jueves, 6 de agosto de 2020

Declaratoria de guerra

 “Se declara la guerra literaria. Escritores y poetas provincianos forman asociación contra el círculo literario limeño y acusan a jurados renombrados de amañamientos y favoritismos en los concursos literarios. Quemarán sus últimas letras en esta guerra justa. No habrá tregua ni respiro. Por lo pronto dejarán de concursar. Entrarán a lo que ellos le llaman -vigilia literaria-. Ruegan al público amante de las letras apoyar esta singular asociación”.

En esto fantaseaba el Negro Faura, mientras repasaba el último volante informativo que había guardado, de los cientos que el escritor le había encomendado los distribuyera en universidades, centros culturales y lugares más transitados de la capital; lo aprendió de memoria por si acaso un espía de la intelectualidad limeña se apropiara de lo que sería en la posteridad un testimonio histórico de esta lucha sin precedentes en el mundo. Lo recitó en voz alta y potente, como si de un tabladillo se dirigiera a una multitud sujeta a su voluntad: “Compañeros provincianos ya es hora de romper las cadenas que atan nuestra vena literaria. Ponernos de pie, es un deber ineludible. La historia así lo exige. La reivindicación intelectual es de justicia. Destruyamos al pomposo círculo literario limeño. Abajo los jurados elitistas. Que viva la lucha literaria. Que viva las provincias. Unidos venceremos”.

 Oye, negro - se escuchó burlándose de si mismo- si en San Marcos hubiese oficiado de volanteador de grupos revoltosos hoy sería con toda seguridad un hábil congresista o un poderoso líder de opinión. Se cagó de la risa y siguió leyéndose en las primeras páginas de los diarios mas renombrados: “A un egresado de la Universidad de San Marcos, apodado el Negro vejete, lo sorprenden in-fraganti a plena luz del día volanteando propaganda subversiva en las principales avenidas de nuestra bella ciudad jardín. Se sospecha que pertenece al comité de propaganda de un pseudo-grupo de intelectuales nacidos en Sullana y en otras provincias, qué intentan dar un zarpazo moral a la intelectualidad limeña”…. “Después de los interrogatorios de ley, la policía lo recluyó en la carceleta del Palacio de Justicia. Se le acusó de apología del terrorismo. Se le exigirá al recto e intachable Fiscal de la Nación, solicite al poder judicial una pena privativa de la libertad, de no menos ciento noventa y nueve años de prisión. Este castigo ejemplarizador servirá para que en el futuro estas agrupaciones de inconformes y levantiscos provincianos, respeten a los ínclitos escritores limeños”.

Los enfrentamientos literarios no son redituables. Estos monstruos, elefantes sagrados, los pisotearán con saña y odio, como hormigas depredadoras y encima los asfixiarán con sus gases intestinales, producto de embodegarse las tripas con fideos de letras podridas traídas del viejo mundo… ¡ya lo vivirán en carne propia!

El Negro -se agrió- al analizar las advertencias de Carlitos Sarmiento qué en un rayo de lucidez alcohólica, le había advertido premonitoriamente desde que se inició esta aventura.  Los sueños -prosiguió- las promesas, y las buenas intenciones, pueda ser, que me hayan alejado de la realidad, pero el papel de redentor de los oprimidos intelectuales no lo abandonaré, así Carlitos me fastidie con sus insinuaciones delirantes. O se alinea al movimiento o terminará cantando boleros cantineros en cantinas de mala reputación.

En la vida se pelea por algo que vale la pena pelear. Y este es el punto de inflexión o de quiebre: ¡basta de arrodillarnos ante una intelectualidad egoísta, apolillada y centralista! Seguramente- siguió dando vueltas el negro- la brega será traumática. Tal vez, gastaremos muchas suelas de zapatos, bastante saliva, recursos oratorios y hasta pañuelitos blancos para llenar plazas de oyentes, pero esto es un costo mínimo, para lo que buscamos: la puesta en valor de la intelectualidad provinciana.

Bordeaba ya el mes de Diciembre y la última vez que preguntó por el escritor, ese inolvidable 15 de Febrero del año 1,975, en el Queirolo, donde Carlitos Sarmiento les reveló que el escritor sufría de manías depresivas y las ocultaba candorosamente, con: “amigos del gremio, disculpen mis ausencias pero estos meses han sido fructíferos, he escrito veinte cuentos y diez novelas cortas, frescas y sustanciosas, todas por supuesto las he enviado a concursos nacionales e internacionales, solo esperemos los laureles”.

