“Se declara la guerra literaria. Escritores y poetas provincianos forman asociación contra el círculo literario limeño y acusan a jurados renombrados de amañamientos y favoritismos en los concursos literarios. Quemarán sus últimas letras en esta guerra justa. No habrá tregua ni respiro. Por lo pronto dejarán de concursar. Entrarán a lo que ellos le llaman -vigilia literaria-. Ruegan al público amante de las letras apoyar esta singular asociación”.
En esto fantaseaba el Negro Faura, mientras
repasaba el último volante informativo que había guardado, de los cientos que
el escritor le había encomendado los distribuyera en universidades, centros
culturales y lugares más transitados de la capital; lo aprendió de memoria por
si acaso un espía de la intelectualidad limeña se apropiara de lo que sería en
la posteridad un testimonio histórico de esta lucha sin precedentes en el
mundo. Lo recitó en voz alta y potente, como si de un tabladillo se dirigiera a
una multitud sujeta a su voluntad: “Compañeros
provincianos ya es hora de romper las cadenas que atan nuestra vena literaria.
Ponernos de pie, es un deber ineludible. La historia así lo exige. La
reivindicación intelectual es de justicia. Destruyamos al pomposo círculo literario
limeño. Abajo los jurados elitistas. Que viva la lucha literaria. Que viva las
provincias. Unidos venceremos”.
Oye,
negro - se escuchó burlándose de si mismo- si en San Marcos hubiese oficiado de
volanteador de grupos revoltosos hoy sería con toda seguridad un hábil
congresista o un poderoso líder de opinión. Se cagó de la risa y siguió
leyéndose en las primeras páginas de los diarios mas renombrados: “A un egresado de
Los enfrentamientos literarios no son
redituables. Estos monstruos, elefantes sagrados, los pisotearán con saña y
odio, como hormigas depredadoras y encima los asfixiarán con sus gases
intestinales, producto de embodegarse las tripas con fideos de letras podridas
traídas del viejo mundo… ¡ya lo vivirán en carne propia!
El Negro -se agrió- al analizar las
advertencias de Carlitos Sarmiento qué en un rayo de lucidez alcohólica, le
había advertido premonitoriamente desde que se inició esta aventura. Los sueños -prosiguió- las promesas, y las
buenas intenciones, pueda ser, que me hayan alejado de la realidad, pero el
papel de redentor de los oprimidos intelectuales no lo abandonaré, así Carlitos
me fastidie con sus insinuaciones delirantes. O se alinea al movimiento o
terminará cantando boleros cantineros en cantinas de mala reputación.
En la vida se pelea por algo que vale la pena
pelear. Y este es el punto de inflexión o de quiebre: ¡basta de arrodillarnos
ante una intelectualidad egoísta, apolillada y centralista! Seguramente- siguió
dando vueltas el negro- la brega será traumática. Tal vez, gastaremos muchas
suelas de zapatos, bastante saliva, recursos oratorios y hasta pañuelitos
blancos para llenar plazas de oyentes, pero esto es un costo mínimo, para lo
que buscamos: la puesta en valor de la intelectualidad provinciana.
Bordeaba ya el mes de Diciembre y la última vez
que preguntó por el escritor, ese inolvidable 15 de Febrero del año 1,975, en
el Queirolo, donde Carlitos Sarmiento les reveló que el escritor sufría de
manías depresivas y las ocultaba candorosamente, con: “amigos del gremio,
disculpen mis ausencias pero estos meses han sido fructíferos, he escrito
veinte cuentos y diez novelas cortas, frescas y sustanciosas, todas por supuesto
las he enviado a concursos nacionales e internacionales, solo esperemos los
laureles”.
En realidad, estos comentarios insidiosos de
Carlitos, al Negro, le llegaban altamente, su fe se mantenía intacta en la
lucha ya emprendida con lo que él también le dio por nombrarla: la
reivindicación del pensamiento de los pueblos sin nombre. Ocho meses,- calculó
el Negro- a chupeta por semana, treinta y dos chupetas sin saber del amigo
escritor. ¡Que manera de jodernos la existencia! Si supiera lo que se ha perdido
o mejor dicho nada ya que el 29 de agosto el gobierno pasó de las manos de un
gorilón a otro gorilón.
Aunque este gorilón no nos molestó tanto como
el otro gorilón con sus cierras puertas y “toques de queda” y sus reformas
agrarias y sus ideas socializantes puestas en mano de intelectualoides mas
interesados en aparentar virtudes falsas y estúpidas y de apropiarse de estos
tiempos propicios para camuflarse de escritores sensibles al sufrimiento de los
campesinos y ¡oh! milagro en convertirse en gañanes, lamperos, surqueros,
regadores, pajareros, cañeros, piscadores de algodón y faenadores de ganado.
Estas mierdas -siguió el negro- casi nos
engañan y sus galardones florales los ganaron suplantando a los patrones: “Campesinos, con estas manos callosas y sangrantes
de tanto escribir, nosotros los intelectuales capitalinos, hemos tragado de tu
pobreza”. Y ellos no tienen perdón de Dios, si es que Dios en verdad existe
-refunfuñó el Negro- porque de la pobreza nadie se burla ni mucho menos estos
aprovechadores a los que nunca las tripas les han rechinado por un mendrugo de
pan. Treinta y dos chupetas perdidas y desperdiciadas sin poder refutar a esta
gavilla de vividores.
Ahora más que nunca -pensó el Negro- es
necesario que el escritor aparezca y en un movimiento involuntario tomó de su
velador el último volante histórico y lo miró como si a través de él mirara el
futuro. Y le corrieron lágrimas de impotencia y la oscuridad de la noche lo
apabulló y reclamó al silencio si los novecientos noventa y nueve putos
volantes repartidos con diligencia le harían mella al intelecto limeño: ¡Vida
esquiva dame la cara y verás un hombre peleándote lo injusta que eres!
Y el negro se la jugó entero y sin temor, como cuando de estudiante universitario jugaba una caja de cerveza a un tiro de cubilete, sin tener un centavo en el bolsillo y anunciaba su triunfo, por adelantado: ¡Miren, compañeros estudiantes, ahí va el cubilete al centro de la mesa y al levantarlo verán cinco puntos negros prodigiosos que nos darán de chupar gratis! ¡Señores sentémonos y gocemos de este paréntesis que nos ofrece la vida!