(Rescatando
a Sullana)
Los sullaneros vivimos aturdidos
y zarandeados por personajes que dicen conocer la historia al dedillo, y no hay
forma de sacarles la vuelta o voltearles el pastel. Cada uno de ellos se escuda
en cartelones enormes, señalando: “No acercarse los mediocres, somos los únicos
que hemos bebido Historia”. Enorme es su desfachatez, y reducidas sus
capacidades deductivas. La historia de la conquista está muy manoseada. Para
peor, no hay contrastes y, por ello mismo, las cosas están contadas a medias.
Unos dirán: ¿Y la Hermenéutica? Pero, ¿de qué nos sirve la Hermenéutica si el
devenir histórico está roto y la conciencia histórica dividida? Y esto se
evidencia en la ligereza con que se estudia e interpreta la conquista. Así,
constatamos que muchos historiadores sacan pecho y brillo, pavoneándose por sus
lecturas de las crónicas de la conquista, en su mayoría escritas con mala
intención, distorsionando y opacando miserablemente la etnia Tallán -resalto el
término etnia y no indígena o in dio, por respeto a los antepasados-, precisamente
por carecer de escritura. Desventajas o hándicap histórico. Suertudos los
conquistadores.
Podría extenderme, páginas sobre
páginas, tratando de descubrir el camino que nos conduzca a crear mesas de
concertación, empujando sutilmente hacia ellas a los historiadores reacios y
desconfiados para que, en un arranque espontáneo de sinceramiento, lleguen a
una especie de armisticio y nos den, de una vez por todas, la satisfacción de
verlos unidos en una corriente cívica y de mea culpa histórica, nunca antes
vista y -de relancina- soltarnos unas palabritas o escritos de alivio, que no
les cuesta nada. La historia de Sullana no comenzó ayer ni anteayer, ni la
semana pasada ni en el milenio, sino que rebasa el tiempo. Tan cierto es esto,
que ya estamos concientizados para levantarnos en masa contra quienes traten de
detener, deliberadamente, su crecimiento armonioso y natural. Digo natural
porque el tergiversar el pasado es un grave pecado, es como hipotecar el
futuro, a espaldas de un pueblo inocente. La inteligencia, muchas veces, es
utilizada como herramienta de maldades. Cuidémonos de eso.
¿Cómo podríamos catalogar o
calificar a ese personaje que busca desbocadamente asegurarse que una calle del
pueblo lleve el nombre de un conquistador que -afirma- que fue el primer
alcalde de Tangarará? Qué generoso el voluntarioso hombre para regalar calles
que no son suyas. Sin embargo, ese ataque de generosidad súbita, ¿por qué no la
encamina para que una de ellas lleve el nombre Lupú -de la etnia Tallán-, que
fue alcalde cuando en Sullana se declaró la independencia? ¿Acaso porque era
Tallán no se merece honores y aplausos? Recalquemos con orgullo: así lo dispuso
la Providencia, que Sullana fuese una reducción indígena y, aunque esta gracia
divina les carcoma a los piuranos -no a todos, porque en ese pueblo tengo muy
buenos amigos, inteligentes y generosos- y, otro tanto, a los historiadores,
esto nos permitió criarnos en libertad y desarrollarnos sin ataduras. Los
atavismos, a veces, son un peligroso lastre para el desarrollo. Por eso, no me
cansaré de repetir hasta que mi voz se apague: ¡Gracias Dios mío, tu
magnificencia ha permitido que Sullana sea una ciudad inclusiva, digna, abierta
y eterna!
Sospecho que, por ese lado, viene las
avalanchas y aprovechamientos: al ver a Sullana abierta y sincera, nuestros
vecinos piuranos, al vernos debiluchos -según su percepción-, se aprovechan
para endilgarnos sumas de sumas de historietas, cada una más tirada de los
pelos que la otra. No tardarán, de eso estoy seguro, en jugar con las latitudes
y afirmar que Tangarará no estuvo en el rio Chira sino en el rio Piura. Pero lo
que ya linda con las alucinaciones extremas es aquella en que uno de estos
personajes insinúa que Sullana debiera separarle una calle, y no una calle
común o un insignificante callejón, sino una amplia avenida de punta a punta.
Mi pregunta va, entonces: este personaje, ¿por qué no se lo pidió, siendo
piurano, a los piuranos? ¿O es que no tiene los suficientes merecimientos para
pedirlo; o es que, al tenerlos, no lo hace por timidez; o, ¿es que los piuranos
mal intencionados le dan la espalda? ¡Qué dilema para este hombre que, de tanto
andar peregrinando y tocando puertas sordas, lo puedan tomar como un pedigüeño!
Esperemos que las peticiones de este señor no tengan eco y sus correlatos, que
deben abundar en nuestro pueblo, no se empecinen y nos obliguen a cargar
despiadadamente sus gracias y benevolencias. ¡Señores, Sullana es de todos y de
nadie en particular! ¡Tengamos sumo cuidado de aquellos correlatos que andan en
la búsqueda de glorias falsas¡
No crean que soy un hombre reacio
a la Historia ni que ando peleándome con los historiado- res, ni que estamos a
cuerdas separadas, ni -mucho menos- en posición de pelea. No y ¡no! Lo que
buscó es la sobriedad que deben de tener al momento de analizar la conquista,
en cuanto a lo que nosotros nos toca como región, en la que, por primera vez,
chocó el mundo occidental de larga data -con escritura- y un mundo totalmente
desconocido, no registrado en un Atlas de esa época, sin escritura. Es bueno
recordar que, desgraciadamente, por estos lugares, al menos en la nación
Tallanca, no había nada escrito. Pero no por eso era una sociedad incomunicada
o salvaje: tenía sus propios mecanismos de equilibrio y códigos de conducta. O
sea que no es una afrenta ni insulto reconocer que antes de la conquista, acá,
en el Perú, no había escritura. Fantaseemos, es un buen ejercicio fantasear: si
acá, en el continente americano, hubiese habido una biblioteca como la de
Alejandría, en la que se hubiesen reunido -antes de la conquista- tomos o
volúmenes escritos de historias de las civilizaciones antiguas, los cronistas,
tan veleidosos y distorsionadores de las verdades, no hubiesen tenido cabida.
Entonces, quizá, la historia tendría otro sentido. Finalmente, sobre esto no
voy a transigir ni retroceder un milímetro. Seguiré en mi trece: terco y firme
como un tronco, defendiendo los fueros de una verdad histórica. Unidos
busquemos la grandeza de Sullana.
Eduardo Borrero Vargas. Derechos reservados.
Escrito publicado en la edición Nº 59, febrero 2012, en la revista El Tallán Informa
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