Presentación
En
el año 1502, el pueblo tallán alcanzaba los setenta mil habitantes. Dos grandes
conglomerados lo conformaban: Paita y Tumbes. El grupo de Paita abarcaba a los
Colanes, los Amotapes, los Pelingarás y los Piuras. Tumbes, siendo un
conglomerado más pequeño, incluía los Tumbes, los Mayabilcas y los habitantes
de Poechos.
Este
pueblo tenía un territorio considerable: por el norte, se extendía hasta los
Chibchas (Colombia); por el sur, hasta Olmos (Lambayeque); por el oeste, con
los Purunes y Cañaris (Ecuador) y por el este, con la etnia de los Guayacundos
(Huancabamba y Ayabaca). El centro más importante estaba Paita. Desde esta
ciudad se desarrolló un sistema de gobierno que, con la fuerza de las armas,
impuso el idioma oficial llamado “Sec”.
El
CIPCA, en el año 1962, publicó “Catac ccaos, origen y evolución histórica de
Catacaos”, de don Jacobo Cruz Villegas, un libro muy valioso porque nos
proporciona información sobre diferentes aspectos de la cultura tallán: sus
mitos y divinidades, sus fortalezas y sus capitales, además de enfocar tópicos
como: la comunidad tallán frente a la conquista y la colonia, voces del dialecto
tallán y del idioma quechua -que sirven para comunicarse entre los pobladores-,
etc. Estas páginas nos muestran la riqueza cultural de este pueblo que
probablemente desarrolló más de un ciclo cultural, pues se han encontrado
vinculaciones de esta civilización con los mochicas. Y en grado tan estrecho
que algunos arqueólogos han denominado tallán-mochica a todo el universo
cultural de estos pueblos
Muy
poco es lo que se sabe sobre la literatura de los tallanes. Pero estos hombres,
inteligentes y cobrizos, seguramente que, como ocurre con los habitantes de
todo el grupo humano, también amaron las historias. La literatura, como señala
Mario Vargas Llosa en el ensayo “El viaje a la ficción” es una hija
tardía de ese quehacer primitivo, inventar y contar historias, que humanizó a
la especie, la refinó, convirtió el acto instintivo de la reproducción en
fuente de placer y en ceremonia artística -el erotismo- y disparó a los humanos
por la ruta de la civilización, una forma sutil y elevada que solo fue posible
con la escritura, que aparece en la historia muchos miles de años después de
los lenguajes
Pero
la literatura es una disciplina muy amplia, pues agrupa a muchos géneros. En
esta oportunidad nos vamos a detener en la leyenda, las mismas que se hallan
dentro del género narrativo. La leyenda, hasta donde sabemos, es una expresión
primitiva que tuvo su origen en la tradición oral, entremezclándose en ella los
hechos verdaderos y los fabulosos. Las más antiguas que se conocen provienen de
la India. Algunas, como “La mesa redonda” y la de “Merlín, el
encantador”, parecen provenir de antiguas tradiciones celtas; otras, no
son sino historias desfiguradas. Sus fuentes son, frecuentemente, hechos
históricos deformados por la tradición. Gran parte de la epopeya era ya
conocida en forma de leyenda. Y, además de ser cuna de los cantares de gesta,
sirvieron al romancero. Las características de las leyendas nos permiten
conocer las costumbres, sentimientos, ideales, actitudes y maneras de entender
la vida de una civilización a través del tiempo y el espacio. La leyenda se diferencia
del cuento y de la anécdota porque es explicativa y no tiene la complejidad del
primero, además de que su motivo esencial es unitario. Su importancia radica en
el hecho de documentar la identidad cultural de los pueblos en relación con sus
orígenes.
