La
madre niña, desesperada por lo que llevaba en su vientre, revolvía su mente
tratando de borrar las imágenes horrorosas de esos minutos en los que de niña
pasaría a ser una mujer adulta, por la violación de su despiadado padrastro.
Vacilaba entre reprochar a su madre por su actitud pasiva, asumida ante estos
hechos, o en huir lejos, lo más lejos posible de ese lugar cuya atmósfera
demoníaca le profundizaba el daño sufrido en su virginal vientre. Ella,
recordaba vivamente que la violación fue un domingo de un invierno lluvioso,
presagiador de males, cuando ella al día siguiente cumpliría trece años. No
lograba librar de su mente estos pasajes violentos, mientras pujaba asistida
por la esposa de uno de los pescadores, en la solitaria casucha que otros
pescadores compadecidos, al verla tan niña y embarazada, le habían levantado
entre unos médanos y cunetas cercanos a la playa. Después, de unos alaridos que
rasgaron la triste penumbra de la medianoche, dio a luz a un pequeño que, a
ella, en su mente en shock por el esfuerzo del parto, se le ocurrió llamar
Eustaquio Baldomero, engendro del diablo.
A
partir de entonces, en ese remedo de casucha, sobreviviría madurando la forma
de cómo darle muerte a su vástago. Su mente era un amasijo de dudas y
desesperaciones. Se alimentó con lo que la naturaleza apenas le ofrecía.
Algunos pescadores que raras veces coincidían por esa zona, le dejaban algo de
cangrejos, ostras y pescados frescos. El agua dulce no le hacía falta; cerca de
ellos, había un pozo natural siempre lleno de este líquido esencial. Le extrañó
que su madre, ni sus hermanos, se empeñaran en buscarla. Seguramente, pensó
apenada, que ella era la culpable de esta vergüenza familiar. Ella, sin embargo,
no dejó de pensar en dar muerte al ser que trajo al mundo. A medida que los
días se sumaban, se agigantaron los odios. No cesó de maldecir sus desgracias y
su mente se multiplicó en recuadros en los que configuraba, las venganzas más
atroces, que una persona herida en su intimidad sería capaz de infligir a
quienes la empujaron a huir con la cara en el suelo, para no verle su vientre
abultado. Por ratos posaba su vista en el pequeño engendro del diablo y trataba
de borrar lo que ella repetía sin cesar como bestia autómata: Si naces vivo
serás un muerto sin vida, y si naces muerto serás un vivo sin vida.
Eustaquio
Baldomero, vio la luz una noche sin luna. La comadrona, ante la inexperiencia
de la parturienta, de un jalón certero lo desprendió de la madre, le palmeó las
nalgas; pero el niño, ni esbozó una sonrisa ni lloró. La madre lo amamantó a
regañadientes, criándolo con leche agria de rencores, hasta los doce años. A
partir de entonces, abandonado a su suerte por la madre, se convertiría en un
ermitaño. Solo recordaba que la madre, espontáneamente lo llamó Eustaquio
Baldomero. Los pescadores, al ver que la madre lo había abandonado, dejaron de
visitarlo. La poca ropa que tenía desapareció. Dejó de hablar y caminó desnudo,
protegido con doble costra de suciedad. Se alimentó de malezas, cangrejos y uno
que otro pez, varado en la playa. Aprendió el lenguaje de las gaviotas, de los
pelícanos, del rumor del mar, de las olas balbuceantes, y de los monstruos
marinos que exhibían sus lomos grises en la misma línea del horizonte. Transitó
por los médanos y prontamente se le iría la imagen de la madre. Jamás vio un
libro o una revista ilustrada. Su cerebro rudimentario se limitaría a captar lo
mínimo necesario para sobrevivir.
El
infeliz Eustaquio Baldomero, vive en el mar balanceado por las olas, disfrazado
de ballena jorobada. La madre, amante de uno de los traficantes de tierras más
conocidos de la zona, ha ofrecido dos lotes de regular tamaño en el futuro
Resort que se edificará en esa parte, calificada como el lugar más excelso
donde se aglutina el sol y la plenitud del mar, a quiénes extingan a las
ballenas jorobadas para conseguir que el engendro diabólico no tenga cobijo;
también, la madre ya fuera de sí, se ha unido al equipo de los matadores que,
no duermen ni comen, oteando atentamente la alta mar como muertos-vivos,
enroscados en enormes redes. Han pasado los años, la madre, ya vieja y marcada
por el fracaso, ha regresado con su marido al pueblo; y a conciencia propia, ha
solicitado camisa de fuerza y alojamiento en el Hospicio para Alienados.
Comentan
los pescadores ocasionales que cruzan por ese lugar desolado, que al amanecer
ven a un hombre cabalgando desnudo y desgreñado sobre el lomo de una ballena
jorobada, comandando a otros Eustaquios Baldomeros. Se sospecha, que se han
multiplicado por miles; y que, en delante, no aceptarán persecuciones, ni que
los desplacen ni que los califiquen como subhumanos.