Florentino Azambuja, nacido en Sullana, había firmado un
compromiso con un desconocido, en una noche sumada a ingentes noches que se
habían cruzado justo en ese segundo en que tuvo la idea de ahorrar unas cuantas
leguas de camino. ¡Después de otra suma de siglos, sigue envuelto en esas
divagaciones! ¿Qué fuerzas extrañas lo empujaron a firmar un acuerdo tan
nefasto para su sobrevivencia? ¿Por qué lo hizo? ¿Por ahorrar energías
mentales? ¿Su muerte? ¿Su vida? ¿O jugar a la eternidad? Lo relevante es que
cada “Jueves Santo”, en el monte elegido, se reunía, según lo pactado, con
otras personas de rostros ahuecados, sumando con él doce personas.
Con ellas se acomodaba alrededor de una piedra plana y comían de
un cordero que les iba ofreciendo partes magras de otros corderos que balaban
en sintonía con el silencio. Poco a poco, las once figuras grotescas iban
retrocediendo, hasta confundirse en las noches de las noches sepultadas.
Florentino Azambuja, al despertar por las mañanas siente
cosquilleos en las manos y en los pies, a lo cual él no da importancia. Ahora
sabe con certidumbre que estará envuelto en esas sensaciones, hasta que el
mundo decida reescribir su historia.