En el principio de los orígenes de la vida, cuando la tierra aún no era, un hombre del consejo de los ancianos sabios de la nación tallanca contaba: “de las brumas marinas se desprendió un pueblo laborioso que tomó posesión de esta región, la domesticó y la hizo productiva. Los hombres ahí asentados la cuidaron respetando las leyes de la naturaleza y la engrandecieron hasta los confines donde nace la blanca garza real. Dominaron el mar, los ríos, truenos, relámpagos, rayos y el fuego. A sus muertos los enterraron dignamente siguiendo las enseñanzas de sus dioses. Y convivieron en paz con los lagartos. Ésta, nuestra nación, saltó el horizonte, y los seres vivientes nacidos en estas comarcas viven en armonía en el intervalo donde el tiempo ya no es tiempo, sino que nos rige el sol y la luna en una unidad hacia lo eterno. Los gentiles y merodeadores no nos hallarán así pongan de cabeza los cerros sagrados, despanzurren los ceibos o talen nuestros árboles ancestrales, ya que nunca entenderán que vivimos en el envés de su mundo deformado”.
Y siguió narrando con voz grave y
pausada estos sucesos: “en esos albores se preparó al más listo y memorioso del
más allá de los cuatro horizontes paralelos. Por diferentes métodos y artificios,
recomendados por los grandes maestros de las escuelas emblemáticas, el
“escogido” logró grabar en su memoria estas maravillosas leyendas, las mismas que
estarán a salvo hasta que el universo arda en su propio fuego o el aire enrarecido
tenga un olor fétido. Para entonces esos maravillosos acontecimientos serán resonancias
confusas rebotando en la luz roma de un universo absolutamente opaco. El nombre
del “escogido” –el de la memoria prodigiosa- permanecerá protegido en la raíz
de un algarrobo, al que se le puede divisar desde la curva perfecta de nuestro
envés. Como los gentiles y merodeadores no imaginan -debido a su torpeza
innata- lo que son los conceptos de la curva perfecta del envés, darán vueltas
y vueltas alrededor de señuelos falsos. Como el perro que trata de morder su
cola. De esta manera confundiremos por siempre a estos enemigos de nuestros principios.
Y nuestro “escogido” permanecerá a salvo de la desesperación de esta gente sin
escrúpulos. Y así decidan tasajear salvajemente los pliegues de los cerebros de
toda la nación tallanca, ya que aseguran que ahí están grabadas las leyendas
sagradas, vanos serán sus intentos porque no tienen el poder para traspasar el
paralelo que es el lindero invisible de la pared que nos separa. Permanecerá a salvo
la leyenda más deseada, gracias a ese imposible, en la que describe
abiertamente –con datos precisos y fidedignos- la forma cómo se levantó, caña
con caña y lodo con lodo, nuestra representativa ciudadela: Sullana”.
El anciano consejero miró al firmamento y
señaló con su dedo índice la estrella más brillante y prosiguió su conversación:
“de esa estrella que rasga la oscuridad de la noche bajaron los padres de
nuestros padres, y aquí permaneceremos porque así lo señalan nuestras leyes sagradas.
Para nosotros no existen los siglos, ni los días, ni las semanas. Sin embargo,
los del mundo paralelo, los de la ventana del costado, están condenados a nacer
y a morir. Son concientes que su vida tiene un término. Ahí reside su capricho y
desesperación por perennizarse, poniendo fechas sobre rumas de libros a todo lo
que les ocurre. Y a esto le llaman cronologías, centenarios y algo más. Y la
verdad es que no le encuentro sentido a estas terminologías caprichosas, ya que
en nuestro mundo todo discurre libremente como el agua de los ríos. Y en el
discurrir natural de las cosas no hay tiempo, todo es un ir a las auroras
eternas. Somos estrellas infinitas: así firmado está en nuestras imborrables leyendas”.
Siguió mirando fijamente el firmamento y
reflexionó con voz entrecortada: “ellos así lo quisieron, nos arrancharon
nuestros dioses, quemaron nuestros templos, mataron nuestras vidas, secaron nuestra
comarca, desenterraron nuestros huesos, borraron nuestras costumbres y hasta
nuestra querida lengua nos la robaron. Se adueñaron del mundo paralelo y en él
se enseñorearon; sin embargo, no importa. Porque ahora, aquí, en este lado, somos
inmortales como las magnánimas estrellas brillantes que dan luz al universo entero.
Felizmente, damos gracias a nuestros dioses que nos dotaron de inteligencia,
ingenio y la astucia que nos caracteriza, para salir airosos de todo embrollo. Bendecidos
estamos: la heredad del nacimiento nuestro pueblo quedará intacta. Duro castigo
para estos soberbios, ya que lo único que les queda es inventar cronologías y
centenarios mentirosos. Aquí, en el envés de nuestra amada ciudadela Sullana, seguiremos
orgullosos de ser sullaneros y celebramos que nuestra nación tallanca eclosionara
en vísperas de que aparezca el sol y la luna, que son los entes naturales que
todo lo rigen”.
👉 Eduardo Borrero Vargas - Derechos reservados (2010)
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