Los
remordimientos son como el diablo.
Cuando a un cristiano lo agarran del cogote no lo dejan tranquilo ni
para hacer del cuerpo. Y es que Carlitos Sarmiento tenía que sincerarse y
rápido para aliviarse. El peso de la mentira le era cada vez más insoportable y
le hería el espinazo hasta hacerlo sangrar.
¿Por
qué los adultos, a uno, de niño, lo andan martirizando con duendes, tunches,
pishtachos, gnomos, aparecidos, negros paicones y otros seres ocultos tras la
oscuridad de la noche? ¡Maldita sea!, que manera de complicarnos la existencia;
pensaba Carlitos Sarmiento, en ese preciso instante, en que clarito recordaba
las palizas que el abuelo, demencialmente le propinaba en plena selva. Cuantas
veces, para probar su hombría, lo había dejado solo en las “cochas”; quizá,
para moldearlo o para deshacerse de él. Un día le preguntó, temblando de miedo:
“Abuelo, si soy tu único nieto, ¿por qué me lastimas con odio y a mi madre me
la ocultas? ¿A qué se debe que nunca me hables de ella? ¿Acaso ha quebrado las
buenas costumbres, ha renegado de Dios o el viejo tunche la enamoró y llevó al
monte a convivir y es madre de otros tunches?
A
los diez años fugó a Pucallpa. Un tuerto ayahuasquero, maestro reconocido de la
zona, lo cobijó en su cabaña. Tres años lo tuvo a su cargo. Tú tarea principal
será regresarme al mundo- le dijo- cuando me veas con los ojos vidriosos de
“paiche” muerto, me sacudes fuertemente, rezas en voz alta y me das de beber el
líquido de esa botella verde que cuelga cerca de la ventana; es como si estuviera
muerto o en trance aquí echadito en mi tarima, pero estoy vivo en el mundo del
más allá. Lo brujos “ayahuasqueros”- siguió- tenemos el poder de conocer el
futuro y de viajar a otros lugares, pero también sé que algún día quedaré
atrapado por esos lados. Sé muchas cosas, pero no te las puedo revelar. La otra
tarea es qué iras a la escuela fiscal, ya es tiempo: para mañana ya será tarde.
Y cuando cumplas trece años te daré suficiente dinero y te embarcaré con alguno
de mis “pacientes” que lo he regresado al mundo de la claridad. Lima, es tu
destino –le aclaró- lo sé porque he visto tu futuro. No dudes de eso porque soy
una persona que vive fisgoneando el más adelante. Al llegar a Lima el
“paciente” te entregará un papel donde estará escrito tu nombre. Una feliz
familia, que no tiene hijos, te abrirá su corazón. A ellos le entregarás el
papel, lo leerán con cariño, y por primera vez oirás tu nombre. Deja que la
vida discurra normalmente y no pretendas seguir mi camino porque es tenebroso
conocer lo que va a pasar mañana. Te volverías loco: los profanos no están
preparados para esto, si lo intentas, envejecerás antes que claree el alba. Una
vez que salgas de aquí no voltees –insistió-, fija tu vista al oeste y pronto
verás el mar. ¿Y qué de mi origen, te preguntarás? Acuérdate que el viejo
“ayahuasquero” es la selva y la selva es el origen de la vida por lo tanto yo
soy tu padre.
Tal
como lo anunció el “ayahuasquero”, en esa casa no le faltó lo mínimo. Creció
con dignidad. Le enseñaron que la farsa y la mentira eran prácticas aberrantes
y pecaminosas nacidas del mismo diablo. Él era consciente del pecado cometido:
“Los mil panfletos que le dieron para repartirlos terminaron hechos añicos en
el cagadero”. Cerró los ojos y su espíritu vio el alma triste del “ayahuasquero”
rondando a su alrededor con la mirada baja de la pura vergüenza. Carlitos
intentó ver su imagen reflejada en el espejo y sólo vio unas figuras deformes y
difusas que cambiaban de tonalidades grises a negras tan rápidamente que le
herían las pupilas. Recordó que allá en el interior de la selva las tribus no
confiaban en los espejos: “los espejos a veces son difusos y no reflejan caras
sino maldades, mentiras, almas errantes y retorcidas de “tunches” multiplicados
por miles”. Carlitos Sarmiento, a sabiendas, había roto un pacto de amigos.
Ahora su redención sería hablarles con la verdad.
-
¡Carajo! - reaccionó el Negro Faura - Quince años palabreándonos con eso de:
¡valió la pena muchachos! Y recién te sinceras, con cara compungida, qué los
mil volantes se los tragó tu cagadero. ¿Qué clase de mierda eres, no tienes
sentido de compañerismo?
-
¡Disculpen! No los quise herir- insistió Carlos. Ya es hora de quitarme este
peso de encima. He sufrido contándoles historias falsas, como esa que les narré
sobre un grupo de escritores de la Amazonía que venían en marcha a Lima en
apoyo a nuestras demandas. Y otras tantas con las qué los entusiasmé, como, la
de ese periódico limeño de alto tiraje que publicaría nuestras peticiones y
condiciones para lograr que la intelectualidad limeña ceda en algo en su
orgullo y acepte que en los concursos literarios los jurados sean provincianos,
al menos una vez al año, y que de vez en cuando en sus medios de comunicación
hagan mención del desarrollo literario del interior del país. Paulatinamente
les llené las mentes de fantasías mentirosas. Estas mentiras son mi calvario y
me redención. Sólo quiero que me comprendan. Ya es tiempo que mis penas y
remordimientos me permitan vivir en equilibrio. Ahora el “tunche” me dejará tranquilo
y dormiré con mi conciencia tranquila, si es que ustedes, por supuesto, me dan
esa ocasión. Ya lo dijo Dios: “vuelve a mí, porque yo te he redimido”… Apelo a
su grandeza.
