Por Armando Arteaga
Umberto
Eco, en sus “Cinco escritos morales”, al referirse al tema “Pensar la guerra,
el acto furtivo de la guerra, y lo violento, de este suceso”: uno de los gestos
más terribles de la humanidad, nos dice: “No es que la función intelectual esté
separada de la moral. Es elección moral ejercerla, como es elección moral la
del cirujano cuando decide cortar la carne viva para salvar una vida”.
El mundo
mira hoy todos los detalles vividos –especialmente– deshonestos de la historia
de la humanidad: con juzgamiento de miedo, de horror, con una resolución de
terror. El hombre actual en su recurrente soledad, desde la noche de la
historia (ya en la cueva platónica) hasta en estos días en que todo hace agua
(en la sociedad líquida), no confía en que sus esfuerzos sean coherentes frente
a un desenvolvimiento justo para derrotar la rutina que habita: así en el
aburrimiento urbanístico del caos y el confort de las ciudades, y así, en el
conformismo consumista de las masas.
La
literatura, de la mano de la psiquiatría y del psicoanálisis, tiene en la
narrativa fantástica y en la narrativa del terror: un instrumento contundente
para enfrentar la conflictuada alienación humana mostrando la “ficción” como
una trama exploratoria de la realidad.
Desde lo
fantástico, la sorpresa, como efecto literario, ha buscado resolver parte de la
“intriga” de los sucesos históricos que producen miedo o terror. Lo violento,
lo totalitario, lo inhumano: son factores que todavía llaman la atención y
conmueven a los lectores de “cuentos fantásticos de terror”.
Se viaja
en máquina del tiempo con miedo. En el “desiderátum” de lo que trae el misterio
de las cosas: el hombre tiene miedo, hasta ahora, desde el conflicto de los
orígenes de la historia y aún en estos días de la postmodernidad donde todo se
vuelve incierto, en la sociedad actual. Lo fantástico ayuda a confrontar el
horror. Es cierto que el miedo es tan viejo como la historia de la humanidad.
Y, la
realidad de la vida: es por momentos fantástica como volar por los cielos
azules, levitarse en el pensamiento de la modernidad: es hoy pasatiempo de las
comunidades actuales tan atiborradas de aportes tecnológicos, de aparatos y artefactos
sutiles que parecen mentiras acumuladas por el tiempo.
En
nuestro caso, el peruano y el piurano, literario y narrativo, ya Clemente Palma
se vanagloriaba en sus “Cuentos malévolos” de no tener sino la desconfianza en
la moraleja. Aunque, Miguel de Unamuno le advierte que todo discurso tiene moral. Y, por lo tanto, tiene ética, es asunto
político narrar fantasías, pasando por el filtro de la desesperación
metafísica.
En el
relato fantástico, en los cuentos de terror, lo nosológico de la existencia humana
se confronta en la descripción de la realidad convencional. La amenaza de la
desaparición de la especie por la acción de la destructibilidad de la bomba
atómica, no es, desde luego, una fantasía de ciencia ficción, sino una realidad
contemplada en la violencia irrefrenable que vivimos a diario en el mundo.
La
narrativa del terror es una ficción proyectada que aceptamos tomar como una
realidad y que nos provoca un debate sobre la existencia verdadera de acciones
que solo son irreales, donde siempre intentamos negar la auténtica veracidad
explosiva de la fantasía. Todo caso de terror, representa una imitación de la
vida.
En los “Cuentos
parabólicos” de Eduardo Borrero Vargas destaca el desarrollo de
personajes llenos de premoniciones videntes, en los peligros de una presunta
realidad tentativa dentro de un proceso narrativo, en la audiencia de una
evidente capacidad abrumadora, entre lo que es solo su fantasía de los
instintos que configuran sus torpes afectos, y lo que es trama en un desenfado
real. Los hombres lapidan lo que aman, en la contemplación de su odio (con una
palabra de ambivalente realidad), y en un dominio de la destructividad social.
Unos matan su amor, otros ahogan sus nefastos sentimientos, derrumbándose a plomo en el vacío. El amor de unos es demasiado irreal, demasiada “ilusión” anida comprensible enemistad en los otros. No todos mueren una muerte ignominiosa, ni viven una deshonra oscura. Todos hacen lo que tienen que hacer en una realidad convencional sin agonía. No en vano en la fantasía demonológica del medioevo pasado como en una realidad concreta la vida pasa como en el cine, a través de la visión de una serie sucesiva de imágenes. Sullana en su laberinto, también aparece como una escenografía teatral, omnipotente y onírica.
Armando Arteaga |
Carátula del libro "Cuentos Parabólicos" - La mirada del terror |