…No hubo palabras sobrantes sino
las necesarias para que el sacerdote, de vestimenta lujosa y llena de
ornamentos, le comunicara lo siguiente: Agradecido deberás estar con mi señor
Pushia-Sec, dueño de comarcas situadas más allá de donde nace el gran río
Turicarami y de ingentes riquezas, sitio en que hablamos otras lenguas, y de
costumbres distintas a las de ustedes. Lunas sobre lunas te hemos venido
observando y nuestro Pushia-Sec conocedor de tu arte excelso ha decido
ofrecerte a su hermosa hija púber, Leti-Inim, deseada por muchos hijos de
cacique en edad casadera. Con ella tu dignidad alcanzará a la de un príncipe y
tu oficio de alfarero crecerá hasta alcanzar el universo donde moran los dioses
poseedores de todas las artes. A cambio de esta gracia, a mi señor cacique le
deberás ofrendar diez tinajas de barro –le enseñó las dos manos abiertas- del
tamaño suficiente para que en ella se acomoden diez escogidos por mi señor, que
lo acompañarán a un viaje largo que deberá emprender pronto. En diez veces
lunares, en una noche oscura como ésta, estaremos de vuelta. Esa noche te
llevaremos en una litera espaciosa y tus ojos no acostumbrados a la oscuridad
de las noches no te permitirán ver los alrededores. No lo tomes a mal son
nuestras costumbres, conocemos a la perfección cuales son las noches favorables
que nos permiten acortar espacios y desplazarnos a puntos alejados con la
velocidad del rayo lo que a otros le demandarían años solares. Sin más que
añadir me despido y cumple con el compromiso. Sé que eres un joven de palabra.
Tinga-Al estupefacto repasó
detenidamente el compromiso adquirido y supo a partir de ese instante que el
presentimiento que lo había estado persiguiendo estaba por convertirse en una
realidad. Rediseñó los hornos y sus manos asombrosas le fueron dando forma a
las vasijas calculando con exactitud el volumen correcto para albergar
cómodamente personas, mudas de ropa, alimentos y chicha de jora para un largo
viaje. A medida que iba involucrándose en su labor, dejó de pensar en esos
viajes engorrosos ofrecidos y su mente fue ocupada por cientos de fórmulas
complejas que le permitirían alcanzar el ideal de las mezclas de las arcillas,
el grosor de las paredes, el peso y sobre todo que su cocido sea parejo, para
que a lo largo del recorrido no se resquebrajen.
En ese intenso trajinar, el joven
alfarero, olvidó por completo que él era parte de ese pacto. Cercano al décimo
mes lunar, en que la comitiva regresaría por el encargo, Tinga-Al como picado
por una avispa despertó y tomó conciencia de lo que tendría que dejar atrás.
Pensó en escaparse, pero su padre Tipac-Ñan le había enseñado el valor de la
palabra empeñada. Contempló la explanada en la que cuidadosamente había
acomodado en hilera las diez vasijas. La verdad –se reafirmó- son la expresión
genuina de mi arte, nadie podrá discutir mi autoría. Tomando aliento varias
veces se distendió y sin esforzarse demasiado se sumió en el silencio que
precede a lo indescifrable.
Esa noche Tinga-Al, durmió
profundo, como si nunca hubiese dormido y sus alargadas vigilias se tomaron la
revancha y lo sujetaron en sus aposentos: sin movimiento, estático, amarrado
con ropaje de recién nacido en el que solo sus ojos podían girar en todas las
direcciones. Quiso gritar y de sus gritos solo hervían gemidos tan espantosos
que él mismo se negaba a creer que salían de su propia boca. En ese estado no
logró contabilizar la cantidad de noches y días que habían pasado antes de
despertarse.
Sabía que no había probado bocado
alguno sin embargo se sentía pletórico de fuerzas. Al cargar una nueva
medianoche otra vez se repitió el fenómeno: la claridad de la luna llena fue
invadida por la oscuridad, y el mismo mensajero con su comitiva se acercaron y
Tinga-Al fue levantado en vilo y acomodado en una litera lujosamente decorada,
emprendieron camino con tal habilidad que el joven alfarero no sintió los
desniveles que él imaginaba iban ser abruptos. Muy de cerca a sus oídos, le
llegaba el rumor de la torrentada del río Turicarami y una que otra voz de
mando quebrando la horizontalidad del silencio. Y en medio de esa monotonía no
pudo modular melodías y le incomodó sobre manera que su madre lo haya dejado
tan criatura y que su padre no lo haya inducido ni siquiera a tatarear
canciones de cuna que tanto le hacían falta en estos momentos de incertidumbre.
Y ni siquiera el ave negra, conocedora de las penumbras, lo acompañaba con sus
yaiau…yaiau…yaiau, dolorosos.
De pronto, sin saber de qué lado
provenían, le asaltaron visiones como si le hubieran dado de beber un brebaje y
alucinó que su viaje sería tan largo pero tan largo que alcanzaría la eternidad
y su corazón se aceleró y sintió en su pecho: pum…que en la vasija que lo
precedía conocería a la doncella Leti-Inim; pum…que no cruzarían palabra;
pum…que solo la tomaría de la mano; pum…que la de color rojizo sería la vasija
funeraria del cacique de caciques Pushia-Sec, de su séquito de lloronas, de sus
guerreros escogidos y de sus sumos sacerdotes; pum… que en la vasija de finísima
confección irían la esposa, hijos e hijas; pum… y que el resto de las vasijas
estarían destinadas para los vasallos y familiares de menor categoría; pum…
lloró ríos lágrimas al recordar que el fuego sagrado tan apreciado por su padre
se iría extinguiendo hasta desaparecer y sus cerros de arcilla negruzca se
desplomarían hacía el fondo de la tierra; pum…que las aves yaiau volarían de
comarca en comarca anunciando sus desgracias; pum…que su linaje quedaría
desbastado; pum…que las diez vasijas quedarían enterradas bajo tierra fofa y
salitrosa; pum…que no quedarían testigos porque a la realeza no les gustaba que
sus tumbas sean profanadas; pum…que sentiría su boca dando bocanadas; pum…que
sus pulmones reventarían por falta de aire; pum…que soltaría la mano Leti-Inim;
pum…que escucharía el último latido de corazón; pum…que luego vendría el
silencio que él ya no escucharía…; y, pum…quizá volvería a ver el rostro de su
madre.
Eduardo
Borrero VargasLima,
lunes 05 de abril del 2021Derechos
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