sí mismo sentado en la mesa del comedor con Solmar y atónito se preguntó cómo es que se había podido desdoblar en dos. De pronto, su memoria, que lo había abandonado, decidió regresar por sí sola. Recordó que él ya tenía noventa y cinco años, que era un viejo que apenas podía valerse por sí solo, y que su memoria regresiva le había puesto en ese aprieto. ¿Cómo explicarse, a su edad avanzada, esa superposición de dos tiempos paralelos en uno solo?

No quiso romper esa magia y los dejó hablar. Entonces escuchó que su hija Solmar, muerta hacía quince años, le decía: ya ves papi, ¿qué te parecen los secretos que guardo con mi mami? Pronto los compartiremos. Y en esos momentos, desesperado, quiso acordarse del nombre de su esposa, el de él y del porqué Solmar olía a vainilla, antes que la memoria se le fugara. Forzó su memoria y el cerebro nuevamente se le fue enmarañando. Sigue sentado en un hospital, cuyos ventanales van a dar al mar y las olas batientes despiden un agradable olor a vainilla.

Eduardo Borrero Vargas
Lima, miércoles 18 de noviembre del 2020
Derechos reservados.

lunes, 11 de enero de 2021

Allcco: El perro vindicador de Víctor Borrero Vargas.

 Escribe: 
Ricardo Santiago Musse Carrasco.
Crítico literario.

Víctor Borrero Vargas con el cuento “Allcco” se hizo merecedor de una mención finalista en el último Premio Copé de Cuento en su versión XIV. El cuento (redactado bajo la forma textual de un informe colonial) está ambientado en el siglo XVI. El diestro tratamiento del lenguaje que instrumenta el escritor (remontando, de modo eficiente, la natural resistencia y extrañeza lectora al respecto) recrea, dentro del universo cuentístico, la mentalidad teocrática sustentadora del contexto histórico donde se desarrollan los sucesos notificados por el funcionario Juan de Malatesta a su señoría el alcalde de Trujillo, don Diego de Mora.

Víctor Borrero Vargas
y su cuento "Allcco"
Víctor Borrero Vargas logra un portentoso resultado: Construir una textualidad discursiva con palabras que ya pertenecen a la arqueología lingüística, apelando a ese remoto atavismo enunciativo de los usuarios del idioma; engendrando –además- una sintaxis extremadamente rígida y circunspecta que –no obstante- propicia la fluencia de la verosimilitud narrativa.

Uno de los rasgos estilísticos (recurrentes e inconfundibles) de Víctor Borrero Vargas es la truculencia naturalista, esto es, la sórdida exacerbación de las realidades: Y es “El Bobo”, perro del avaro encomendero Melchor Verdugo, el demonio mismo encarnado en ese can de fierísimo aspecto que cometía fealdades aborrecibles, yogando con las mujeres de dichos indios que, expoliados y degradados trabajaban en las minas y sembradíos de Chilete y Bambamarca.

Víctor Borrero Vargas ya desde la nominación de sus personajes nos arroja la intencionalidad de su literatura: Revelar y ridiculizar a los desalmados explotadores de siempre. Es indudable entonces el tono vindicativo y antirreligioso de sus enunciaciones: El fraile del cuento conjuntamente con Melchor Verdugo –Cavallero de la Orden de Santiago- ocasionaban crueldades contra el pueblo aborigen, alentando que el dicho perro “El Bobo” aperree y viole contra natura a los indios e indias. Sin embargo, Allcco, el perro del curaca Tantahuata (al que “El Bobo”, de manera inmisericorde, mató un hijo) es el que toma venganza y redime discursivamente a la viril raza inca: su dicho perro e lo encontró en una posición de bajada, como hecho de aposta, mientras el dicho perro allcco del dicho curaca Tantahuata, lo yogaba con facilidad, hasta anudarse, e de ahí vido al monstruo de dos cabezas e ocho patas, e el dicho perro “El Bobo” se colocaba mansamente como perra en celo ante el dicho perro allcco, e esto lo venía haciendo desde que el dicho curaca Tantahuata regresó de la cibdad de Truxillo, donde, ya lo tengo dicho, fue a pedir a su señoría se le haga justicia… Los dichos indios de Bambamarca regaron la noticia, que el dicho perro allcco del dicho curaca Tantahuata había hecho sarasa al dicho perro “El Bobo”, e que mejor venganza no pudo haberse servido el dicho curaca Tantahuata, e si el dicho perro “El Bobo” era sarasa, lo era también por añadidura su amo el dicho Melchor Verdugo, al que empezaron a llamar Melchor Verdugo el sarasa.