En realidad, estos comentarios insidiosos de Carlitos, al Negro, le llegaban altamente, su fe se mantenía intacta en la lucha ya emprendida con lo que él también le dio por nombrarla: la reivindicación del pensamiento de los pueblos sin nombre. Ocho meses,- calculó el Negro- a chupeta por semana, treinta y dos chupetas sin saber del amigo escritor. ¡Que manera de jodernos la existencia! Si supiera lo que se ha perdido o mejor dicho nada ya que el 29 de agosto el gobierno pasó de las manos de un gorilón a otro gorilón.

Aunque este gorilón no nos molestó tanto como el otro gorilón con sus cierras puertas y “toques de queda” y sus reformas agrarias y sus ideas socializantes puestas en mano de intelectualoides mas interesados en aparentar virtudes falsas y estúpidas y de apropiarse de estos tiempos propicios para camuflarse de escritores sensibles al sufrimiento de los campesinos y ¡oh! milagro en convertirse en gañanes, lamperos, surqueros, regadores, pajareros, cañeros, piscadores de algodón y faenadores de ganado.

Estas mierdas -siguió el negro- casi nos engañan y sus galardones florales los ganaron suplantando a los patrones: “Campesinos, con estas manos callosas y sangrantes de tanto escribir, nosotros los intelectuales capitalinos, hemos tragado de tu pobreza”. Y ellos no tienen perdón de Dios, si es que Dios en verdad existe -refunfuñó el Negro- porque de la pobreza nadie se burla ni mucho menos estos aprovechadores a los que nunca las tripas les han rechinado por un mendrugo de pan. Treinta y dos chupetas perdidas y desperdiciadas sin poder refutar a esta gavilla de vividores.

Ahora más que nunca -pensó el Negro- es necesario que el escritor aparezca y en un movimiento involuntario tomó de su velador el último volante histórico y lo miró como si a través de él mirara el futuro. Y le corrieron lágrimas de impotencia y la oscuridad de la noche lo apabulló y reclamó al silencio si los novecientos noventa y nueve putos volantes repartidos con diligencia le harían mella al intelecto limeño: ¡Vida esquiva dame la cara y verás un hombre peleándote lo injusta que eres!

Y el negro se la jugó entero y sin temor, como cuando de estudiante universitario jugaba una caja de cerveza a un tiro de cubilete, sin tener un centavo en el bolsillo y anunciaba su triunfo, por adelantado: ¡Miren, compañeros estudiantes, ahí va el cubilete al centro de la mesa y al levantarlo verán cinco puntos negros prodigiosos que nos darán de chupar gratis! ¡Señores sentémonos y gocemos de este paréntesis que nos ofrece la vida!                                            

EL OLOR DE LA POBREZA

En la choza de la Anselma,
allá en Querecotillo,
olí el olor de la pobreza.
Esa mezcla de polvo,
salitre y cenizas,
que ocultan brazas
en los rescoldos,
de cocinas apretujadas.
De ollas sin fondo,
cocinando solo
sudor y lágrimas.
De cuerpos descarnados
y de ojos legañosos
de gentes sigilosas,
que no reflejan sombras.
Creo con rabia,
que el olor del yucún,
apisonado por siglos,
por pies descalzos
lo tendré grabado:
No, en la punta de la nariz
sino en algún repliegue
de mi cerebro marcado
a hierro candente.
 
 
EL SUERTERO

Todos lo viernes de todas las semanas,
a la medianoche, al primer canto del gallo,
el suertero mayor abrazado de velones,
cruzaba los costillares del puente de Sullana.
Prendiendo velas a las ánimas muertas,
por los salitrosos caminos que van a Salitral,
acatando el pacto con el avariento duende
que usa los algarrobos de El Garabato,
como arcas para esconder el oro
fruto, de sus codicias y usuras.
Según el ayudante Evilio Jaramillo,
que trastornado, de lo alto del puente
sigue pregonando esta desventura,
donde el suertero fue muerto
por su propia ánima muerta,
que el duende usó como trampa
revistiéndola de reluciente oro.
Después de años, lustros y décadas,
la gente del lugar no le asunta,
porque ignoran si desde antaño,
en estas tierras norteñas vivió un
suertero, vendedor de ilusiones.

👉 Eduardo Borrero Vargas – Derechos Reservados
  (Publicado en la edición N° 26 del mes de junio del 2009 en la revista "El Tallán Informa" de Sullana

No hay comentarios:

Publicar un comentario