viernes, 7 de agosto de 2020

Rescatando a Felipillo

“Felipillo lloras iras contenidas
 sufriendo siglos de mentiras
 de cristianos de las Iberias
 que ensuciaron tu memoria”.

Eduardo Borrero Vargas

 “Era un mal hombre Felipillo de Pohechos, liviano, inconstante, mentiroso, amigo de revueltas y sangre y mal cristiano, aunque bautizado”

Francisco López de Gómara (“Historia General de las Indias”)

Gracias a la hiperactividad o a la ansiedad de andar metido en la computadora, noche y dí
a, buscando libros viejos. Días atrás, descubrí en uno de los tantos vendedores calificados del ciber espacio el libro titulado “Felipillo”. Esta novela escrita por Luis Senen Codina y prologada por Luis Alberto Sánchez, se editó por primera edición en enero de 1974 y fue poco difundida. Empero, no se le puede restar méritos ya que el autor tiene el coraje de tomar como protagonista principal a este personaje denostado, mal interpretado o mal estudiado en la historia del Perú.

Todos los historiadores o casi todos, si es que por ahí hay alguna excepción,

coinciden en señalar a Felipillo de Pohechos como el culpable de la caída o el derrumbe del Imperio Incaico. Infelizmente, el nombre de Felipillo quedaría grabado en la historia del Perú como sinónimo de traición y entreguismo, pero, ¿Quién es este personaje cuya actividad traductora lo empuja a ser tratado de esta forma? Recordemos que Felipillo cuando fue capturado en una balsa navegando a Panamá ya era “lengua”. Era conocedor de varios dialectos de la zona y del quechua por su actividad de comerciante. Pero, ¿Cómo se iba a imaginar que su vida giraría en trescientos sesenta grados? El azar o la suerte, que desempeñan un papel decisivo en el ser humano, lo empujaron a un universo para él jamás imaginado o soñado. A partir de ese acontecimiento su vida sería otra, cada vez se alejaría del mundo en el que se había desenvuelto e iría sumergiéndose en otro totalmente desconocido y sin aparente explicación.

El episodio histórico de la conquista del nuevo mundo o choque brutal de dos mundos, uno en pleno desarrollo y el otro ya maduro con objetivos definidos de conquista (tierra y oro) y evangelización, so pretexto de dotar de gracias divinas a esos infieles (sin templos ni casas de adoración), lo podríamos calificar como: “los vómitos del abismo del fin del mundo” (por si acaso esta frase no es de mi autoría) o “la más terrible y desgarradora expresión de otredad”. Muchos investigadores partiendo de este ángulo, han llegado a conclusiones asombrosos que ayudarán, sin duda, a entender con mayor lucidez este episodio tan complejo.

Para graficar con claridad este fenómeno transcribo del libro, lo siguiente:

 “Se miró detenidamente la cara y un gesto de desilusión pudo retratar el espejo; se veía él mismo; nada había cambiado en su cara, los mismos rasgos, el mismo color, los mismos pómulos saltantes y como remate- aunque se frota las mejillas para convencerse-, hasta donde avanza su quijada, no encuentra las barbas que su imaginación había asimilado al bautizo. No era como aquellos hombres y era cristiano. Y se siguió mirando, esperando la transformación que no llegó, admitiendo al fin su equívoco; era el mismo anterior de aquella ceremonia. Por consolarse, expandió al viento la frase feliz:

- ¡Felipe de Pohechos, cristiano, bautizado con nombre de príncipe!”- (p.16)

Ni “Felipe de Pohechos” (se desconoce su nombre tallán), ni los capitanes españoles dieron un paso adelante en el “nos y el otro”. Nunca se entendieron. El “lengua tallán” desconfió de ellos y los españoles por igual. Es aquí, qué los conquistadores, cegados por los celos e impotencia de no poder leer los pensamientos de “Felipe” (nombre de reyes), lo rebajaron a “Felipillo”, diminutivo peyorativo y prejuicioso. Me aventuraría a pensar, aunque no soy historiador, que los conquistadores eran iguales o peores que él. Recordemos, repito, que la conquista fue a sangre y fuego. En nombre del rey y la iglesia católica se cometieron barbaridades. En contrapartida, con toda seguridad, que en sus voces interiores “Felipe” los detestaba y los llamaba despectivamente: “Viracochitas ladrones, ladinos, ambiciosos, mal dados por las tierras, el oro y manejadores de idolatrías”. Lógicamente, como es fácil de suponer, “Felipillo” salió averiado de esta colisión de dos culturas, debido a que su civilización no contaba con el contrapeso de la escritura para dilucidar este entredicho o drama histórico.