Esta consagratoria mención finalista de Víctor Borrero Vargas no ha sido, convenientemente, difundida por los medios periodísticos y literarios (sólo el grupo literario “Magenta”, acogiendo esta grata noticia, publicó el cuento en su boletín), lo que nos induce a suscribir –finalmente- lo que sentenció alguna vez el escritor: Es que hay, estimado Ricardo,  un complot de silencio orquestado y dirigido por un grupúsculo que solamente escribe literatura “For dummies” y que  nos está tomando, impunemente, el pelo.          

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domingo, 10 de enero de 2021

Entre majados y secos de chavelo

En mi artículo anterior, titulado la “Cachema aculantrada y otros potajes”, el tema de los otros potajes quedó a la espera de nuevas oportunidades. Comprendí que, como cada plato tiene su propia enjundia y vida propia, era necesario darles merecidamente su espacio e importancia. En una región determinada, cada plato es expresión sublime de amor y conocimiento de los paladares. Sin ese principio, la comida sería uniformada; y estaríamos condenados, como otros países que, muchas veces por razones políticas, así lo así lo hacen. Ya lo he dicho y lo sostengo: que la riqueza y variedad en la comida es dable solo en pueblos con una tradición ancestral. Y que esta pasión expresa por las comidas elaboradas con fórmulas magistrales vendría a ser como el sumun culinario de la libertad. Debemos dar gracias a Dios que nos dotó de sentidos sublimes que nos permiten distinguir las propiedades organolépticas de los alimentos: color, tamaño, aroma y sabor. Gracias a estas virtudes el hombre logró clasificar lo que la naturaleza nos ofrecía y utilizar estos recursos con sapiencia en el arte culinario. Así tenemos en la actualidad compendios de recetas, glosario de palabras gastronómicas e íconos de cocina para todos los gustos. Cada uno con sus características propias y consejos de los gourmet que refrendan los libros, adecuándolos apropiadamente para obtener mezclas de sabores y olores que ya rayan en lo fantástico. Definitivamente, la cocinería es un universo aparte en la actualidad.

Sin embargo, estos compendios no nos garantizan que las recetas ahí escritas, acompañadas con fotos de los respectivos platos al costado, las podamos duplicar con la facilidad que quisieran los autores de estos libros especializados. Principalmente porque los sabores y los olores, al ser subjetivos, no se pueden graficar. Tampoco seamos ligeros y nos arrimemos a posiciones tontas o descabelladas, como la locura extrema de no aceptar que estos compendios de cocinería sean útiles y ayudas importantes en la difusión de los platos regionales en los hogares del Perú y del mundo. Al final de cuentas, el ama de casa, con su experiencia en el arte culinario, les dará a esas recetas el punto y el sabor deseado. Dejo bien en claro, siempre es bueno aclarar, que no soy enemigo de los compendios de cocinería; al contrario, me gustan cuando la composición gráfica es de alto nivel. ¡No y no!, habría que responderles a aquellos que todo lo ven en forma negativa. El camino que yo he optado no es para andar refutando a los expertos en la cocinería -les confieso con la mano en el pecho que no se freír ni un huevo-: es para abrirle la conciencia a los que manejan esta eclosión de la industria gastronómica peruana. Pero démosle los respiros necesarios para sus reacomodos, no los apuremos, que se vayan adaptando con naturalidad a los nuevos conceptos de manejo social. Estoy convencido que con el tiempo entenderán que la reciprocidad es el mejor mecanismo para interactuar en el mundo de la alta cocina; o, de lo contrario, los mercantilistas de la cocina se hundirán con sus ollas y cucharones al fondo del olvido, y serán reemplazados por elementos jóvenes, de ideas y conceptos en los que prime la inclusión social. En esta vida es loable asumir compromisos, y el compromiso de transferencia de tecnología sería el principal medio para compensar los réditos obtenidos en la compra de una ambicionada receta de cocina. Bueno es refregarles en su conciencia que la cocinería en el norte siempre será un campo de exploración. Es ahí, en ese rincón, dónde las manos mágicas nacen espontáneamente.

En fin, al estar los conceptos de transferencia tecnológica bien definidos, creo que solo nos restaría compatibilizar las palabras o modismos utilizados en ese mundo tan aparte e íntimo, de mudos misterios, de tiempos pausados, de magias ocultas, de vapores vivos, de hervores periféricos, de cucharones de madera eterna, de revoltijos de hierbas aromáticas de quien sabe qué lugar, en el que los paladares benditos de nuestras cocineras o de los maestros cocineros -para que no se enojen- deciden cuando el plato está ya a punto de ser servido a la mesa donde algún comensal se saciará hasta chuparse los dedos. Esa terminología norteña, desperdigada por ahora, rara para quienes no están inmersos en las cuatro paredes de una cocina, debería engrosar los llamados Glosarios de Cocinería, que tengo entendido, ya circulan por las librerías de Lima. 

