lunes, 20 de julio de 2020

Las confesiones

 (Sigue la guerra literaria)

Los remordimientos son como el diablo.  Cuando a un cristiano lo agarran del cogote no lo dejan tranquilo ni para hacer del cuerpo. Y es que Carlitos Sarmiento tenía que sincerarse y rápido para aliviarse. El peso de la mentira le era cada vez más insoportable y le hería el espinazo hasta hacerlo sangrar.

Haber engañado a los amigos era como haberse quitado la vida con la mano de Satán. Ya lo había oído de niño en la selva, en el aserradero del abuelo, de la boca de una shipiba corrigiendo a su hijo: “el viejo tunche” te jalará al monte, donde no se ve el sol, por andar diciendo mentiras como los extraños que llegan de los pueblos de abajo de los ríos”. Y ahora en su edad mediana temía qué la historia del “tunche” sea verdadera y por embustero lo levante en vilo y lo sotierre en el monte de los mentirosos.

¿Por qué los adultos, a uno, de niño, lo andan martirizando con duendes, tunches, pishtachos, gnomos, aparecidos, negros paicones y otros seres ocultos tras la oscuridad de la noche? ¡Maldita sea!, que manera de complicarnos la existencia; pensaba Carlitos Sarmiento, en ese preciso instante, en que clarito recordaba las palizas que el abuelo, demencialmente le propinaba en plena selva. Cuantas veces, para probar su hombría, lo había dejado solo en las “cochas”; quizá, para moldearlo o para deshacerse de él. Un día le preguntó, temblando de miedo: “Abuelo, si soy tu único nieto, ¿por qué me lastimas con odio y a mi madre me la ocultas? ¿A qué se debe que nunca me hables de ella? ¿Acaso ha quebrado las buenas costumbres, ha renegado de Dios o el viejo tunche la enamoró y llevó al monte a convivir y es madre de otros tunches?

A los diez años fugó a Pucallpa. Un tuerto ayahuasquero, maestro reconocido de la zona, lo cobijó en su cabaña. Tres años lo tuvo a su cargo. Tú tarea principal será regresarme al mundo- le dijo- cuando me veas con los ojos vidriosos de “paiche” muerto, me sacudes fuertemente, rezas en voz alta y me das de beber el líquido de esa botella verde que cuelga cerca de la ventana; es como si estuviera muerto o en trance aquí echadito en mi tarima, pero estoy vivo en el mundo del más allá. Lo brujos “ayahuasqueros”- siguió- tenemos el poder de conocer el futuro y de viajar a otros lugares, pero también sé que algún día quedaré atrapado por esos lados. Sé muchas cosas, pero no te las puedo revelar. La otra tarea es qué iras a la escuela fiscal, ya es tiempo: para mañana ya será tarde. Y cuando cumplas trece años te daré suficiente dinero y te embarcaré con alguno de mis “pacientes” que lo he regresado al mundo de la claridad. Lima, es tu destino –le aclaró- lo sé porque he visto tu futuro. No dudes de eso porque soy una persona que vive fisgoneando el más adelante. Al llegar a Lima el “paciente” te entregará un papel donde estará escrito tu nombre. Una feliz familia, que no tiene hijos, te abrirá su corazón. A ellos le entregarás el papel, lo leerán con cariño, y por primera vez oirás tu nombre. Deja que la vida discurra normalmente y no pretendas seguir mi camino porque es tenebroso conocer lo que va a pasar mañana. Te volverías loco: los profanos no están preparados para esto, si lo intentas, envejecerás antes que claree el alba. Una vez que salgas de aquí no voltees –insistió-, fija tu vista al oeste y pronto verás el mar. ¿Y qué de mi origen, te preguntarás? Acuérdate que el viejo “ayahuasquero” es la selva y la selva es el origen de la vida por lo tanto yo soy tu padre.

Tal como lo anunció el “ayahuasquero”, en esa casa no le faltó lo mínimo. Creció con dignidad. Le enseñaron que la farsa y la mentira eran prácticas aberrantes y pecaminosas nacidas del mismo diablo. Él era consciente del pecado cometido: “Los mil panfletos que le dieron para repartirlos terminaron hechos añicos en el cagadero”. Cerró los ojos y su espíritu vio el alma triste del “ayahuasquero” rondando a su alrededor con la mirada baja de la pura vergüenza. Carlitos intentó ver su imagen reflejada en el espejo y sólo vio unas figuras deformes y difusas que cambiaban de tonalidades grises a negras tan rápidamente que le herían las pupilas. Recordó que allá en el interior de la selva las tribus no confiaban en los espejos: “los espejos a veces son difusos y no reflejan caras sino maldades, mentiras, almas errantes y retorcidas de “tunches” multiplicados por miles”. Carlitos Sarmiento, a sabiendas, había roto un pacto de amigos. Ahora su redención sería hablarles con la verdad.

- ¡Carajo! - reaccionó el Negro Faura - Quince años palabreándonos con eso de: ¡valió la pena muchachos! Y recién te sinceras, con cara compungida, qué los mil volantes se los tragó tu cagadero. ¿Qué clase de mierda eres, no tienes sentido de compañerismo?

- ¡Disculpen! No los quise herir- insistió Carlos. Ya es hora de quitarme este peso de encima. He sufrido contándoles historias falsas, como esa que les narré sobre un grupo de escritores de la Amazonía que venían en marcha a Lima en apoyo a nuestras demandas. Y otras tantas con las qué los entusiasmé, como, la de ese periódico limeño de alto tiraje que publicaría nuestras peticiones y condiciones para lograr que la intelectualidad limeña ceda en algo en su orgullo y acepte que en los concursos literarios los jurados sean provincianos, al menos una vez al año, y que de vez en cuando en sus medios de comunicación hagan mención del desarrollo literario del interior del país. Paulatinamente les llené las mentes de fantasías mentirosas. Estas mentiras son mi calvario y me redención. Sólo quiero que me comprendan. Ya es tiempo que mis penas y remordimientos me permitan vivir en equilibrio. Ahora el “tunche” me dejará tranquilo y dormiré con mi conciencia tranquila, si es que ustedes, por supuesto, me dan esa ocasión. Ya lo dijo Dios: “vuelve a mí, porque yo te he redimido”… Apelo a su grandeza.

