miércoles, 21 de abril de 2021

TINGA-AL, el alfarero (Leyenda Tallán)

…No hubo palabras sobrantes sino las necesarias para que el sacerdote, de vestimenta lujosa y llena de ornamentos, le comunicara lo siguiente: Agradecido deberás estar con mi señor Pushia-Sec, dueño de comarcas situadas más allá de donde nace el gran río Turicarami y de ingentes riquezas, sitio en que hablamos otras lenguas, y de costumbres distintas a las de ustedes. Lunas sobre lunas te hemos venido observando y nuestro Pushia-Sec conocedor de tu arte excelso ha decido ofrecerte a su hermosa hija púber, Leti-Inim, deseada por muchos hijos de cacique en edad casadera. Con ella tu dignidad alcanzará a la de un príncipe y tu oficio de alfarero crecerá hasta alcanzar el universo donde moran los dioses poseedores de todas las artes. A cambio de esta gracia, a mi señor cacique le deberás ofrendar diez tinajas de barro –le enseñó las dos manos abiertas- del tamaño suficiente para que en ella se acomoden diez escogidos por mi señor, que lo acompañarán a un viaje largo que deberá emprender pronto. En diez veces lunares, en una noche oscura como ésta, estaremos de vuelta. Esa noche te llevaremos en una litera espaciosa y tus ojos no acostumbrados a la oscuridad de las noches no te permitirán ver los alrededores. No lo tomes a mal son nuestras costumbres, conocemos a la perfección cuales son las noches favorables que nos permiten acortar espacios y desplazarnos a puntos alejados con la velocidad del rayo lo que a otros le demandarían años solares. Sin más que añadir me despido y cumple con el compromiso. Sé que eres un joven de palabra. 

Tinga-Al estupefacto repasó detenidamente el compromiso adquirido y supo a partir de ese instante que el presentimiento que lo había estado persiguiendo estaba por convertirse en una realidad. Rediseñó los hornos y sus manos asombrosas le fueron dando forma a las vasijas calculando con exactitud el volumen correcto para albergar cómodamente personas, mudas de ropa, alimentos y chicha de jora para un largo viaje. A medida que iba involucrándose en su labor, dejó de pensar en esos viajes engorrosos ofrecidos y su mente fue ocupada por cientos de fórmulas complejas que le permitirían alcanzar el ideal de las mezclas de las arcillas, el grosor de las paredes, el peso y sobre todo que su cocido sea parejo, para que a lo largo del recorrido no se resquebrajen.

En ese intenso trajinar, el joven alfarero, olvidó por completo que él era parte de ese pacto. Cercano al décimo mes lunar, en que la comitiva regresaría por el encargo, Tinga-Al como picado por una avispa despertó y tomó conciencia de lo que tendría que dejar atrás. Pensó en escaparse, pero su padre Tipac-Ñan le había enseñado el valor de la palabra empeñada. Contempló la explanada en la que cuidadosamente había acomodado en hilera las diez vasijas. La verdad –se reafirmó- son la expresión genuina de mi arte, nadie podrá discutir mi autoría. Tomando aliento varias veces se distendió y sin esforzarse demasiado se sumió en el silencio que precede a lo indescifrable.

Esa noche Tinga-Al, durmió profundo, como si nunca hubiese dormido y sus alargadas vigilias se tomaron la revancha y lo sujetaron en sus aposentos: sin movimiento, estático, amarrado con ropaje de recién nacido en el que solo sus ojos podían girar en todas las direcciones. Quiso gritar y de sus gritos solo hervían gemidos tan espantosos que él mismo se negaba a creer que salían de su propia boca. En ese estado no logró contabilizar la cantidad de noches y días que habían pasado antes de despertarse.

Sabía que no había probado bocado alguno sin embargo se sentía pletórico de fuerzas. Al cargar una nueva medianoche otra vez se repitió el fenómeno: la claridad de la luna llena fue invadida por la oscuridad, y el mismo mensajero con su comitiva se acercaron y Tinga-Al fue levantado en vilo y acomodado en una litera lujosamente decorada, emprendieron camino con tal habilidad que el joven alfarero no sintió los desniveles que él imaginaba iban ser abruptos. Muy de cerca a sus oídos, le llegaba el rumor de la torrentada del río Turicarami y una que otra voz de mando quebrando la horizontalidad del silencio. Y en medio de esa monotonía no pudo modular melodías y le incomodó sobre manera que su madre lo haya dejado tan criatura y que su padre no lo haya inducido ni siquiera a tatarear canciones de cuna que tanto le hacían falta en estos momentos de incertidumbre. Y ni siquiera el ave negra, conocedora de las penumbras, lo acompañaba con sus yaiau…yaiau…yaiau, dolorosos.

De pronto, sin saber de qué lado provenían, le asaltaron visiones como si le hubieran dado de beber un brebaje y alucinó que su viaje sería tan largo pero tan largo que alcanzaría la eternidad y su corazón se aceleró y sintió en su pecho: pum…que en la vasija que lo precedía conocería a la doncella Leti-Inim; pum…que no cruzarían palabra; pum…que solo la tomaría de la mano; pum…que la de color rojizo sería la vasija funeraria del cacique de caciques Pushia-Sec, de su séquito de lloronas, de sus guerreros escogidos y de sus sumos sacerdotes; pum… que en la vasija de finísima confección irían la esposa, hijos e hijas; pum… y que el resto de las vasijas estarían destinadas para los vasallos y familiares de menor categoría; pum… lloró ríos lágrimas al recordar que el fuego sagrado tan apreciado por su padre se iría extinguiendo hasta desaparecer y sus cerros de arcilla negruzca se desplomarían hacía el fondo de la tierra; pum…que las aves yaiau volarían de comarca en comarca anunciando sus desgracias; pum…que su linaje quedaría desbastado; pum…que las diez vasijas quedarían enterradas bajo tierra fofa y salitrosa; pum…que no quedarían testigos porque a la realeza no les gustaba que sus tumbas sean profanadas; pum…que sentiría su boca dando bocanadas; pum…que sus pulmones reventarían por falta de aire; pum…que soltaría la mano Leti-Inim; pum…que escucharía el último latido de corazón; pum…que luego vendría el silencio que él ya no escucharía…; y, pum…quizá volvería a ver el rostro de su madre.

Eduardo Borrero Vargas
Lima, lunes 05 de abril del 2021
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