Seco de chavelo

Ustedes, estimados amigos, siendo tan despiertos, seguramente que hace rato ya se habrán dado cuenta que me he alejado de mi objetivo medular, que es el tratar de deslindar, de una vez por todas, el majado de plátano al estilo sullanero del seco de chavelo piurano; ambos, por si acaso, se preparan con el plátano hartón. La preparación del primer plato es muy sencilla: la receta nos revela un origen humilde, puede ser, pero que para nosotros no nos va ni nos viene, porque su sabor delicioso nos eleva al sumun del arrebato y la satisfacción; y si lo mezclamos con arroz bien graneado y concolón, para qué pedir mas cosas a la vida, si en esa mezcla, además de maravillosa, resulta un alimento saciante o un matahambres atrasadas.

En el mes de julio pasado que estuve por Sullana y visité huariques “de marca”, como se dice en nuestro pueblo, y hubiesen visto mis grandes discusiones con los mozos y los dueños de los locales: ¡Oiga -les pedía- sírvame una fuente de majado de plátano! Y los muy desorientados clamaban a plena voz: ¡Una fuente de seco de chavelo para la mesa que da a la puerta de entrada! Y yo, desde mi mesa, reclamando: ¡Quiero una fuente de majado de plátano al estilo Paulina! ¿Y quién es la Paulina?, me preguntaron en varios locales. ¡No lo sé!, les contesté molesto. Felizmente, en toda aventura culinaria siempre hay alguien que trae la calma; ese alguien recordó que su abuelita Hermenegilda le preparaba este plato y él, raudo, entró a la cocina y a los pocos minutos puso el ansiado plato sobre la mesa. Lo primero que hice, previas disculpas por mi atrevimiento, es colocar la fuente bajo mis narices y sus vapores tibios me llenaron de recuerdos de mi niñez y de mi juventud, de mis abuelos, padres, tíos, hermanos, primos, amigos del colegio y del barrio y de los tantos caminos recorridos por las chicherías “De marca”, como antiguamente se les conocía, y reconocidas en mí tiempo: “¨La burra amarrada”, “La calzón con hueco”, “El borrado”, “La cajón de muerto”, “El celoso”, “La rompe buque”, “Cholo Jesús”, “La china Paula”, “La Baldomera”, “El cholo Villegas”, “La Coloma” y otros que ya se han escabullido de mi memoria. En esos momentos gloriosos valoré la astucia y las técnicas detectivescas del detective ratón Mickey para atrapar a Pedro el Malo usando los olores emanados de la cocina de la abuelita; por supuesto que el incorregible amigo de lo ajeno, sin entender la trampa tendida, caía mansamente como mosca en la miel. Y es que en ese segundo crucial el instinto perverso de Pedro el Malo era remplazado por el instinto de hogar, impulsos extraños o recuerdos latentes que irrumpen de pronto y por los cuales el ser humano regresa a sus orígenes. Seguramente que ese fenómeno, difícil de explicar, se posesionó en mi cabeza: el síndrome de Pedro el Malo había intervenido silenciosamente y me perdí entre los humos de las añoranzas, recuerdos y olores familiares. A veces los comics engloban realidades. Mis acompañantes de mesa me obligaron a aterrizar con un destemplado; ¡Oye, suelta el plato! 

No crean que ésta historia finaliza aquí: seguiré batallando para que este plato, de aquí en adelante se le llame majado de plátano sullanero. Desde luego que esto no es ir contra la corriente culinaria o andar ninguneando platos, esa no es mi forma de ser, sino la de rescatar platos en peligro de desaparecer; ojo, que en las mesas hay lugar para todos los gustos. El escribir este artículo no me ha sido fácil: para encontrar las diferencias entre estos platos he tenido que recurrir a dos expertas en el arte culinario norteño: Sra. Zoilita Aída León Varillas y Sra. Marthita León Hurtado. No les voy a proporcionar las recetas: secretos son secretos, y a mi me gusta guardarlos bajo cinco llaves. Así es, mis amigos gourmets, sigan trabajando, no desmayen en su empeño, que las fórmulas mágicas flotan a sus alrededores. Para terminar, solo faltaría la preguntita de rigor:

 - Oigan, señores “cordon bleu”, ¿y el majadito de plátano sullanero?

Eduardo Borrero Vargas
Lima, 2 de octubre del 2012.
Derechos Reservados.