Eleuterio Coronel, esquivando el
¡0h! de admiración, siguió con su perorata y tuvo la sensación de que los
nietos se habían quintuplicado, aunque esto último no lo tomó muy en cuenta, ya
que su visión, desde no sabía cuándo, se le había quebrantado al extremo de ya
no ver figuras sino secuencias de figuras, que llenaban auditorios sin fondo.
Los aplausos de los niños múltiples le llenaron el ego patriótico hasta el
punto que un domingo, día de sus disertaciones, sacó a relucir sus
condecoraciones, que no eran pocas, sino que ocupaban un cofre de regular
tamaño. Y tampoco se atrevía a prendérselas en el pecho, por temor a que su
peso lo incline hacia adelante y de esa forma le haga perder su figura ya
enclenque, pero aún marcial.
Lo extraordinario de este caso, es
que la historia de Eleuterio Coronel se ha replicado en todos los pueblos del
Perú, y hasta se pelean el origen de Eleuterio Coronel. Es así que cada 28 de
julio, se ve batallones de niños vistiendo de rojo y blanco, comandados por un
viejito vozarrón, marcándole el paso, uniformado con su uniforme de gala raído
y doblado por el peso de las innumerables condecoraciones recibidas en cuanta
batalla tuvo que acudir, para defender la patria. Él, según dicen las personas que
lo han escuchado y lo han visto permanece activo y al tanto de las novedades
para saltar como un resorte viviente, a donde lo requieran.
¡Eleuterio Coronel personifica la
nación! ¡Firmes y felices por la unión! Se les escucha cantar a los niños
patriotas vestidos de rojo y blanco al pasar por la tribuna de honor
embanderada con banderitas, rojas y blancas que flotan en el aire, como si
fueran palomitas aplaudiendo con sus alas al paso redoblado de los niños héroes
que van al campo, donde se disfruta de la paz eterna con el mundo que nos
rodea.