-Carlitos,
conociéndote- retomó la palabra el Negro- lo que tú le llamas confesiones hace
rato las sospechábamos. Sólo, esperábamos el instante en que te atreverías a
decirlas frente a frente con un vaso de cerveza en la mano, como siempre,
sentados en una mesa, dilucidando nuestras confusiones. En tu conciencia
quedará escrito esta deslealtad, pero no somos dioses para atribuirnos la
redención: ¡seguiremos siendo amigos, no nos vuelvas a defraudar!
-
¡No volverá a suceder, no saben, lo que es vivir en el infierno! ¡Seguiremos en
la lucha! - respiró aliviado Carlitos Sarmiento.
-Hay
algo que me inquieta, amigos de lucha- siguió el Negro-. Hay temas que hemos
soslayado. Sopesemos, los quince años que han pasado por nuestro costado: en el
país han sucedido cosas extrañas, mientras nosotros vivíamos absorbidos en una
lucha intelectual literaria. Dejamos de lado el mundo que nos rodea y esto nos
ha sobrepasado. ¿No saben qué el nuevo presidente del Perú es un japonés? ¡En
pleno año de 1990! ¡Si mis abuelitos se levantaran de la tumba, se volverían a
enterrar!
-
Negro- interrumpió el escritor provinciano -, con razón la gente en el norte se
quejaba que no había de comer y el partido de gobierno culpable de esta
hambruna, azuzaba a los campesinos con pancartas: ¡Voten por el chino! ¡Con el
chino habrá de comer! ¡No voten por la gallina pupujada! ¡La gallina pupujada
representa a los ricos!
-
¿Y quién es la gallina pupujada? - preguntó César Ríos.
-El
contendor, un tal Llosa o Vargas Llosa, famoso novelista. Dicen que vivió en
Piura, pero su familia es arequipeña o limeña. Allá lo fastidiaban con esa
chapa porqué se ponía rojo, cada vez, que discurseaba por pueblos del interior,
como las gallinas que ponen huevos y pujan hasta que el huevo salte al nido y
para él la palabra era un huevo tibio que le molestaba y lo dejaba caer, no
para anidarlo, sino para salir rápidamente de algo en que no creía. Mal negocio
hizo en meterse en esta agonía. Salió averiado. Los “compañeros”, con saña, lo
empujaron al purgatorio para expiar sus inocencias- cortó rápidamente el
escritor provinciano.
-Carlitos-
retomó la palabra el Negro Faura-, tú que eres heredero de dones sobrehumanos,
dinos, entonces, ¿en qué país hemos vivido o que nos ha pasado? ¿De qué
atrocidades discuten? ¿De los muertos que lloran? ¿De los ajusticiados? ¿De los
desaparecidos? ¿De terrorismo? ¿De bombas y torres derribadas? ¿De tomas de
rehenes? ¿De muertes extrajudiciales? ¿De entierros clandestinos? ¿Qué nos
pasó, por qué a nosotros estos crímenes y latrocinios se nos fueron por el
costado? ¿O es que estos años de tragedias fueron un montaje para seguir con la
repartija? ¿O es que en realidad sucedieron? ¡Me rehúso a creer que el Perú sea
un país feo y maldito!
-No,
lo que pasa amigos- respondió Carlos- es que vivimos en un paralelismo. Hay un
mundo intelectual vigente que aparentemente no mueve los dedos porque saben que
su mundo jamás será alterado. Ellos entienden que para esos juegos de guerra
está el Estado y que para mantener bien aceitados los engranajes de la
maquinaria Estatal deben pagar sus impuestos a tiempo: a esta puntualidad la llaman
“cultura económica”. Lógicamente, esto implica la necesidad de mantener también
una “intelectualidad política” acorde a sus necesidades. Contra esa
“intelectualidad limeña o de alimeñados” seguimos embroncados. Al querer
derribar ese muro maldecido perdimos la visión y el tiempo traidor pasó de
largo, silencioso; pero, en verdad, tengo la firmeza que nuestros pleitos no
han sido en vano, detrás, vienen a trancos firmes nuevas generaciones
preparadas y bulliciosas que en unos pocos años darán tanto que hablar que los
rebasarán. Las oportunidades serán parejas y en inteligencia e inventiva
narrativa los dejaremos de lado con las muelas rotas y los ojos en blanco. En
pocas palabras en las nuevas generaciones ellos serán nosotros y nosotros
seremos ellos, pero libres de egoísmos, angurrias, envidias, manejos y plagios.
Por supuesto, amigos, que el mundo seguirá girando, pero estaremos en la
trinchera, peleando cuerpo a cuerpo, contra este grupo intelectual enquistado
que lo único que busca es colgar al mundo, en un punto en el espacio, para
asfixiar a los grupos intelectuales provenientes del interior del país.
-Eso
lo entendemos claramente, pero, ¡caramba!, Carlos, Negro y tú escritor
provinciano… ¿y los muertos? ¿qué pasó con ellos? ¿quién de nosotros tiene una
respuesta coherente? - les increpó César.
-
¡En este país incoherente las respuestas coherentes sobran! ¡En pocas palabras,
amigos de luchas literarias! - remarcó el Negro- ¡En casi una década, nos
bebimos los muertos en las cantinas!