martes, 9 de noviembre de 2021

Los “CUENTOS TALLANES” de Víctor Borrero Vargas

Crear historias y contarlas a otros con la elocuencia directa y casi natural, que parecen verdades tomadas de la realidad misma, es todo un oficio que convierte al narrador en un hechicero, en un contador de mentiras, que formalmente por razones de convivencia humana: las mentiras se van transformando en verdades, en el largo camino de la vida.

Esas mentiras que la tribu humana aplaude, que los críticos literarios llaman novelas o cuentos, que pueblan también la imaginación de los pobladores de una región, a lo largo del tiempo se convierten en obras maestras. Historias que le dan brillo a las mediocres vidas de esos hombres y mujeres, cuyas existencias prosaicas muchas veces no son tan importantes.

Los pueblos originarios tienen sus narradores orales, sus contadores de cuentos, que cuando se transforman en comunicadores, y escriben sus verdades en páginas de libros, son muchas veces temidos como “reveseros”, “ardilosos”, “fascineros” y “pendencieros”. Sus enemigos los acusan de “adefesieros”, pero sus lectores anónimos, que los aplauden y los veneran, ensalzan sus historias como verdades notables, y son excelsas “fantasías”, que brotan del espontaneo humano, de la inconformidad social, de la insatisfacción y de la rebeldía personal; de allí nace entonces toda la literatura actual que pregonan los escritores.

Escribir sobre Víctor Borrero Vargas (1943-2008) es para mí un desafío, un hablar de fantasmas, una confesión de piurano “a piuranos”. Como yo, Víctor Borrero nació en Sullana, en el peregrinar de una familia de clase media. Ambos tuvimos que migrar para estudiar y académicamente hablando descubrimos la “historicidad” en un momento de grandes contradicciones sociales que vivió el país, lectores de Jean Paul Sartre, Maurice Merleau-Ponty, y Albert Camus; además de ser admiradores de los narradores argentinos Roberto Arlt, David Viñas y Eduardo Mallea, como más de una vez conversamos.

Su obra narrativa, se desencantó de la narrativa urbana: de la interioridad insular, del movimiento vertiginoso de las idas y vueltas de lo inasible y lo descriptivo. Más bien, su narrativa asume una dialéctica viva entre profundidad y mundo, entre interioridad y exterioridad, en la demostración de la personalidad social y de la psicología de conducta. Interesada más por la semántica y lo freudiano, por los comportamientos y las heridas narcisistas de sus personajes.

Sus cuentos van hacia la síntesis, a los vasos comunicantes de lo inconveniente de las vidas de estos “ex hombres” que pueblan sus narraciones. Es una obra extensa, que sin embargo no ha entusiasmado todavía a los críticos literarios, tal vez por las dificultades para entender el marco social de referencia donde se desenvuelven las ficciones y sus protagonistas: “El alma de Torres” (1987), “Jijuneta y Alma Mía” (1991), “¡Derrama tu sangre, Abraham!” (1994), “Tres mujeres contra el mundo” (1995), “El sueño de Onésimo” (1999), “Happening en la Milla Seis” (1999), “El pecado es un pasatiempo solitario” (2001), “Cabo Blanco” (2001), “Cuentos Tallanes” (2012) y “Nuevos Cuentos Tallanes” (2012). Tiene también “Tangarará” (1993), una pieza de dramaturgia de tres actos, sobre la primera ciudad española en territorios tallanes, en cuyos escenarios desfilan actores históricos: Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Fray Vicente Velarde, Hernando de Soto y Nicolás de Rivera, por el bando hispano; y los caciques nativos Lachira, Maixavilca, y Almotaxe, tomados del referente de los cronistas.

Su narrativa adopta lo real: de la estructura gramatical de la oralidad piurana, y la forma significativa onírica de una aproximación a Juan Rulfo: coincidencias que transitan y se bifurcan en sus textos, pues todos sabemos las enormes similitudes de la vida social, el paisaje, las ropas, las costumbres y el habla de los mexicanos con los piuranos. La esfera de las significaciones sociales y culturales de sus “Cuentos Tallanes” tiene también encuentros con la narrativa tarmeña de los cuentos de “Ñahuin”” y “Taita Cristo” de Eleodoro Vargas Vicuña, y del primer narrador Eduardo González Viaña, en los relatos de “Batalla de Felipe en la casa de palomas”.

Sin duda, la obra maestra de Víctor Borrero Vargas es ese puñado de “Cuentos Tallanes”, de magníficos sarcásticos, atroces y soberbias historias de un estilo de inesperada perfección, por la visión del mundo que expone, desde una perspectiva de lo popular, propuesta inteligente con una técnica narrativa lucida, donde el ímpetu de idealismo -del narrador- fluye para fascinar, abrumar y mostrarnos el apogeo y la ruina del mundo rural y modeno de una parte del espacio cultural piurano.

“Conambre” es un espacio mítico, una población desesperada e invisible, un lugar imaginario, tal como “Comala” o “Macondo”, el infierno de una utopía inventada por el narrador omnipresente que narra desde una tercera persona -muchas veces- diversos sucesos, y es también, una voz colectiva, que quiere representar un tiempo retorcido, por momentos onírico e interpretativo, una manera ambigua y tortuosa de presentarnos las acciones de los instintos y las pasiones de sus personajes. En la novela “Jijuneta y Alma Mía”, la urdimbre de las acciones de los personajes, nos muestra la épica y el martirio del pueblo talareño en tiempos de la IPC. con un parabólico mensaje de protesta social.

La grandeza de los “Cuentos Tallanes” es que nos hace sentir un intenso contenido simbólico, un mensaje cifrado e histórico de nuestra piuranidad.

 

Articulo de Armando Arteaga

 Publicado el domingo 07/11/2021 en 
el Suplemento "Semana", Diario El Tiempo, Piura, 
sobre la narrativa de Víctor Borrero Vargas.