Melquiades era consciente de que, al tener a Caín y Abel dentro
de su cuerpo, alguna noche, mientras durmiese, el segundo mataría al primero;
saldando de esta manera, una deuda que traspasaba las puertas del tiempo. Por
fin se libraría de Caín, aquel que lo había hecho prisionero de su maldad.
Del
libro “Misterio y otros abismos” (Pag. 41)
Por el
año 2015, publiqué un libro de relatos breves titulado “Del misterio y otros abismos”.
En él hago un recorrido metafísico del ser humano tratando de darse
explicaciones de su propia existencia, en un mundo donde el tiempo implacable
lo va empujando irremediablemente a la muerte. Lucha, entonces, contra lo que
él en su locura extrema llama la maldición de un Dios invisible, de ese “Ojo”
que todo lo ve. Y se siente apabullado por esa fuerza inconmensurable, a la que
por ratos le teme y por ratos reta con acciones deplorables como la guerra que
desata alrededor del mundo, según su mente deformada, para regular la población
mundial y la riqueza. Y salen de sus guaridas llamadas naciones a matar con sus
hordas salvajes -a mansalva y con armas sofisticadas de última generación- a
cualquiera que se oponga a sus apetitos de conquista o expansión geopolítica.
El dominio militar del hombre por el hombre es su bandera, no hay nada que los
detenga, su desesperación por avanzar raya con la locura y no se contentan con
la conquista de kilómetros cuadrados, sino que el dominio debe ser total,
ayudándose con teorías y tecnologías nuevas, para crear confusión y sumirnos en
mares de aparentes espejismos de felicidad.
Mientras
tanto, las palomas blancas con sus ramas de olivo vuelan como contrapeso a esos
humanos descastados, vestidos de grises, que viajan en avión a conciliábulos,
con sus bolsillos repletos de bombas atómicas para tratar temas sobre la paz
mundial. Las palomas de la paz no están invitadas a estos eventos, pero
ocasionan ardores vergonzosos en estos clubes apocalípticos. Tan es así que
cazadores dotados de fusiles milimétricos van tras ellas y no logran
derribarlas, por más que las ametrallen con la saña acumulada desde que el
mundo fue creado. Loa a estas palomas blancas que luchan por salvar al mundo y
dotarlo de una mística celestial, en la cual la vida pueda seguir su curso
natural y los desplazamientos humanos no sean forzados sino más bien una forma
natural de pasar fronteras, para gozar del mundo a sus anchas.
No
agotemos los esfuerzos y construyamos rutas seguras para alcanzar ese mundo de paz
que tenemos al alcance de la mano y que dejamos escapar por egoísmos
demoniacos.