Ruperto Saona nació en Sullana, así lo indicaban los papeles que
revisaban sus amigos quienes después de muchos años de arqueología documentaria
habían logrado recuperarlos de los archivos municipales. Sin embargo, no
lograron ubicar el año de nacimiento en esos papeles, ya que las polillas se
habían tragado el lado lateral del papel amarillento donde debería figurar ese
dato. Sabían que su casa quedaba pegada a un algarrobo añejo, bajando hacia la
ya olvidada calle San Martín. Fueron en su búsqueda y la casa, temerosa de ser
alcanzada, retrocedía según ellos avanzaban. Recién se darían cuenta que
Sullana era un pueblo levantado entre médanos movedizos que daban la impresión
de revolverse entre ellos y formar murallas infranqueables a quienes intentaran
hurgar sus entrañas. Los amigos, asustados ante esta situación inusitada,
dejaron de buscar a Ruperto Saona. Entendieron que las noches les serían
propicias, no para andarlas de averiguadores de una persona sino para sentarse
en la plaza de armas del pueblo, para hablar de aquel muchacho fuerte y
emprendedor que los acompañó en el colegio. Recordaron entonces que ellos eran
de una generación en el olvido; Sullana se había convertido en una metrópoli
atravesada por trenes suspendidos en colchones de aire que se desplazaban a
velocidades cercanas a los mil kilómetros por hora y que los caballos y los
burros se habían convertido en máquinas voladoras de cercanías, al servicio del
público. Y a los muertos ya no los enterraban en el cementerio –convertido en
un gran galpón- sino que atendidos por Nanorrobots, los reciclaban
convirtiéndolos en cyborgs capaces de realizar tareas extremas en lugares
llamados exoplanetas. Al fin, después de tantos intentos, rozaron la verdad.
Sullana se había convertido en la primera ciudad distópica de este lado de la
Vía Láctea. La gente no tenía nombres, solo eran copias de copias de siglas y
números. Ruperto Saona y sus amigos siguen subiendo y bajando la calle San
Martín. Por las noches, se refugian en el añejo algarrobo convertido en
estación principal de los viajes a planetas que quedan más allá de millones de
años luz.