Hemos
afirmado que documenta la identidad cultural de nuestros pueblos, entendiendo a
esta como un conjunto de valores, tradiciones, símbolos, creencias y modos de
comportamiento que funcionan como elemento cohesionador dentro de un grupo
social y que fungen como sustrato para que los individuos que lo conforman
puedan fundamentar su sentimiento de pertenencia, Por eso me parece importante
la publicación de “Cuando el cielo se tiño de rojo y otras leyendas tallanes”,
del escritor Eduardo Borrero Vargas, en un momento histórico donde la
globalización, como un fantasma, recorre de prisa todos los continentes del
planeta. No es que estemos en contra de la globalización –que, obviamente, trae
cosas valiosas para los seres humanos- pero es imprescindible que, sin
menoscabo de dichos beneficios, los pueblos conserven su identidad cultural
para que nuestro mundo siga siendo rico y diverso en expresiones culturales,
además de significar una forma de afirmación de su libertad.
El
libro de Eduardo Borrero Vargas tiene como protagonistas principales a un
miembro del Consejo de Ancianos de los tallanes, y a las divinidades del
pueblo: Macacará Sec -dios del principio y del final-, Huangalá Sec -dios de
los registros y acontecimientos-, Vichayal Sec -dios de la austeridad y
sacrificio, etc. Las primeras cuatro leyendas nos ilustran como surgió el
pueblo tallán: La vida se inició en el
centro abismal de la profundidad de la bóveda negra por donde las estrellas y
los luceros aminoran su intensidad y, mucho más atrás, casi rozando la espalda
de la línea sospechosa por donde el sol se torna asustadizo y temeroso… (“Orígenes
tallanes”). Pero también nos cuenta cómo se produjo “El
gran diluvio tallán”, aquel que duró tres veces siete; “De
duendes y fantasmas”, en donde nos habla de la entrada al inframundo
(agujero sin fondo); “De curanderos y del ceibo de los cerrojos”,
para referirse a los curanderos mayores o brujos, que son los sumos sacerdotes
(guardianes de las huacas).
A
partir de la quinta leyenda, “Cuando el cielo se tiño de rojo”,
el escritor nos introduce en una nueva etapa de este pueblo, producida con la
llegada de los españoles: Pisotearon
nuestro honor; que es lo más preciado que tiene el hombre. Redujeron a cenizas
nuestros enseres. Nuestros hogares desaparecieron. Perdimos las tierras y a
nuestros dioses, creadores de la ley y el orden, los desterraron al valle de
los olvidos, nos quitaron la lengua materna. De ser dueños de las comarcas,
pasamos a ser simples vasallos…
Siguen
las leyendas “El dios Tallán que se convirtió en lechuza”. “De capullanas y
matriarcados”, “De evangelizaciones y cambios de nombre”, “El lagarto de oro”, “De
lengua y cronistas”, “El envés del pueblo tallán” y “De centenarios y algo más”.
En todas estas leyendas, el escritor Eduardo Borrero Borrero, indignado por la
actitud de los conquistadores hispanos, les increpa cómo, en nombre de su dios,
saquearon, quemaron, violaron y casi destruyeron la cultura Tallán; sin
embargo, esta persiste hasta nuestros días -vivita y coleando- dándole vida a
los diferentes asentamientos humanos de Piura, u aún se siguen utilizando
vocablos Sec, así como del quechua: barbacoa
(cáma de varas lisas suspendidas sobre cuatro puntales de algarrobo
descortezado), cancha (maíz tostado),
callana (trozo de olla usada para
tapar recipientes), chamiza (ramajes
delgados y secos desprendidos de los algarrobos), chicha (bebida fermentada de maíz colorado, famosa en Catacaos), chucaque (cólico estomacal de origen
psíquico que se cura con rezos), churuco
(recipiente vegetal grande, seco y hueco, que sirve de baúl), entre otros.
Con
un estilo sobrio, sencillo pero elegante, ajeno a los retorcimientos
sintácticos, Eduardo Borrero Vargas, como un dios tallán, nos introduce al
mundo inédito de la literatura tallanca para recordarnos nuestras raíces,
además de inducirnos a la reflexión sobre nuestro pasado como lección
histórica. Y, como no podría ser de otro modo, para disfrutar con estas
magníficas leyendas.
Wilmer Rojas Bustamante