En
cada punto geográfico de esta llamada Tierra, -exponía Benito Segovia en la
sala principal de la Biblioteca Municipal de un pueblo norteño, asentado en los
linderos de un arenal tan árido y extenso que se perdía al este del lugar-
nacen escritores llamados a quedar conectados en la memoria colectiva. Uno de
ellos, cuyo nombre se ha rescatado milagrosamente usando pesquisas de descarte,
es Juan Dunas Manchego. Mi intervención en esta extravagante historia, escrita
en papel sobrante de los mercados, es para contarles que el autor apenas logró
editar diez ejemplares, uno de los cuales es el que les muestro y, como podrán
observar, más parece papel cebolla por lo viejo. O sea que mi papel en este
conversatorio se reduce a ser un simple espectador de otros espectadores, que
dicen haberse deleitado con la lectura de “Cuentos Parabólicos”. Aclaro que encontré
este delicado ejemplar un día de guardar, en la almohada de mi cama. ¿Quién lo
dejó ahí? Me he roto el cerebro averiguándolo y no hay respuestas para ello, ya
que mi memoria últimamente va y viene.
Esperemos
que lo expuesto líneas arriba sea una apertura adecuada para conducirlos a
entender estos cuentos alucinantes. Todos ellos, sin excepción, no están
sujetos a la rigidez del tiempo. Simplemente son juegos fantasiosos, en un
mundo imaginario, donde el envés de la realidad es tomado como un hecho factible.
Es decir, en el juego de la vida, el haz y el envés en cada instante de nuestra
precaria vida, influyen en nuestra perspectiva de ver las cosas. Entonces,
podríamos deducir que el muy inteligente y hábil escritor Juan Dunas Manchego,
analizaba la vida desde el sentido contrario del común de la gente. Eso le
permitió escribir lo que otros escritores desdeñaron, por estar diseñados a
mirar desde el lado más cómodo, el diario concurrir del ser humano. No nos
extrañe que esos escritores hayan tratado de desaparecer los vestigios de esta
gran obra, que a ojos de buen cubero les estaba quemando su entrada a la gloria
de las letras. La obra “Cuentos Parabólicos” no tiene y no debería tener ese
vil destino, puesto que el ya desaparecido Juan Dunas Manchego ahora camina en
el envés de la vida.
Se
levantó Benito Segovia, alisó su melena, se acomodó el sombrero y salió del
recinto Municipal. Nadie lo aplaudió. El auditorio estaba vacío. Se encaminó a
la Plaza del pueblo, recién cayó en cuenta que había sido invitado a disertar a
un pueblo fantasma.
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