Entonces, ¿cómo lanzarle un salvavidas a “Felipe de Pohechos” para rescatarlo de la ignominia en la historia del Perú? Grave problema para los historiadores porque siempre recurrirán al “Archivo de Indias”, escrito por cronistas españoles en beneficio propio. Para una mejor comprensión de este dilema, tomemos como ejemplo a Francisco López de Gómara que escribió “Historia general de las Indias”. Este historiador fungió de cronista sin atravesar el océano atlántico, se basó en historias o fantasías de a oídas o de leer crónicas de repente trucadas enviadas del nuevo mundo. El ser humano desde que aprendió a hablar también aprendió a mentir. La mentira oral o escrita es uno de los mecanismos utilizados por el ser humano para engañar y conseguir parabienes, hundir cabezas, desprestigiar pueblos y civilizaciones o conseguir sitiales en el paraíso. Cuando los contrastes no son posibles, los historiadores deberían abstenerse de conclusiones o definiciones débiles porque la historia luego los juzgará implacablemente. A estos historiadores les aconsejaría replantear este “drama histórico” y dar otra visión de “Felipe de Pohechos” y de otros “lenguas” para restituirlos en su verdadera dimensión histórica.

Los restos, de este personaje tan jaloneado, ya hecho polvo, son parte íntima de las arenas del desierto de Atacama, hoy territorio chileno. Diego de Almagro fue el encargado de ultimarlo atravesándolo de pecho a espalda con su espada trabajada en fraguas crepitantes de odios y avaricias. Felipillo pasaría a la otra vida sin saber, en realidad, quien era y quienes eran los otros. Mala forma de morir para un ser humano libre que el destino lo colocara en una encrucijada sin salida

 “Para ese apóstata sin conciencia de apostasía, había solamente la exigencia de serlo. Hesitantes, sus sentidos se volcaban en lo externo; tras los chirridos de la realidad, tras sus reflejos, buscando en ellos la seguridad de su pensamiento, antes de hundirse definitivamente. Quería saber él lo que iba a morir y lo que sobreviviría. Ideas de otra vida, aprendidas muy al paso, le hacían concebir la esperanza de una vida celestial, pero él no la deseaba si habría de proseguir esa lucha que en él había dado, entre el ser natural y libre y el cultivado cristiano”. – (p. 279)

Esta tarea justa, de devolverle a “Felipe de Pohechos” su dignidad, deberá nacer de nosotros los descendientes de los tallanes. Los historiadores y profesores de historia del Perú; piuranos, sullaneros y tumbesinos, jugaran el papel decisivo en el replanteamiento de esta etapa dramática de nuestra historia. Ya es tiempo de traerse abajo ese andamiaje mal armado por tantos historiadores, que más andan hurgando el Archivo de Indias para ver si por casualidad encuentran sus orígenes hispanos y vanagloriarse de ello, que buscando con la seriedad de un erudito la verdad de los hechos.

El mejor ejercicio, para romper esquemas o cadenas, trabadas por sistemas rígidos y ortodoxos impuestos por personas que sólo miran los acontecimientos históricos desde una sola orilla, es con juegos de palabras o frases escritas con el fin de desubicarlos de su contexto o de su eje giratorio. Con esto pueda ser que por casualidad logremos que sus neurotransmisores se agiten hasta estallar en miles de luces y desconcertados por este alumbramiento me pregunten: ¿por qué no se me ocurrió?  La cosa es de fácil ejecución o hasta risible, afirmaría, deben desprenderse de estas rigideces o sujeciones mentales; leyendo o escribiendo parodias de conquistas con caballitos de madera y espadas de cartón o jugando a lo que le llamaremos, a partir de ahora, juegos históricos al revés: 

“Era un mal hombre Francisquillo López de Gómara, liviano, inconstante, mentiroso, amigo de revueltas y sangre y mal creyente, aunque bautizado en el vientre de la pachamama”

*Ancaj Jimac de Pohechos  (Historia General de las Iberias)

Estos ejercicios mentales, aunque nos incomoden, son necesarios para alcanzar la transparencia histórica. Dejemos ya de comer sapos y culebras engañosos. Felizmente en otros países ya hay corrientes en esa dirección y los resultados son positivos y alentadores: la conquista del nuevo mundo es más compleja de lo que los historiadores han escrito.

* Ancaj Jimac (Gavilán negro).- Nombre tomado de las “Etimologías Tallanes” del Dr. Manuel Yarleque Espinoza

👉 Eduardo Borrero Vargas - Derechos reservados - (2010)

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