A Jesús de Nazaret, ni le iba ni
le venía haber nacido un 25 de diciembre de hacía unos años atrás. La hora de
su nacimiento y el nombre que le habían puesto sus padres le eran indiferentes,
porque con las riquezas que tenía al alcance de sus manos podía manejar las
horas y días a su antojo. “Es tal la fortuna que heredaras, que el manejo de tu
vida lo tienes asegurado, y así hagas malos negocios tu fuente inagotable de
riquezas nunca se agotará”. Esto último, lo había escuchado de boca de sus
padres que a su vez eran también herederos de padres afortunados. Y aunque su
nacimiento estaba ligado a la Navidad, nunca tuvo el corazón ni la
predisposición para ayudar a los más necesitados, ni muchos menos un gesto de
amor para regalar siquiera una muñequita rota a una niña o una pelotita
parchada a un niño.
Jesús de Nazaret, el
multimillonario del pueblo, vivía en un palacete levantado en la cima de la
loma Mambré. Desde ese lugar privilegiado, dirigía todo su conglomerado
comercial que incluía tierras agrícolas, industrias extractivas y
manufactureras, construcción y hotelería, diversión y salas de juego. Y desde
su escritorio veía impasible que las hojas del calendario se iban desprendiendo
una a una, como si sufrieran de astenia otoñal. Faltando un mes para ingresar
al mes de diciembre, notó que la chusma pueblerina envalentonada fue dejando
cartelitos pequeños, pero perfectamente legibles en los que se leía: “¡Estamos
cerca a la navidad! ¿Qué nos deparará el Niño Dios? Lemas más que insinuantes y
revolucionarios, por su contenido. Para protegerse de alguna reacción abrupta
hacia su persona, llamó a la autoridad, advirtiéndole que se estaba gestando un
posible levantamiento.
Faltando una semana, antes de la
navidad, a medianoche, un barbudo y de buena envergadura se le presentó en su
lujosa sala de estar y, sin reservas, le preguntó: ¿Qué es lo que más te
gustaría regalarle en la navidad al pueblo en que naciste? Jesús de Nazaret,
dudoso ante semejante pregunta inesperada, se quedó mudo. El hombre del cuerpo
de buena envergadura también enmudeció. Solos en la medianoche cerrada, se les
escuchó su respiración; la del primero estruendosa y la del segundo sosegada.
¿Y bueno qué dices? –insistió el hombre salido de los pliegues de la noche. Soy
Jesús de Nazaret por casualidad, y menos soy el Niño Dios para regalarme a
todos. Mírame, ya estoy por llegar a los treinta años –le contestó procurando
salir del entrampamiento. Eso no tiene importancia, morirás a los treinta y
tres años, es tu destino invariable –le contestó mirándolo fijamente a los
ojos.
Se tomaron una pausa larga antes
de reiniciar el diálogo: ¿Y tú quién te crees para señalar mi muerte? --rezongó
Jesús de Nazaret. ¡Mira, tómalo como quieras, soy un simple enviado! ¡En ti
está tu salvación! –le contestó rápido el hombre barbudo. Y añadió: Jesús de
Nazaret nacen todos los días, en cualquier parte del mundo, así que no eres el
único y enfócate en tu respuesta que se nos está haciendo tarde. Aturdido,
Jesús de Nazaret, contestó para salir del apuro: A cada uno de ellos un
palacete. Confirman cientos de personas que han visitado ese pueblo, que Jesús
de Nazaret no murió a los treinta y tres años, que en la actualidad sobrevive
en una covacha en la loma de Mambré con un buey y un burro; y que los
pobladores viven en unos palacetes que son la envidia del mundo. Al pueblo han
llegado expertos en Ciencias Sociales para estudiar este fenómeno, pues se teme
que se disemine por el mundo. Así de preocupados, y antes de resolver este
misterio, han prohibido a nivel mundial que partir de la fecha se ponga a los
niños el nombre de Jesús de Nazaret.
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