Aunque se desconoce al tallán que la narró y, además, el año o el siglo, es de creer que sucedió así porque sigue grabado en la memoria de los descendientes que aún atraviesan por esos arenales abrasadores…
Se cuenta
en las sagradas leyendas tallanes que un día - que no se puede determinar
porque en esos albores no había días ni semanas como los conocemos ahora, sino
simplemente siglos que pasaban de largo encajándose naturalmente en la
continuidad del quehacer humano- los tallanes convocaron a todos los animales
de
He aquí
que se cumplió la profecía pronunciada por ese tallán: después de muchos
deslindes de “toponimólogos”, se concluyó que esa lomada llamada Sullana debería
llamarse Sullana. Grata noticia porque nos dio derechos y una identidad muy peculiar
ajena a otros pueblos: la de ver más allá del envés. Ciertamente -para dejarlo
bien sentado- al nacer Sullana, el gentilicio “envés Sullanero” se hizo parte
de nuestras herencias. Entonces, los sullaneros, gracias al envés, vemos las
cosas de una forma distinta o particular. Esta peculiaridad nos encamina a ser fabuladores,
cuenteros, noveleros, historiadores, chamanes, imagineros, moneros, poetas,
músicos, cantores, pintores, compositores, maromeros; y, también, sujetos presas
de temores, fantasmas y aparecidos. Vivimos atravesados por un río generoso, repleto
de iras y de árboles, de arbustos y flores insondables. No hagamos coraje si
nos llaman burros, caballos, mulos u otras expresiones alusivas a los animales:
eso somos, animales, pero inteligentes y creativos. Ese es nuestro mundo lindando
con la locura, pero libres como una cometa soltada al viento.
No nos
molestemos si nos envidian por esa imaginación creadora, por esa inteligencia
artística para trastocar la realidad desde la irrealidad. Es que nuestra
naturaleza de “envés Sullanero” nos empuja a lugares
que no están sujetos al tiempo, a la rigidez de la realidad, a la memoria
traicionera.
Y a estos
sullaneros, se preguntará mucha gente ajena a nuestro universo… ¿de dónde
diablos les viene el envés? Sencillamente, podemos responderles que vayan a la “nariz del diablo” un viernes santo
de un año bisiesto a las doce de la noche en punto, ni un minuto más ni un minuto
menos. Se arrodillen y peguen la oreja izquierda al suelo, y oirán a los
ancianos tallanes cantando el envés de sus leyendas desde el trasfondo del
universo
Eduardo Borrero Vargas
Lima, viernes 07 de
enero 2011
Derechos reservados
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