miércoles, 6 de abril de 2022

Eustaquio, engendro del diablo

La madre niña, desesperada por lo que llevaba en su vientre, revolvía su mente tratando de borrar las imágenes horrorosas de esos minutos en los que de niña pasaría a ser una mujer adulta, por la violación de su despiadado padrastro. Vacilaba entre reprochar a su madre por su actitud pasiva, asumida ante estos hechos, o en huir lejos, lo más lejos posible de ese lugar cuya atmósfera demoníaca le profundizaba el daño sufrido en su virginal vientre. Ella, recordaba vivamente que la violación fue un domingo de un invierno lluvioso, presagiador de males, cuando ella al día siguiente cumpliría trece años. No lograba librar de su mente estos pasajes violentos, mientras pujaba asistida por la esposa de uno de los pescadores, en la solitaria casucha que otros pescadores compadecidos, al verla tan niña y embarazada, le habían levantado entre unos médanos y cunetas cercanos a la playa. Después, de unos alaridos que rasgaron la triste penumbra de la medianoche, dio a luz a un pequeño que, a ella, en su mente en shock por el esfuerzo del parto, se le ocurrió llamar Eustaquio Baldomero, engendro del diablo.

A partir de entonces, en ese remedo de casucha, sobreviviría madurando la forma de cómo darle muerte a su vástago. Su mente era un amasijo de dudas y desesperaciones. Se alimentó con lo que la naturaleza apenas le ofrecía. Algunos pescadores que raras veces coincidían por esa zona, le dejaban algo de cangrejos, ostras y pescados frescos. El agua dulce no le hacía falta; cerca de ellos, había un pozo natural siempre lleno de este líquido esencial. Le extrañó que su madre, ni sus hermanos, se empeñaran en buscarla. Seguramente, pensó apenada, que ella era la culpable de esta vergüenza familiar. Ella, sin embargo, no dejó de pensar en dar muerte al ser que trajo al mundo. A medida que los días se sumaban, se agigantaron los odios. No cesó de maldecir sus desgracias y su mente se multiplicó en recuadros en los que configuraba, las venganzas más atroces, que una persona herida en su intimidad sería capaz de infligir a quienes la empujaron a huir con la cara en el suelo, para no verle su vientre abultado. Por ratos posaba su vista en el pequeño engendro del diablo y trataba de borrar lo que ella repetía sin cesar como bestia autómata: Si naces vivo serás un muerto sin vida, y si naces muerto serás un vivo sin vida.

Eustaquio Baldomero, vio la luz una noche sin luna. La comadrona, ante la inexperiencia de la parturienta, de un jalón certero lo desprendió de la madre, le palmeó las nalgas; pero el niño, ni esbozó una sonrisa ni lloró. La madre lo amamantó a regañadientes, criándolo con leche agria de rencores, hasta los doce años. A partir de entonces, abandonado a su suerte por la madre, se convertiría en un ermitaño. Solo recordaba que la madre, espontáneamente lo llamó Eustaquio Baldomero. Los pescadores, al ver que la madre lo había abandonado, dejaron de visitarlo. La poca ropa que tenía desapareció. Dejó de hablar y caminó desnudo, protegido con doble costra de suciedad. Se alimentó de malezas, cangrejos y uno que otro pez, varado en la playa. Aprendió el lenguaje de las gaviotas, de los pelícanos, del rumor del mar, de las olas balbuceantes, y de los monstruos marinos que exhibían sus lomos grises en la misma línea del horizonte. Transitó por los médanos y prontamente se le iría la imagen de la madre. Jamás vio un libro o una revista ilustrada. Su cerebro rudimentario se limitaría a captar lo mínimo necesario para sobrevivir.

El infeliz Eustaquio Baldomero, vive en el mar balanceado por las olas, disfrazado de ballena jorobada. La madre, amante de uno de los traficantes de tierras más conocidos de la zona, ha ofrecido dos lotes de regular tamaño en el futuro Resort que se edificará en esa parte, calificada como el lugar más excelso donde se aglutina el sol y la plenitud del mar, a quiénes extingan a las ballenas jorobadas para conseguir que el engendro diabólico no tenga cobijo; también, la madre ya fuera de sí, se ha unido al equipo de los matadores que, no duermen ni comen, oteando atentamente la alta mar como muertos-vivos, enroscados en enormes redes. Han pasado los años, la madre, ya vieja y marcada por el fracaso, ha regresado con su marido al pueblo; y a conciencia propia, ha solicitado camisa de fuerza y alojamiento en el Hospicio para Alienados.

Comentan los pescadores ocasionales que cruzan por ese lugar desolado, que al amanecer ven a un hombre cabalgando desnudo y desgreñado sobre el lomo de una ballena jorobada, comandando a otros Eustaquios Baldomeros. Se sospecha, que se han multiplicado por miles; y que, en delante, no aceptarán persecuciones, ni que los desplacen ni que los califiquen como subhumanos.

Escrito de Eduardo Borrero Vargas
Publicado en
“ERGO REVISTA LITERARIA”
N° 04 (Enero 2022)