-Carlitos, conociéndote- retomó la palabra el Negro- lo que tú le llamas confesiones hace rato las sospechábamos. Sólo, esperábamos el instante en que te atreverías a decirlas frente a frente con un vaso de cerveza en la mano, como siempre, sentados en una mesa, dilucidando nuestras confusiones. En tu conciencia quedará escrito esta deslealtad, pero no somos dioses para atribuirnos la redención: ¡seguiremos siendo amigos, no nos vuelvas a defraudar!

- ¡No volverá a suceder, no saben, lo que es vivir en el infierno! ¡Seguiremos en la lucha! - respiró aliviado Carlitos Sarmiento.

-Hay algo que me inquieta, amigos de lucha- siguió el Negro-. Hay temas que hemos soslayado. Sopesemos, los quince años que han pasado por nuestro costado: en el país han sucedido cosas extrañas, mientras nosotros vivíamos absorbidos en una lucha intelectual literaria. Dejamos de lado el mundo que nos rodea y esto nos ha sobrepasado. ¿No saben qué el nuevo presidente del Perú es un japonés? ¡En pleno año de 1990! ¡Si mis abuelitos se levantaran de la tumba, se volverían a enterrar!

- Negro- interrumpió el escritor provinciano -, con razón la gente en el norte se quejaba que no había de comer y el partido de gobierno culpable de esta hambruna, azuzaba a los campesinos con pancartas: ¡Voten por el chino! ¡Con el chino habrá de comer! ¡No voten por la gallina pupujada! ¡La gallina pupujada representa a los ricos!

- ¿Y quién es la gallina pupujada? - preguntó César Ríos.

-El contendor, un tal Llosa o Vargas Llosa, famoso novelista. Dicen que vivió en Piura, pero su familia es arequipeña o limeña. Allá lo fastidiaban con esa chapa porqué se ponía rojo, cada vez, que discurseaba por pueblos del interior, como las gallinas que ponen huevos y pujan hasta que el huevo salte al nido y para él la palabra era un huevo tibio que le molestaba y lo dejaba caer, no para anidarlo, sino para salir rápidamente de algo en que no creía. Mal negocio hizo en meterse en esta agonía. Salió averiado. Los “compañeros”, con saña, lo empujaron al purgatorio para expiar sus inocencias- cortó rápidamente el escritor provinciano.

-Carlitos- retomó la palabra el Negro Faura-, tú que eres heredero de dones sobrehumanos, dinos, entonces, ¿en qué país hemos vivido o que nos ha pasado? ¿De qué atrocidades discuten? ¿De los muertos que lloran? ¿De los ajusticiados? ¿De los desaparecidos? ¿De terrorismo? ¿De bombas y torres derribadas? ¿De tomas de rehenes? ¿De muertes extrajudiciales? ¿De entierros clandestinos? ¿Qué nos pasó, por qué a nosotros estos crímenes y latrocinios se nos fueron por el costado? ¿O es que estos años de tragedias fueron un montaje para seguir con la repartija? ¿O es que en realidad sucedieron? ¡Me rehúso a creer que el Perú sea un país feo y maldito!

-No, lo que pasa amigos- respondió Carlos- es que vivimos en un paralelismo. Hay un mundo intelectual vigente que aparentemente no mueve los dedos porque saben que su mundo jamás será alterado. Ellos entienden que para esos juegos de guerra está el Estado y que para mantener bien aceitados los engranajes de la maquinaria Estatal deben pagar sus impuestos a tiempo: a esta puntualidad la llaman “cultura económica”. Lógicamente, esto implica la necesidad de mantener también una “intelectualidad política” acorde a sus necesidades. Contra esa “intelectualidad limeña o de alimeñados” seguimos embroncados. Al querer derribar ese muro maldecido perdimos la visión y el tiempo traidor pasó de largo, silencioso; pero, en verdad, tengo la firmeza que nuestros pleitos no han sido en vano, detrás, vienen a trancos firmes nuevas generaciones preparadas y bulliciosas que en unos pocos años darán tanto que hablar que los rebasarán. Las oportunidades serán parejas y en inteligencia e inventiva narrativa los dejaremos de lado con las muelas rotas y los ojos en blanco. En pocas palabras en las nuevas generaciones ellos serán nosotros y nosotros seremos ellos, pero libres de egoísmos, angurrias, envidias, manejos y plagios. Por supuesto, amigos, que el mundo seguirá girando, pero estaremos en la trinchera, peleando cuerpo a cuerpo, contra este grupo intelectual enquistado que lo único que busca es colgar al mundo, en un punto en el espacio, para asfixiar a los grupos intelectuales provenientes del interior del país.

-Eso lo entendemos claramente, pero, ¡caramba!, Carlos, Negro y tú escritor provinciano… ¿y los muertos? ¿qué pasó con ellos? ¿quién de nosotros tiene una respuesta coherente? - les increpó César.

- ¡En este país incoherente las respuestas coherentes sobran! ¡En pocas palabras, amigos de luchas literarias! - remarcó el Negro- ¡En casi una década, nos bebimos los muertos en las cantinas!

Eduardo Borrero Vargas. - Derechos reservados.
Martes, 16 de febrero del 2010.

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